Encuadre, En-cuadro. Las resistencias del analista.


Parafraseando al Maestro Jorge Luis Borges, las noticias de nuestros colegas, las melancólicas noticias , nos llegan de vez en vez y nos convencen una vez más que muchas veces podemos coincidir en planos teóricos pero lo que se hace “puertas para adentro”, fomentado sin duda por las supervisiones a los que estos colegas se encomiendan, suele ser muy diferente a lo que se promulga o se espera de un analista analizado y supervisado. Me refiero a como funciona el analista en su praxis, sobre todo cuando debe operar con cierta muñeca clínica (vía transferencial) y prescindir incluso del “usted que piensa” o del “asocie” para desatornillarse de su sillón y salir a gambetear incluso dejando el arco vacío si es necesario. Por ejemplo, hace poco, me entero que un analista joven (y lo extraño es que tiene referente a otro analista de la vieja guarda y con supuestos criterios más de viejo que de diablo) enuncia (a la madre de una analizante) que él no llama a ningún paciente; en el contexto que su analizante está en resistencia y no sostiene el análisis que pidió. Bien: decir “ninguno” o “todos” es ya no hacer psicoanálisis. Porque primero) el psicoanálisis no es una religión; y segundo) porque para hacer psicoanálisis el analista debe poder prescindir de la lógica del Todo-Falo y colocarse en posición de objeto justamente cuando las papas queman. Es decir: lejos de parecer una maniobra imaginaria (imaginario que por otro lado no habría que tenerle miedo y que obviamente es impensable la vida sin este registro), la maniobra coloca al analista frente a su deseo que supuestamente lo causa. Vaya a saber con que argumentos se defiende esta postura totalmente incoherente y antilacaniana (Lacan no solo llamaba sino que hasta ha ido a tocarle el timbre de la puerta a más de uno); quizás el argumento mas coherente sea el de decir “no se me da la gana”, porque no existe, a mi juicio, nada en el plano teórico que indique un procedimiento así; mas bien todo lo contrario. Estaría bueno que los analistas que funcionan así escriban sobre estos, sus, procedimientos asi podemos aprender qué se gana (qué gana el paciente sobre todo) y qué se pierde. Por supuesto esto no es tan grave (escuchamos cosas mucho peores) excepto que se pierde al analizante y el deseo de analista, mutis por el foro.


Charlando este tema en un Grupo que coordino recientemente, comentaba yo que cuando nos reunimos con colegas amigos y a veces contamos alguna dificultad con algún analizante en resistencia (que no viene a la consulta), los colegas siempre preguntamos: “¿lo llamaste?”, y que a nadie de nosotros se nos ocurriría decir :”Nooo, ni loco”- o algo por el estilo, sino que lo que siempre se responde es un “por supuesto, ya fue llamado.”-  Y como en psicoanálisis siempre es el caso por caso (nunca el “nunca”), después se analizará si corresponde volver a llamarlo, si hay que seguir enviándole mails o wassap, si conviene esperar que se le pase la bronca (depende el motivo de su resistencia), etc. Lo que realmente yo sigo sin comprender es cómo quienes se dedican, o se van a dedicar, a este oficio no entienden que no hay psicoanálisis sin resistencia; es decir: que pedirle a un paciente que no tenga Yo (la resistencia es producto del Yo, de su imagen: es decir, de que el Fulano no soporta verse/oírse en determinadas condiciones y prefiere volver todo a fojas cero) es tan irónico y Naif como si cuando vamos a un hospital el señor médico nos pida que dejemos la fiebre o la diarrea o la dermatitis afuera… Hay que entender que el Yo es el verdadero síntoma del Sujeto, entre otros y hasta nuevo aviso. Hay que entender, también, que la Persona es lo que obstaculiza para la emergencia del Sujeto; y que es el analista el responsable de causarlo.

En función de estas disquisiciones que estamos planteando, me permito cerrar con un texto del colega Matías Spera, que intenta resumir de algún modo estas locas arbitrariedades que se juegan en la clínica y que, en nombre de un en-cuadro (es decir: de un dispositivo rígido, colgado a una pared como el diploma), ciertos analistas miedosos y alienados a un Otro inconmovible creen poder sostener un encuadre aséptico y libre de la contaminación imaginaria. En última instancia esto no habla mas que de la Resistencia,  sí, pero del analista. Del analista que no soporta su propia angustia de encontrarse con el verdadero vacío que genera un oficio que no tiene horarios, ni feriados, ni sillón ni diván. Me aventuro a pensar que deben ser los mismos colegas que creen que el Otro no existe (y que la transferencia debe estar alejada astronómicamente de ese Otro) y que en nombre de esa incoherencia se ha llegado a ecuacionar y a enunciar que el psicótico no se angustia.

Los dejo con el texto.  MAP / VII-2018


Suele ser un tema bastante común hablar del famoso concepto de “encuadre” dentro de lo que implica la clínica analítica. El término  “encuadre” tiene una larga historia y se ha intrincado como pilar fundamental dentro de lo que es la práctica y la teoría; sobre todo en el campo de la psicoterapia como en la llamada psicología del yo.

Para realizar un breve resumen del concepto (y que no implique tecnicismos) podemos decir que el concepto se refiere a todo lo relacionado con las reglas que se imponen dentro del consultorio al inicio de un tratamiento; es decir, todo aquello que (para la psicología) no puede ser franqueable. Un ejemplo claro de ello tiene que ver con las pautas sobre el horario, los honorarios, la consulta, la modalidad e, incluso, el lugar en donde el paciente se va a sentar.

Se dice que todas estas pautas que se determinan al inicio son fundamentales ya que sobre ellas se encamina la estructura que va a dar “cuerpo” al tratamiento con el paciente.
Esto quiere decir que el analista –debe- alejarse lo menos posible de dicho encuadre para que el tratamiento o el discurso transiten por senderos que apunten a la solución de la problemática que dicho sujeto plantea.

También existe otra teoría, sobre el mismo concepto, que asegura que el sostén de dicho encuadre debe aplicarse como praxis general; es decir que el analista establece un tipo de encuadre según su estilo y recibe a sus pacientes insertándolos dentro de este saber que lo entiende como universal; es decir, a todos por igual. El encuadre es norma y, salvo raras excepciones, no se quebranta.

Se dice que es un pilar dentro de la teoría ya que, como sabemos, el sujeto que se acerca a una consulta (suponen) va a tratar de depositar en dicho espacio todo lo que implica su neurosis. Esto puede querer decir: llegar tarde, no pagar, tener olvidos, repetir y realizar actings con la figura del analista.

El encuadre que se establece viene a poner un cote o “ley” a dichos actos.

Ahora bien, ¿no se trata de todo eso la práctica que nos lega Freud? Es decir, el material de trabajo ¿no implica siempre un discurso con todos sus accionares y vericuetos?

Pensar este concepto, desde el psicoanálisis, siempre es un problema ya que nos plantea una serie de paradojas. La fundamental viene a estar protagonizada por el concepto de Transferencia. Si bien es cierto que el concepto de transferencia varía de acuerdo a la teoría desde donde nos plantemos, la contradicción mas grande es que no podemos universalizarla en el consultorio.

A veces hasta es un movimiento fundamental, justamente, romper con lo que se ha pactado previamente, porque lo que hay que entender es que aquello que está en juego es un goce que se traslada a la sesión y se causa por la figura del analista.

A todo esto hay que hacer una aclaración: tiene sentido pensar que un paciente va a una consulta en un horario y un lugar determinado, que los honorarios se establecen y que hay cierta pauta que habla, por ejemplo, de la frecuencia de las sesiones.

Pero, ha y que pensar, que el análisis se trata justamente de todo lo contrario, siempre implica un des-encuadre, una posición incómoda para el analizante, un cuestionamiento al discurso “coherente”, buscar el sin-sentido.

Todo ello requiere siempre de los manejos transferenciales que el analista pueda hacer. Es hasta fundamental romper con aquello establecido dependiendo de la modalidad de goce de cada uno.

Los honorarios pueden modificarse, los horarios también y, como decirnos siempre, a veces hasta es importante decir algo por teléfono o en el ascensor e incluso no representa lo mismo cuando se sube o cuando se baja.

Matías Spera
(Des)encuadre
Artes Visuales:
Tommy Ingberg
[ Suecia / 1980 ]

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