La guerra y La guerra



Aponte & Padilla
-O la locura de no querer ir a una guerra-






Jonathan Aponte -neoyorkino de dos décadas- conoció las balas de Irak, el olor a carne humana de Irak y las bombardeos que se transformaron en pesadillas, de Irak. A quien no conocía era a Félix Padilla, oriundo del Bronx. La idea de que Padilla podía facilitar las cosas le vino de Alexandra González, su mujer; dos años mayor que él. Aponte y su amada ya no sabían cómo liberarse de esa pesada carga patriótica, palabra que siempre detestaron porque pensaban, como seguramente lo pensó Abraham Lincoln, que una tierra que oprime y que coarta la propia libertad de elección, no merece llamarse Patria; sobre todo cuando hay tantos eufemísticos verbos que esconden ese infierno político.
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Pero en nombre de esa Patria, Aponte debió viajar al otro lado del mundo para enfrentarse con otros seres como él… que tampoco buscaron encontrarse con el olor a carne humana; algunos de los cuales incluso desconocían que todo empezó un veinte de marzo del 2003 con el falso argumento de que ese país escondía armas de destrucción masivas. Aponte una vez, cuando estaba atrincherado y helado de escarcha, y partiendo de la hipótesis de que podría ser verdad, se preguntó: “¿Y si lo fuese, cuál es el problema?” - Sabía que su país, y tantos otros, también archivan armamentos de destrucción. Pero su respuesta siempre cíclica fue: “Cuestión de política. Mucha locura”-

Ahora es a él a quien tratan de loco. Y, si tiene suerte, gracias a ese diagnóstico podrá zafar de algunos años de cárcel. Matar seres humanos no es locura. Locura es no querer ir a matarlos. Aponte tuvo esa delirante idea. Y entonces su amada le recomendó que vaya a ver a Padilla (entre amantes el delirio se contagia). Por quinientos dólares Padilla le puso un tiro en la pierna. Aponte prefirió quedar herido antes de morir por la tierra de los Bush. Recordó que ya eran tres mil seiscientos los militares de su país que habían muerto. Pensó que también es humano y que padece de miedos. Y que le gusta la vida. Y recordó que eran ya setenta mil los civiles víctimas de ese delirio…  Recordó que el Reino Unido de Shakespeare y la España de Cervantes también apoyaron ese movimiento. Y al recordar a Tony Blair y a José Aznar; se le fueron también los deseos de leer el Hamlet y el Quijote.

Su amada –por encubrirlo e incentivar la idea- recibirá veinticinco años de cárcel. Veinticinco años por querer un amante cojo, pero vivo. Veinticinco años por desear acariciar un cuerpo caliente; por desear ser abrazada por manos no contaminadas con fusiles que el Estado compra a cambio de corrupción. Su abogado, Marty Goldberg, no cree poder hacer demasiado cuando la voluntad personal ya no cuenta; cuando vivimos en un mundo donde uno no tiene derecho a elegir vivir y mucho menos, a elegir morir.

Aponte y Padilla: el encuentro de dos seres con la misma suerte; metáfora del capitalismo asesino. Es el puente entre la resignación a un poder perverso y el haz de luz al final de un túnel que siempre retorna para enceguecernos. Es la parábola de Abel y Caín que –en nombre del Otro- se matan cada día justamente porque son hermanos.
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