Discurso Amoroso



Capítulo : "¡Adorable!"

Encuentro en mi vida millones de cuerpos; de esos millones puedo desear centenares; pero, de esos centenares, no amo sino uno. El otro del que estoy enamorado me designa la especificidad de mi deseo.

Esta elección, tan rigurosa que no retiene más que lo Único, constituye, digamos, la diferencia entre la transferencia analítica y la transferencia amorosa: una es universal, la otra, específica. Han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo. Hay allí un gran enigma del que jamás sabré la clave: ¿por qué deseo a Tal? ¿Por qué lo deseo perdurablemente, lánguidamente? ¿Es todo él lo que deseo (una silueta, una forma, un aire)? ¿O no es sólo más que una parte de su cuerpo? Y, en ese caso, ¿qué es lo que, en ese cuerpo amado, tiene vocación de fetiche para mí? ¿Qué porción, tal vez increíblemente tenue, qué accidente? ¿El corte de una uña, un diente un poco rajado, un mechón, una manera de mover los dedos al hablar, al fumar?

De todos esos pliegues del cuerpo tengo ganas de decir que son adorables. Adorable quiere decir: éste es mi deseo, en tanto que es único: “¡Es eso! ¡Es exactamente eso (lo que yo amo)!” Sin embargo cuanto mas experimento la especificidad de mi deseo menos lo puedo nombrar; a la precisión del enfoque corresponde un temblor del nombre; la propiedad del deseo no puede producir sino una impropiedad del enunciado. De este fracaso del lenguaje no queda mas que un rastro: la palabra “adorable” (la correcta traducción de “adorable” sería el ipse latino: es él, es precisamente él en persona).

Capítulo: Lo Intratable

El mundo somete toda empresa a una alternativa: la del éxito o el fracaso, la de la victoria o la derrota. Protesto desde otra lógica: soy a la vez y contradictoriamente feliz e infeliz: “triunfar” o “fracasar” no tienen para mi más que sentidos contingentes, pasajeros (lo que no impide que mis penas y mis deseos sean violentos); lo que me anima, sorda y obstinadamente, no es táctico: acepto y afirmo, desde fuera de lo verdadero y de lo falso, desde fuera de lo exitoso y de lo fracasado; estoy exento de toda finalidad, vivo de acuerdo con el azar (la prueba que las figuras de mi discurso me vienen como golpes de dados). Enfrentado a la aventura (lo que me ocurre), no salgo de ella ni vencedor ni vencido: soy trágico.

(Se me dice: ese tipo de amor no es viable. Pero ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un Bien? ¿Por qué durar es mejor que arder?)

Capítulo: Un pequeño punto de la nariz

Se diría que la alteración de la Imagen se produce cuando siento vergüenza por el otro (...) Ahora bien la vergüenza viene de la sujeción: el otro, a merced de un incidente fútil, que sólo mi perspicacia o mi delirio captan, aparece bruscamente -se descubre, se desgarra, se revela, en el sentido fotográfico del término- como sometido a una instancia que es en sí misma del orden de lo servil: lo veo de pronto (cuestión de visión) afanándose, enloqueciéndose, o simplemente empeñándose en complacer, en respetar, en plegarse a ritos mundanos gracias a los cuales espera hacerse reconocer. Porque la mala Imagen no es una imagen aviesa; es una imagen mezquina: me muestra al otro preso en la simpleza del mundo social.

Capítulo: El ausente

Me instalo solo, en un café; vienen a saludarme, me siento rodeado, solicitado, halagado. Pero el otro está ausente; lo convoco en mí mismo para que me retenga al margen de esta complacencia mundana, que me acecha. Apelo así a su "verdad" (la verdad de la que él me da la sensación) contra la histeria de seducción en la que siento deslizarme. Hago responsable a la ausencia del otro de mi mundanidad: invoco su protección, su regreso: que el otro aparezca, que me retire, como una madre que viene a buscar a su hijo, del brillo mundanal, de la infatuación social, que me restituya "la intimidad religiosa, la gravedad" del mundo amoroso.
(X... me decía que el amor lo había protegido de la mundanidad: camarillas, ambiciones, promociones, tretas, alianzas, escisiones, funciones, poderes: el amor había hecho de él un desecho social, de lo que se regocijaba.)

Capítulo: Los lentes oscuros

Veo al otro con una doble mirada: a veces lo veo como objeto, a veces como sujeto; vacilo entre la tiranía y la oblación. Me aprisiono a mí mismo en un chantaje: si amo al otro, estoy obligado a querer su bien; pero no puedo entonces más que hacerme mal: trampa: estoy condenado a ser un santo o un monstruo: santo no puedo, monstruo no quiero: por consiguiente, tergiverso: muestro un poco de mi pasión.

Roland Barthes
Fragmentos de un Discurso Amoroso.
Barcelona. Ed. Siglo XXI., 1977.
Artes Visuales:
Pablo Picasso
[ Málaga, 1881 / Mougins, 1973]

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