Del Deseo a la Cobardía.



"El deseo, lo que se llama deseo,
basta para que la vida no tenga sentido si produce un cobarde."
Jacques Lacan
Kant con Sade, IX/1962

El deseo, ese horror del neurótico (y ese horror del analista enfrentado al mismo, vía transferencia) es lo que define no sólo la morfología del Otro y de la Cultura (y de un Sujeto, difícil de pensarlo sin esa banda de Möebius) sino también al psicoanálisis como único corpus que trabaja en base (y tomado) por él. Sólo que la novedad del psicoanálisis es que ese deseo es estructuralmente insatisfecho, imposible, prevenido: es lo que más le teme el neurótico. De hecho la neurosis no es mas que la estrategia del Lenguaje (que toma al Sujeto) para prevenirse del deseo del Otro. O más bien deberíamos decir: la estrategia del discurso, puesto que el Otro es ya el lugar del Lenguaje mismo.

Y esto no sólo sucede en la Neurosis sino en la Sociedad toda. El arte nos da manifestaciones permanentes de esta problemática; y también la huelga de los trabajadores, las movilizaciones de los estudiantes, los reglamentos absurdos que ponen algunas empresas entre sus empleados, etc. Muchísimas películas -por no decir todas las de los grandes directores que saben leer el conflicto humano- basan su argumentación en el dilema que el deseo engendra en el Sujeto y en la Sociedad. Quizás una de las paradigmáticas en las últimas décadas sea La sociedad de los poetas muertos, donde uno de los jóvenes recurre al pasaje al acto por no poder enfrentar su deseo: porque todo deseo acarrea eso que llamamos culpa. De allí a enfermarse hay un solo paso. El problema es que el neurótico “elige” el síntoma en vez del deseo.

Pongamos por caso algo tan escuchado en nuestra clínica y en la “psicopatología de la vida cotidiana”: las relaciones de pareja que suelen vincularse tan funcionalmente entre una histérica y un obsesivo. [ Aclaro que para mi marco teórico no se trata de anatomía, es decir: de genitales. Quiero decir que podemos hallar tanto hombres como mujeres histéricos u obsesivos. De hecho ya hace años que vengo diciendo que todos los sujetos son estructuralmente histéricos cuando no son psicóticos. Además no me interesa trabajar con la Estructura sino con el Síntoma. ]

¿Qué ocurre con las parejas? Ocurre que el deseo se instala y entonces… empiezan los problemas. Por eso en psicoanálisis a veces repetimos irónicamente que la relación perfecta es donde no se coge (o, yo agregaría, donde no se habla; ya que el deseo no sólo es sexual y coger -para el Humano- es homomórfico a hablar). Es decir: todo está bien en el marco de una convivencia donde uno da, el otro da, y así en la vertiente del capitalismo neurótico donde la castración aún no juega un rol importante. Pero cuando Lacan nos recuerda que amar es dar lo que no se tiene (dar lo que se tiene es obviamente demasiado fácil y no dar lo que se tiene es egoísmo), nos esta diciendo que amar es dar la castración: se ama con la falta.

He aquí el tema central porque dar lo que se tiene, bien de la lógica del obsesivo -lógica anal: el niño que da su caca como Don al Otro que es lo que tiene y ya no retiene-, no se lleva bien con la lógica de la histérica, que pretende le den la falta, la libra de carne de Shylock. Sin embargo son relaciones funcionales porque cuando el obsesivo -objeto de esa mujer fálica histérica: objeto plancha, objeto lava ropa, objeto que lleva a los niños y los trae- quiere empezar a funcionar como sujeto (cosa que es raro ponga en acto sin análisis o al menos sin haber tocado fondo, porque son personas totalmente sobre adaptadas a la funcionalidad de su síntoma), la histérica reacciona porque obviamente pierde su niño-falo: es decir pierde el eje fálico que le la da poder. De allí que ciertas mujeres expresan tan felizmente cómo sus respectivos esposos son "maridos ejemplares" hasta que, lógicamente, ellos comienzan a barrarse y ellas en consecuencia... también. Por eso en los análisis se escucha tanto al obsesivo que se queja de que su mujer “no le permite” licencias como salir a jugar al tenis; como a la histérica quejarse de que su marido no acompaña a los chicos a la escuela o no lava los platos. Ambos son morfológicamente simétricos: se parecen en el hecho puntual de que la división del compañero/a no está permitida: es decir, necesito al partenaire como objeto. Es decir: el deseo -que divide y a la vez hace emerger al Sujeto- debe quedar enmudecido. Es decir, finalmente: me horrorizo que el otro desee.

El otro día un colega en control me comentaba que el analizante -al que estaba supervisando- debía esconder que estaba teniendo relaciones sexuales con otra persona compañera laboral, porque en esa empresa no se permite que ese tipo de cosas sucedan. He aquí nuevamente el tema: el problema es que los empleados (de)muestren que desean, es decir: que el otro no sea mi objeto fálico, o en este caso que no sea un objeto de la organización. Esta idea es netamente de un Estado, de las instituciones, sin excluir las freudiana: un alumno no debe analizarse con su profesor: misma idea de anular el deseo. [ Por eso siempre pensé que para entender esta problemática en Lacan y en función siempre vinculada al Otro y a la Transferencia, sería casi más productivo leer el seminario 8 que el 6, o incluso leer a Kant con Sade.]

Por último, ¿Cuál seria el problema de que mi prójimo en definitiva sea mi objeto preciado, de que yo sea un perfecto egoísta que no quiera que el otro salga por su deseo? En realidad no se trata ni siquiera de hacer una ética social, y de responder con San Agustín: “ama y haz lo que quieras”. Se trata simplemente -mas allá de los goces funcionales- de que el deseo es un problema para todos y tanto conviene a la histérica que su marido sea un obsesivo crónico como a él mismo serlo y tener una mujer que lo impotentice -rasgo prínceps de la histeria-, es decir: que ella le otorgue una pequeña ayudita para no enfrentarse con su deseo. Si hablamos de deseo hablamos de agujero. Y es difícil bancarse un agujero en la imagen. Porque, obviamente, hay que incorporar acá a nuestro querido y amado Narcisismo que incluye sus dos variantes: la imagen y la dependencia al otro.

En los tiempos donde se bombardearon las Torres gemelas, los analizantes hablaban azorados de eso. ¿Por qué? Obviamente no porque les interesara la ciudad de Nueva York o la muerte de gente desconocida. Las personas hablan solo de lo que a ellas les pueda atravesar, hablan sólo en función de su agujero. Entonces la pregunta que los conmovía (que los agujereaba) y a la que se llegaba siempre era: “¿Cómo puede ser que en el núcleo mismo del Primer País del Mundo, en la capital de un Imperio, en la ciudad más segura del orbe,  ocurra algo así?”- es decir, para decirlo en Lacanés: ¿cómo puede ser que no haya Otro del Otro? ¿Entonces no hay garantía de nada? Y aquí se vincula el problema del acto. El salto que debe pegar el sujeto cuando quiere realizar su acto no es sin quedar dividido. Y esa división implica angustia. La angustia (que muchas veces expreso en los Grupos es sinónimo llano y primordial del deseo) es lo que emerge en función de ese agujero constitutivo del lenguaje: y ese es el único hiatus que define lo Humano.

Esta semana un analizante, miembro del  Club River Plate de Buenos Aires, llegó diciendo que con este problema de la Copa Libertadores de América (su suspensión, los actos de violencia, etc.) quedó totalmente escéptico durante días, desganado, angustiado, triste. Y en un momento verbalizó: “descreído”. ¿Se escucha la barradura del Otro? Esa sensación es la misma que se tiene cuando cae el Otro; cuando esos Ideales que supimos sostener no eran tan rígidos, tan en el bronce, como se suponía. Descreer del Otro es simplemente aceptar que el Lenguaje lleva incorporado un agujero por donde algo se pierde y que gracias a ese agujero podemos desear. El hecho de que el partido haya quedado suspendido de todos modos alivia tanto al hincha de Boca como al de River. Porque ahí también se esconde la funcionalidad del síntoma. (El síntoma tapa ese agujero, es la defensa contra la angustia.) Y esa suspensión equivale a la procrastinación del síntoma obsesivo, el Hamleteo, como digo. Porque salir a la cancha implica siempre la posibilidad de perder. Pero no es posible, justamente por lo mismo, jugar partido alguno sin tener en el horizonte el margen de esa pérdida; a no ser -claro- que se anule también la posibilidad de ganar. Y esta es una de las definiciones más simples que Jacques Lacan diera de la castración: perder para ganar. El neurótico no advierte -y este es justamente el rasgo que lo caracteriza vía el goce del Otro y que lo hace un religioso neto y cobarde- es que, en la mayoría de las veces, está perdiendo para perder.

Un análisis debería conducir a que el Sujeto quede advertido de cómo el Otro lo goza y pueda hacer algo frente a esa visicitud. Sólo que hay que tener en cuenta que eso que Lacan bautizó "cobardía moral" vuelve siempre como aciago y leal fenómeno parasitario como consecuencia feroz del terror concomitante que causa verse dividido, es decir: sin poder completar al Otro. Enfrentado a la pregunta que Cazotte se hizo en el Diablo Enamorado: "Che voui?"- Esto es, hablando en criollo: qué cuernos quiere el Otro conmigo. Por eso localizado junto al acto de decisión y enfrentándose a esa cobardía, al Sujeto sólo le quedan dos opciones con el deseo: reprimirlo (hacer un síntoma, enfermarse, huir, negar, etc.) o atravesarlo. O para decirlo en lunfardo básico: tener huevos.

Marcelo Augusto Pérez
Las relaciones funcionales que convienen al Neurótico.
El deseo: ese temido aliado.
XII / 2018
Artes Visuales:
Alex Stevenson Díaz
[ Codazzi, Colombia, 1962 ]
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