Amor y Duelo : Ilusión y Dolor.

Debe ser porque me cruzan
tan fuleros berretines
que voy por los cafetines
a buscar felicidad.
José De Grandis
Amurado. Tango, 1927

Un día, sentarse en el mismo lugar, cerrar los ojos y no pedir nada… Nietzsche: no rogar, bendecir. 
¿No es eso lo que el duelo debería traer?
Roland Barthes
Diario del duelo, 1977/79


Amor y duelo: ¿Quién habrá nacido primero? Lo cierto es que no hay uno sin el otro. Quien caiga en el amor en algún momento caerá por los caminos del duelo. Doble caída. La primera -inconsciente y voluptuosa – hará de la segunda su proporcionalidad directa; a modo de curva exponencial: más profundamente amo, más intensamente fue mi amor; más necesitaré recuperar mi Yo extinguido en ese paraíso perdido. Pero he aquí la primera paradoja: ¿quién puede querer duelar algo tan fuerte? ¿Quién podrá querer matar lo que otrora fue un paraíso? O, para decirlo todo: lo que sigue siendo un paraíso. He aquí también el conflicto de todo duelo: debo matar(me) para que algo vuelva a vivir. Y un segundo pequeño inconveniente: no quiero matar el “te extraño”.

Pero no hay amor que no sea ilusorio. Sin embargo es después del duelo donde nos notificamos de su profunda vacuidad: “…Cómo pude amarla/o?”- “¿Cómo me he podido enamorar de alguien como ella/él?”-  Y es entonces donde, además y con mucha ominosidad y tristeza, nos percatamos de nuestra estofa. De eso estamos hecho. Y repetimos -insustancialmente-: amor ilusorio, mentiroso, que me has hecho caer en la desdicha, y en la fatuidad de creerme único: basta que el otro nos haya dicho un "sos tan lindo", o un "no te vayas" para comprarnos el espejito que nos devuelve ese Ideal. Para entender que un "te extraño" es un "me extraño". De allí que nadie duela sino su propio exilio. Nadie duela sino su propia pequeña muerte.

Y entonces también comprobamos qué quiere decir perder. Perder, se pierde con toda el alma. Y se pierde sólo cuando algo de nuestro Ser nos abandona. Como cuando alguien lleva la camiseta de su club como parte de su Ser, de su Nombre incluso: o del Nombre-del-Padre.

Y entramos a otra sutil paradoja: sufro por algo que (ya) no está. Entonces concluyo que ese algo (que incluso no puedo definir) sigue vivo en mi. Y al final una leve y antipática conclusión: siempre estuvo en mi. Nunca es el otro, siempre soy yo. Todo empieza y termina en mí.

Roland Barthes: “En el duelo amoroso, el objeto no está ni muerto ni distante. Soy yo quien decido que su imagen debe morir (y esta muerte llegaría tal vez hasta a escondérsela). Durante el tiempo de este duelo extraño, me será necesario pues sufrir dos desdichas contrarias: sufrir porque el otro esté presente (sin cesar, a pesar suyo, de herirme) y entristecerme porque esté muerto (tanto, al menos como lo amaba). Así me angustio (viejo hábito) por una llamada telefónica que no llega, pero debo decirme al mismo tiempo que ese silencio, de todas maneras, es inconsecuente, puesto que he decidido despreocuparme: pertenece solamente a la imagen amorosa de tener quien me telefonee; desaparecida esa imagen, el teléfono, suene o no, retoma su existencia fútil. (¿El punto más sensible de este duelo no es que me hace perder un lenguaje, el lenguaje amoroso? Se acabaron los “Te amo”.)” [ Barthes R., Fragmentos de un discurso amoroso. El exilio de lo imaginario, 1977 ]

Recordemos up supra: Y un segundo pequeño inconveniente: no quiero matar el “te extraño”. Ominosa y lapidaria conclusión final: ya no puedo aceptar el absurdo vacío, el insípido sin sentido, el vulgar in-mundo del que soy parte. En definitiva: ya me resulta inverosímil que extrañe no extrañar.

Marcelo A. Pérez
Amor y Duelo: algo más, algo menos.
III / 2019
Artes Visuales:
Muriel Bellini
[ Remedios de Escalada, Buenos Aires, 1974 ]


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