Operación de Verdad

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Lucía es la hija menor de una familia muy católica. Su hermana mayor es la preferida del padre. Su segunda hermana es la más buena, Su hermano es el brillante, médico como su padre. Y ella, solo la más linda.
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Su demanda de análisis se anuda a una confesión. Confesión llena de pudor que da cuenta de un síntoma que se articula a la transferencia. Síntoma como manera de presentar al analista lo real de un goce.
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Lucía no podía abandonar sus prácticas masturbatorias. Sentía vergüenza por ello. Sus relaciones sexuales... no sabía lo que era el orgasmo. Suponía que era algo que ella no alcanzaba, algo que sentían otras mujeres. No estaba segura de "acabar", y no "acababa" por pensar en que tenía que "acabar". Entonces tenía que masturbarse porque a solas con uno mismo es más fácil...
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Un recuerdo : "Siempre me gustó bailar frente al espejo. De chica jugaba a que era una vedette y me ponía plumas de colores y me desnudaba frente al público... a veces pensaba que me veían por la ventana." En otro momento me relata, también a modo de confesión, su fantasía. La fantasía que convoca para "acabar". "Es una escena en la que voy a ser penetrada... desde atrás, como si me fuesen a someter..." Poco después, tiene un sueño. Es como la escena que la excita, pero algo más... una mujer mirando. El hombre es un médico, por eso hay cierto temor respecto de lo que va a pasar. Mientras me lo cuenta, advertimos algo tan obvio... su padre es médico, proctólogo.
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Lucía es profesora de Educación Física. No le gusta mucho su trabajo. Estudió esa carrera al igual que una de sus hermanas. Era una carrera corta, adecuada para una mujer, había sugerido su padre. A ella le gustaba la pintura, el psicoanálisis, y otras cosas.
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Luego de un tiempo de análisis, comienza a ir a un taller de pintura. Pinta un cuadro. Me habla de él y en algún momento, me lo muestra. Son dos niños sentados de espalda. Lucía sigue pintando cuadros. Y me habla de ellos. Colores y trazos. Abstractos. Ya no pinta como su maestro, tiene algo de estilo propio.
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"No me gusta volver sobre los cuadros que ya terminé... podría descubrir que no están "acabados"... como cuando volvemos a un tema que yo daba por cerrado... me irrita que UD. me haga volver... es una decepción..."
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Más adelante, se le hace claro que lo que desea es pintar. Ya no trabajará más en Educación Física. Produce varios cuadros. Aparece la idea de exponer. Es un anhelo cargado de angustia. Exponer es "exponerse". Los amigos, los críticos, la familia...
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En los últimos tiempos del análisis toma el riesgo: decide exponer... pero no su cuerpo. Dar a ver sus cuadros.
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El pintor da a mirar su obra. Al ojo le da un alimento. Pero invita a aquel a quien presenta el cuadro a deponer ahí su mirada. Como se deponen las armas. Se le da algo al ojo y aparece en la mirada, la pacificación. La pintura es un "domeña- mirada". El que mira se ve llevado a bajar la mirada.
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Lucía se despide de mí dejándome un regalo: su pintura más querida. En esta cura, una escena insistía con la monotonía de un fantasma. Luego se produce el sueño. A partir de ahí, surgen los significantes que dan cuenta de los modos de relación de este sujeto al Otro y del goce que lo habita. Detrás del fantasma, yacía la pulsión escópica.
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La pulsión escópica traza su recorrido. Antiguos y nuevos significantes dan voz a la gramática pulsional y a su goce mudo. Ver su propio cuerpo, ser vista, darse a ver. Es esta una manera de tramitar el goce. Pasar el goce al inconsciente. Es abordar esa hiancia que se abre entre el saber y el goce.
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El procesamiento del goce permite el desanudamiento del síntoma. Síntoma que acompañó su demanda de análisis. Síntoma como nudo de significantes que permitió ubicar un lazo entre su goce solitario y el analista. Lucía se encaminó de la elección del ello al inconsciente, de la gramática a la retórica del inconsciente. "yo no pienso" al "yo no soy". Lacan llama a este movimiento en la cura, operación de verdad. El síntoma como ser de verdad es inseparable de esta operación. Y en el límite de su metáfora: lo real como imposible del sexo.
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Al final de esta elección, se encuentra, como única realización del sujeto, la experiencia de la castración. Lucía acepta lo "inacabado". Y la experiencia de la castración le permite un más allá: la creación. La creación, destino privilegiado de la pulsión.
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MÓNICA MORALES
El fantasma en la experiencia del análisis
Coloquio de verano: Escuela Freudiana de Buenos Aires. 2009
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