Palabras sueltas...


I
Por segunda vez en el mes, un joven de la calle -Moreno y Defensa- me pide que le sostenga abierta la tapa del container de basura, para meterse.  Para comer. Una vez incorporado me dice: “Gracias”, y entonces cierro la tapa, y lo dejo adentro. Esto es como desmesurado pero satisfactorio; como cruel pero necesario; como horrorosamente natural. Esto ocurre a pasos del Convento Santo Domingo; donde Dios duerme su siesta.
II
El celular casi nunca. Nunca cuando se va a dormir, a dialogar en la cama, a leer un libro, con la pareja. Menos que menos -¿qué menos?- cuando se está con quien hace meses no charlamos. El celular nunca cuando después de ocho horas llega tu pareja y te pregunta cómo te fue en el trabajo, y quiere saber por qué te quedaste más tiempo, si incluso decís odiar esa tarea: nunca. Nunca el celular cuando se cocina, cuando se condimenta con cilantro, oliva, lima y rocoto el ceviche fresco mientras llega el eco del cello que interpreta a Piazzolla. Nunca el celular cuando se lee a cualquier poeta. Menos aún en un cine o en un teatro. Menos el celular como cámara mientras estás en un concierto: eso si que menos que menos. O cuando se viaja en el tren contemplando los árboles que quedaron paralíticos de tristeza. Nunca. Nunca el celular si se trata de un parto, o de una muerte, o de un salto al vacío. Nunca. Aún aunque nos llame esa amiga lejana que no puede parar de hablar y de hablar y de hablar y que pretende total atención, total ruego; porque está aburrida, porque está dolida, porqué está muda.



III
¿Cuándo alguien que además de belleza, de buen sexo, de bizarría incluso; tenga un discurso interesante? ¿Cuándo alguien que esté comprometido con su ideología, que no trance, que te haga emocionar cuando te dice que ahorra en moneda nacional, cuando te mira y sabés –definitivamente- que no puede haber nadie más honesto, más buena madera, más claro; aunque sea oscuro; más preciso, aunque sea dialéctico? ¿Cuándo alguien sin fobia, sin que le tema al mal aliento, al sudor, a la saliva, a los fluidos del sexo; sin que le tema a un buen vino, al ajo, a la pimienta, a los animales todos, al bosque nocturno, al mar? ¿Cuándo aquella que pueda ceder su histeria, aquel que pueda ceder su obsesión? ¿Cuándo aquellos que bajen su narcisismo y piensen en el otro? ¿Cuándo ella, así: frágil, delicada, naif, espontánea, dulcemente patriótica? ¿Cuándo él, así: políticamente incorrecto?
IV
No alcanza con la bondad, no. No alcanza con la honestidad, no. Pero todo –todo absolutamente- sin bondad ni honestidad, es nada. Y sin embargo... Ya estoy viejo para pretender oblación.
V
Gana la imagen. Gana el egoísmo. Gana el orgullo, la infatuación del soberano Yo. Pierde el deseo.
VI
Extraño su voz; esa voz opaca, profundamente triste. Extraño su tristeza. Extraño su dulce ironía, su inteligente humor. Extraño su opacidad. Sus manos que me indagaban; que subiendo al bondi me buscaban rápido, que en el tren me reflejaban el rastro que se alejaba, olvidado.
VII
No. No hay. No hay ayer, no hay mañana. Sólo el hoy. Sólo memoria. “Pero no basta ser valiente para aprender el arte del olvido”- JLB
VIII
La Medicina no es menos infalible que la Metereología, ni menos caótica. Incluso creo que hay más probabilidad de pronóstico en la última que en la primera, porque la Naturaleza es más predecible [ ¡milenios para producir un cambio! ] que el cuerpo [ segundos para modificarse: ¡en un minuto, una catástrofe! ]. La Meteorología es más infalible, incluso más matemática, que el Amor. Porque el clima es menos cruel que la pasión.
IX
Todo es Fantasma. El tiempo, el frío, las palabras que nos llegan y que creemos lo son todo. El cuerpo que vibra. Besos, ternura… No puedo comer una boca cuyas palabras no enuncien un discurso ético. Puedo besar; pero no puedo permitir que una boca me acaricie sin haberme atravesado por su política. Puedo coger sin preconceptos. Pero no puedo hacer el amor. No me siento ahuecado en el cuerpo de alguien que no se colerice viendo a un indigente bajando a los adentros de un container de basura. Bajando para poder vivir.
X
El amor nos hace… sí, Cortázar. Y Lacan. Y todos los poetas que supieron que el deseo está antes; que nos toma. Que el lenguaje está antes; que somos hablado. Que el síntoma tiene estructura de lenguaje; que la enfermedad está construida por el Fantasma. Es decir: Que somos poema antes que poeta. Que no podemos controlar el relámpago, el llanto -o la risa-. Ni la cruz.

MAP
Medianoche
06 . VI . 17
Artes Visuales:
Diego Rivera
[ Guanajuato, 1886 - México D. F., 1957 ]

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