Freud & Lewis







Clive Staples Lewis (irlandés, 1898-1963) y Sigmund Freud (austríaco, 1856-1939) sólo se encontraron por única vez en Londres, gracias a Mark St. Germain, quien ya había estado acostumbrado a reunir personajes reales en escenarios de ficción, como por ejemplo C. P. Ellis (líder del Ku Klux Klan) y Ann Atwater (uno de los organizadores afro-americano de derechos civiles). 

El autor newyorkino (podemos ver su web en www.markstgermain.com ) es muy conocido en el ámbito televisivo y de la comedia musical.  En dramaturgia tiene el hábito de jugar con lo imposible de los encuentros. Sin embargo, la credibilidad de los actores, tornan los diálogos totalmente verosímiles. La puesta de Daniel Veronese –que hoy domingo he podido presenciar- subraya la autenticidad de la ficción (con perdón del oxímoron) que dos maestros del teatro como Jorge Suárez y Luis Machín pueden recrear en un clima no exento de violencia (el cáncer de Freud, el comienzo de la Segunda Guerra) pero que no pierde la ternura de dos seres sensibilizados por la fe o el amor.

Siendo un agnóstico declarado Clive S. Lewis afirmará que tanto G. MacDonald como G. K. Chesterton (el “padre” de Padre Brown de nuestras novelas policiales de la adolescencia) fueron los dos autores que lo movieron en su conversión al cristianismo. Su gran amigo, J. R. Tolkien (¿quién no se ha acercado alguna vez a sus ficciones?) lo llevó también a interesarse por Dios y por la literatura de fantasía. Fue autor de Cartas del diablo a su sobrino y de Las Crónicas de Narnia; y es en su Trilogía cósmica que apela a tres novelas (Más allá del planeta silencioso; Perelandra, un viaje a Venus; y Esa horrible fortaleza) donde predominan –como en el texto de St.Germain- las fuerzas del Bien y del Mal, donde existe un Dios, llamado Maleldil, que se volvió hombre y descendió a la Tierra al igual que Jesucristo. 

En La última sesión de Freud, parece haber alguna mueca de esta descendencia : no de Jesucristo, precisa o únicamente, pero tal vez de ciertos Males que bajan como metáfora de un síntoma social, de un malestar constitutivo, que dejan los discursos opositores al borde de un real que no cesa de no escribirse : así definirá Jacques Lacan a lo imposible. Y todo vínculo humano lo es, puesto que el muro del lenguaje hace que dos no puedan ser Uno, excepto cuando el amor se interpone y camufla esa hiancia. Los gestos de amor entre los dos personajes del texto en cuestión son sutiles, pero no menos trascendentes : hasta en el saludo final (en el que podemos diferenciar tres tempos) se percibe esa sutileza, mérito sin duda de la dirección actoral. 

La licencia de enfrentar personajes que en realidad nunca se enfrentaron, tiene acá –a mi entender- un mérito extra: el encuentro está mediatizado por un discurso mutuo en función del Padre: Freud, que debió irse de su patria para morir un mes despuès de este encuentro en Londres, plantea –vía el autor- un hecho que sí fue real y que recuerda cuando su padre –caminando con él- fue tildado de judío y debió cruzarse a la otra vereda: Freud detestó esta cobardía de su padre, este silencio, y declaró con ella a un padre degradado. Lewis, por su parte, plantea permanentemente el temor, la incertidumbre, los orìgenes; que no hablan de otra cosa más que de las figuras paternas a las que es convocado, desde el esceptisismo racionalista hasta la locura poética.

La obra, construída en base a intelecciones y sostenida en base a emociones, admite varias lecturas más allá de lo ideológico y de lo cientifíco. Los actores no se quedan atrás frente a la demanda de un autor potente y de una dirección precisa. Porque si sólo se tratase de un diálogo intelectual, estaríamos borrando con el codo lo que los personajes pretenden escribir con la mano: que no hay Obra que no esté atravesada por la pasión del significante. Por eso Lacan -Seminario XI- ha podido enunciar que las pulsiones vienen del estomágo. O dicho en términos más psicológicos: no hay conocimiento sin emoción. De allí que es imposible introyectar saber, sin el medium de la transferencia de trabajo. Saben los sociólogos, saben los economistas; que a los trabajadores no les alcanza con un sueldo; necesitan el reconocimiento del Otro. Saben los psicoanalistas que el Otro de la transferencia (siempre asimétrica) es el pivote del tratamiento. Saben los poetas que en el origen de ese Otro hay el amor.

marcelo a. pérez
17 / Junio / 2012

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