Lacan. Sujeto de la Ciencia, Sujeto del Psicoanálisis.




El psicoanalista localiza esta división en cierto modo cotidiana. La admite en la base, puesto que ya el sólo reconocimiento del inconsciente para motivarla, y tanto que también lo inunda, si puedo decirlo así, con su constante manifestación. Pero para que sepa lo que sucede con su praxis, o tan sólo para que lo dirija conforme con lo que le es accesible, no basta con que esta división sea para él un hecho empírico, ni siquiera que el hecho empírico haya tomado forma de paradoja. Se necesita cierta reducción, a veces de realización larga, pero siempre decisiva en el nacimiento de una ciencia, reducción que constituye propiamente su objeto. Es lo que la epistemología se propone definir en cada caso y en todos, sin haberse mostrado a nuestros ojos por lo menos, cumplido su tarea. Pues no sé que haya dado cuenta plenamente por este medio de la definición del objeto, de esa mutación decisiva que por la vía de la física funda La ciencia, en el sentido moderno, sentido que se toma como absoluto. Esta posición de la ciencia se justifica por un cambio de estilo radical en el tempo de su progreso, de la forma galopante de su inmixión en nuestro mundo, de las reacciónes en cadena que carácterizan lo que podemos llamar las expansiones de su energética. Para todo eso nos parece ser radical una modificación en nuestra posición de sujeto, en el doble sentido de que es allí inaugural y de que la ciencia la refuerza más y más. 

Koyré es aquí nuestro guía y es sabido que se le conoce todavía mal. Así pues, no ha dado ahora el paso que concierne a la creación como ciencia, del psicoanálisis. Pero pudo observarse que tomé como hilo conductor el año pasado cierto momento del sujeto que considero como un correlato esencial de La ciencia: un momento históricamente definido del que tal vez nos queda por saber si es estrictamente repetible en la experiencia, aquel que Descartes inaugura y que se llama cogito. Este correlato, como momento, es el desfiladero de un rechazo de todo saber, pero por ello pretende dejar al sujeto cierto amarre en el ser, del que sostenemos constituye el sujeto de la ciencia, en su definición término que debe tomarse en el sentido de puerta angosta. Ese hilo no nos guió en vano, puesto que nos llevó a formular al final del año nuestra división experimentada del sujeto, como división entre el saber y la verdad, acompañándola de un modelo topológico, la banda de Moebius, que hace entender que no es de una distinción de origen de donde debe provenir la división en que esos dos términos vienen a reunirse. Que releerá a las luces que puede aportar la técnica a la técnica de la lectura, su enseñanza sobre Freud, —este artículo donde Freud nos lega el término Spaltung sobre el que la muerte le hace abandonar su pluma— y remitirá a los artículos sobre Fetichismo de 1927 y sobre La pérdida de la realidad... de 1924, aquel qué apreciara si no es evidente que lo que motiva en Freud una revisión doctrinal que él acentúa en el sentido de una tópica, es una preocupación por elaborar una dimensión que se puede decir propiamente estructural, ya que es la relación entre estos términos y su retoma dialéctica en su experiencia, los que solos dan apoyo a su progreso. Lejos de suponer alguna entificación de aparato, por decirlo todo que la Ichspaltung, escisión del yo sobre la que se abate su mano es al sujeto al que ella nos apunta como término a elaborar. Después de lo cual el principio de realidad pierde toda la ambigüedad que lo marcaría en Freud, si se incluye ahí la realidad psíquica. Este principio no tiene otra función definible que la de conducir al sujeto de la ciencia. 

Y basta pensar en ello para que inmediatamente tomen su campo estas reflexiones que nos prohibimos como demasiado evidentes. Por ejemplo: que es impensable que el psicoanálisis como práctica, que el inconsciente, el de Freud, como descubrimiento, hubiesen tenido lugar antes del nacimiento, del siglo que ha sido llamado el siglo del genio, el XVII, de la ciencia, tomando esto en el sentido absoluto indicado en su momento, sentido que no borra sin duda lo que se ha instituido bajo este mismo nombre anteriormente, pero más que encontrar allí su arcaísmo, tira del hilo hacia sí de una manera que muestra mejor su diferencia respecto de todo otro. Una cosa es segura: si el sujeto está efectivamente allí, a nivel de esta diferencia, toda referencia humanista se hace superflua, puesto que es a ella a la que corta en seco. 

No apuntamos, al decir esto del psicoanálisis y del descubrimiento de Freud, ese accidente, a que sea porque sus pacientes vinieron a él en nombre de la ciencia y del prestigio que confiere a fines del siglo XIX a sus servidores, incluso de grado inferior, por lo que Freud logró fundar el psicoanálisis, descubriendo el inconsciente. 

Decimos, contrariamente a lo que suele bordarse sobre una pretendida ruptura de Freud con el cientificismo de su tiempo, que ese cientificismo mismo, si se tiene a bien designarlo en su fidelidad a los ideales de un Brücke, a su vez transmitidos del pacto al que un Helmholtz y un Du Bois-Reymond se habían consagrado de hacer entrar a la fisiología y a las funciones del pensamiento consideradas como incluidas en ella en los términos matemáticamente determinados de la termodinámica llegada a su casi acabamiento en su tiempo, el que condujo a Freud, como sus escritos nos lo muestran, a abrir la vía que lleva su nombre a la eternidad. 

Decimos que esta vía no se desprendió nunca de los ideales de ese cientificismo, ya que así lo llama, y que la marca que ella aporta no es contingente sino que sigue siéndole esencial. Que es por esa marca por la que conserva su crédito, a pesar de las desviaciones a las cuales se ha prestado, y esta es la medida en que Freud se opuso a esas desviaciones, siempre con una seguridad sin vacilaciones y un rigor inflexible. 

Prueba de ello es su ruptura con su adepto más prestigioso, Jung concretamente, apenas se deslizó hacia algo cuya función no puede definirse sino como la de intentar restaurar en ella un sujeto dotado de profundidades —este último término en plural—, lo cual quiere decir un sujeto compuesto de una relación con el saber, relación llamada arquetípica, que no se redujese a la que le permite la ciencia moderna con exclusión de toda otra, la cual no es nada más que la relación que definimos el año pasado como puntual y evanescente, esa relación con el saber que de su momento históricamente inaugural ha conservado el nombre de cogito a ese origen indudable, patente en todo el trabajo de Freud, a la lección que nos deja como jefe de escuela, se debe el que el marxismo no tenga alcance —y no sé de ningún marxista que halla mostrado en ella alguna existencia— para poner en entredicho su pensamiento en nombre de sus lazos históricos. 

Quiero decir concretamente: en la sociedad de la doble monarquía, para los límites judaizantes donde Freud queda confinado en sus aversiones espirituales; con el orden capitalista que condiciona su agnosticismo político —¿Quién de ustedes nos escribirá un ensayo, digno de Lamennais, sobre la indiferencia en materia de política?—; añadiré: en la ética burguesa, por la cual la dignidad de su vida viene a inspirarnos un respeto que llena la función de inhibir el que su obra haya realizado, de otro modo que en el malentendido y la confusión, el punto de encuentro de los únicos hombres de la verdad que nos quedan, el agitador revolucionario, el escritor que con su estilo marca la lengua, —yo sé en quién estoy pensando—, ese pensamiento que renueva al ser y cuyo precursor tenemos. 

Se siente la prisa que tengo de emerger de tantas precauciones tomadas para volver a llevar a los psicoanalistas a sus certidumbres menos discutibles. 

Tengo sin embargo que volver a pasar por ahí todavía, aunque fuese al precio de algunas pesadeces. 

Decir que el sujeto sobre el que operamos en psicoanálisis no puede ser sino el sujeto de la ciencia puede parecer paradoja. Es allí, sin embargo, donde debe tomarse un deslinde a falta del cual todo se mezcla y empieza una deshonestidad que llama por otra parte objetiva: pero es falta de audacia y falta de haber detectado el objeto que se raja. De nuestra posición de sujeto somos siempre responsables. Que eso se llame terrorismo donde se quiera. Tengo derecho a sonreír, pues no es en un medio donde la doctrina es abiertamente materia de compromisos, donde yo temería ofuscar a nadie formulando que el error de buena fe es entre todos el más imperdonable. 

La posición del psicoanalista no deja escapatoria, puesto que excluye la ternura del alma bella. Si también es paradoja decir esto, también es acaso la misma. 

Sea como sea, establezco que toda tentativa, o incluso tentación, en que la teoría corriente no cesa de ser liberada de encarnar más allá al sujeto, es errancia, siempre fecunda en error, y como tal equivocada. Así encarnarlo en el hombre, el cual regresa con ello al niño. Pues ese hombre será allí el primitivo, lo que falseará todo lo del proceso primario, del mismo modo que el niño desempeñará el papel de subdesarrollado, lo cual enmascarara la verdad de lo que sucede, durante la infancia, de original. En una palabra, lo que Claude Lévi-Strauss ha denunciado como ilusión arcaica es inevitable en el psicoanálisis si no nos mantenemos firmes en teoría sobre el principio que hemos enunciado hace un momento: que en él un sólo sujeto es recibido como tal, el que puede hacerlo científico. 

Jacques Lacan
[ Paris, 1901/1981]
Seminario XIII
Clase 1, Fragmento.
01-12-65
Artes Visuales:
Raymond Yves Tanguy
 / Paris, 1900 – Connecticut, 1955 /

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