Síntoma Social: Síntoma del Sujeto.



La teoría de la debida recompensa -o, a la criolla: meritocracia- constituye en si mismo un andamiaje peligroso porque nos puede llevar ipso facto a varios otros colorarios: el gen-asesino (y su racismo anexo, porque obviamente sería un gen más proclive en negros africanos y latinos pobres; nunca en un negro de jazz de Orleans  o en un actor negro de primera línea), el gen-del-homosexual (en el mejor de los casos, claro; cuando no: el demonio-encarnado), el gen-del-judío-avaro, el gen-del-empresario-corrupto y, claro, el gen-del -pobre. En este discurso afianzado en cierta población (y en cierta época) tambien se escucha confundir -y obviamente no por error semántico sino por un deslizamiento al sutil fallido narcísico de las pequeñas diferencias- al pobre con la pobreza; de alli que a veces escuchamos “hay que eliminar al pobre”. Estas ideológicas posiciones debemos cuestionarlas, claro, con su metadiscurso en juego. Por ejemplo: detrás de toda meritocracia siempre hay una intencionalidad de poder, de jerarquía, de clases; y por supuesto de privilegios, no ajena en Confucio ni en La República Ideal de Platón.

Últimamente se escuchan criterios de posición socio-ideológica que no dejan de sorprender. No ciertamente porque uno sea un naif : acreedores de pensamiento meritocrático hubo siempre. No. Sino porque subrayan sus opiniones frente a una realidad que los aplasta en un afán renegatorio y cínico digno de aquellos gobernantes que no alcanzan categoría de políticos, por no decir: de Estadistas.

Cito un ejemplo del día de ayer. En mi barrio se han robado en las últimas semanas los porteros eléctricos, para vender el bronce. En mi edificio ocurrió este lunes. Subiendo en el ascensor con una paciente y una vecina de oficina, comento lo sucedido y agrego: “Estamos como en el 2001 que se robaban porteros y cablerío”-. La susodicha vecina reacciona: “No. Por favor. En el 2001 era verdad, esto está inflado.”- “Como los pobres debe ser, que cada día hay mas...”- digo irónico. La mujer baja sin comentar nada y la paciente agrega: “Pobres hubo siempre…”-

Bien. Este tipo de doxas sociales son dignas de un análisis sociopsicoantropológico más riguroso que lo que pretenden estas líneas ya que también deben incluir un análisis político; pero ensayemos un pequeño introito.

Si bien uno puede entender -y es lógico en una sociedad de fronteras amplias-que cada quien tenga su corazoncito ideológico, es difícil a veces tratar de comprender la ecolalia social sin fundamento. Lo que este tipo de enunciados deja exponer es básicamente el imaginario social en el que todos los sujetos estamos capturados, quién más quién menos. Sabemos que la mediática ha fortalecido pasiones y ha permitido acceder al poder incluso a gente inepta para gobernar. Sabemos que los medios son el principal canal de opinión que favorece rápidamente a la ceguera pasional  de la sociedad. Sabemos también que la base del capitalismo globalizado -voraz y mal gerenciado- es la desigualdad social imperante en todo el mundo. Y conste que no estamos hablando de color político partidario  sino de gobernabilidad. No hace falta aclarar que la corrupción, el soborno y el vicio político existen desde que el hombre llega al poder sobre todo en territorios cuya idiosincrasia ayuda a prosperar dicho carácter colectivo.

Pero desconocer que en los últimos 4 años en Argentina se han cerrado ocho mil bares/restos y treinta mil quioscos; que se han fundido poco más de nueve mil quinientas Pymes; que hay indigentes cada dos cuadras durmiendo sobre colchones mojados y comiendo adentro de un conteiner; que el FMI nunca dio un crédito como antes a ningún país del mundo y que este crédito equivale a 2 planes Marshall (y que con sólo un Marshall se ha ayudado a reconstruir a Europa y este gobierno de turno se lo fumó en menos de 2 años entrando en más pobreza social); que los institutos de investigación, de ciencia, y de artes están en crisis total de financiamiento (acabo de leer que la Orquesta Sinfónica Nacional denunció su gravísima situación económica; como todos los días varias organizaciones hacen lo propio); que Argentina se ubica entre los 7 países más pobres de América (publicado por diario Clarín el 27/9/18) y que su riesgo país es el segundo del mundo (publicado por Infobae el 13/8/19); es ya pecar -creo- de una suerte de ignorancia del mal.

El sujeto, ya sabemos, es especialista en condensar y desplazar. Sabemos también que nadie vota “bien” o “mal” sino de acuerdo a su posición y, en el mejor de los casos, a su pasión ideológica. Y digo “mejor” porque considero que es harto más “sano” votar apasionadamente y adherirse ipso facto a un proyecto por pasión; que hacerlo por consentimiento mutuo, por herencia ciega, por tramas y fijaciones económicas, por cambio de clima o por inercia social. Porque, en última instancia, la pasión nos transforma en luchadores del alma. O, como decía G. Chesterton: “Encuentro mas humildad en quien come caviar por impulso que en quien come cereales por principio” .

Pero creo que sostener un principio yoico-merecedor -digno de castas y linajes de prosapias ancestrales- es creérsela; y aquí es ya incuestionable la soldadura fortalecedora de un Yo encubridor y egoísta; de un Yo que sólo mira hacia adelante llevándose puesto a cualquiera que fastidie su imagen o que simplemente estorbe al paso. Lacan nos decía que creer en sí en un Yo es realmente una locura. Y para el maestro francés esa era la única enfermedad del parlêtre y nunca negó que estuviese estructurado como un síntoma. Pero en sociedades donde priva la cuestión de la meritocracia, ese Yo se hace mucho más sintomático: no debe ser casual que para Jacques Lacan fue Karl Marx el que inventó el síntoma. Y ese pensamiento globalizante no hace más que subrayar la otra teoría circundante anexada a esta postura: que el pobre es pobre porque quiere, porque es vago, porque “no le da”, etc.

No hacerse cargo de la pobreza circundante (y del resto de las variables sociales que nos toman) de la propia sociedad que habitamos y a la vez estar reclamando a viva voz una comunidad más ética, es tan paradójico como pedir que un ave pueda subsistir debajo de las aguas de un pantano. No debe ser casual que quizás sean los mismos sujetos que no pueden hacerse cargo de su propio síntoma y vagan en un discurso vacío sin encontrar salida para su padecimiento. Nuestro síntoma social da a luz esa banalidad incongruente de creerse más de lo que uno es, a la vez de reforzar la xenofobia y de justificar la desigualdad con teorías que otrora han llevado a genocidios enteros.

Marcelo A. Pérez
¿Necedad o ignorancia del mal?
IX / 2019
Artes Visuales:
Ernesto De la Cárcova
[Buenos Aires,  1866/1927]
Sin pan y sin trabajo
Óleo s/tela, 1893/4

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