Lionel Messi: su Letra y su Falta-en-Ser



En el antiguo Egipto, en el siglo III antes de Cristo, el rito de la fertilidad se lo acompañaba con el juego de pelota que, desde su raíz inglesa, hoy conocemos como fútbol. Es decir que, entonces, el deporte ya había nacido de la vinculación con la sexualidad y con la falta. Dos mil años después, Sigmund Freud vinculará el síntoma con dichas arcanas divisiones que agujerean al Sujeto que Habla, que falla, que sueña, y que juega.

El texto que seguidamente el lector está a punto de descubrir, no pretende ni ser una psicología del deporte ni una biografía de un jugador ni mucho menos un tratado sobre el fútbol. Su pluma pertenece a un colega que además de psicoanalista gusta de ciertos deportes (el boxeo es su predilecto) y otrora ha subscripto un extenso trabajo sobre otro de los ídolos futboleros argentinos: Diego Maradona. A diferencia de aquel texto –que data del año 2008 - en este otro hay cierto vislumbre más centrado en el síntoma, en la subjetividad, que en el contexto. Si bien muchos analistas, últimamente, han acompañado “la falla” de Messi con algunas cuestiones en relación a la demanda de un pueblo o al contexto de la bautizada “meritocracia”; no he leído a ningún colega que investigara y plantease “el caso Messi” como lo hace en estas líneas Hugo Cuccarese.

La tesis que plantea el autor trata de circunscribir desde el plano estrictamente psicoanalítico, lo que nos enseñó Freud desde sus primeras investigaciones en el campo de la liguis(h)isteria (neologismo lacaniano para que escuchemos que los analistas no somos lingüistas, sino que es la histérica la que inventa la posibilidad de escuchar, en su decir, el síntoma del Ser-Parlanchín).

No falta en este minucioso trabajo de investigación, el apoyo lógico de los significantes culturales que contextúan al héroe goleador rosarino; empezando por ciertos mitos como el de Hércules, que permiten que el lector –sabiamente direccionado por el autor- conozca que “Lo interesante de esta cuestión es que ya en el mito está el significante que busca el héroe…”. Hugo Cuccarese disecciona muy freudianamente –al mejor estilo del Signorelli, uno de los casos  paradigmáticos explicitados por el maestro Vienés- los significantes y las letras que facilitan el acceso a “los dos juglares de lo inconsciente” -como lo definiría Masotta- del sujeto: sexualidad y muerte. Entendiendo desde el vamos por “sexualidad”, todo lo que al sujeto le produce satisfacción: comer, jugar, ganar, perder. Así es cómo Heracles, Superman y Supermessi son estructuralmente homomórficos descubriendo en dicha morfología la topología propia del síntoma con su apéndice histórico.

La historia de un sujeto es también la historia de su síntoma, es decir, de lo que lo constituye por estructura vía su fantasma. Y perder está también en la orilla que bordea su letra; de allí que un sujeto puede recurrir a un analista: cuando advierte que pierde más de lo que gana. Lo que quizás no podemos historizar con exactitud es donde nace la culpa, excepto que la pensemos desde Freud y la liguemos a la problemática del deseo y a la cuestión de la competencia. Y no solo de los hermanos, sino entre un hijo y un padre. Como sabemos, ipso facto, si hay culpa hay (necesidad de) castigo.

A diferencia de cierta psicología del deporte, que parece entender que la culpa viene asociado por los sentimientos de inferioridad que tiene su portador, el psicoanálisis entiende, Lacan dixit, que la “culpa viene por hacer el Bien, y no por hacer el Mal”. Y el Soberano Bien se hace con la Madre, o quien ocupe ese Otro lugar significante: se hace, se juega, cuando el sujeto trata de gozar junto a ella: de reproducir el mítico incesto para siempre perdido por la entrada en el lenguaje. Y obviamente no necesitamos acostarnos con ella en la realidad: basta que en el fantasma se juegue la posibilidad del goce inminente, que acarrea -ipso facto- matar a un padre, para que el síntoma cobre su valor metafórico. Por lo tanto no es por sentirse inferior sino, al contrario, por creerse que puede ser superior al hombre al que pertenece esa mujer, que el sujeto engendra, como Edipo, su peste. Y con esto estamos anunciando, también, que siempre es porque el sujeto se la cree –vía obviamente su narcisismo que cultiva sufrimiento.

Pero el síntoma tiene una bifrontalidad estructural: es peste porque aqueja, pero esconde un deseo que opera inescrutable. De allí que el sujeto siente culpa, que siempre es inconsciente, por el Bien de su deseo que debe ir a recuperar al campo del Otro. En ese campo, minado harto más de palabras que de gambetas, lo espera el verdadero arco con al cual el jugador debe rendir cuenta. Hacerse cargo de su deseo es, lejos, el conflicto principal que todo neurótico patea siempre arriba de travesaño. De allí que el autor de esta obra, dedicará un capítulo a este tópico, cuyo metafórico título redondea lo que estamos queriendo expresar: todos los sujetos solemos patear afuera del arco nuestro deseo; quien más quien menos. El tema es cuando en esa tirada, se juega “el campeonato” para cada uno.

Es cierto que la inferioridad, o el desamparo original al que está sujeto el infans, lleva a la dependencia del Otro, pero nunca ha dicho Freud (a diferencia de los que algunos psicólogos promulgan) que un complejo de inferioridad puede llevar a la 3 culpa: al contrario, lleva al sujeto a fortalecer su yo, incluso renegatoriamente, para alcanzar sus objetivos. No existe baja autoestima, ni aun en el sujeto con su síntoma inhibitorio o deprimido. Mucho menos en un jugador que es el número uno del mundo.

Y no estamos hablando de “echar(le) la culpa” a alguien, sino de un mecanismo inconsciente intrínseco en la composición del sujeto. Como bien nos aclara el autor en uno de los últimos capítulos: “…si hemos decidido emprender esta concienzuda labor de investigación no es para caer en el lugar común y echarle la culpa a los otros, como hacen normalmente los fanáticos que no se atreven a responsabilizarlo plenamente de su juego y de las fallas o errores que puedan existir en sus habilidades o de sus debilidades, que tampoco pueden ser infalibles todo el tiempo. La imposibilidad que tiene Messi con la albiceleste es algo que angustia a casi todos los hinchas y admiradores argentinos, pues lo que está encerrado allí, con la manifestación de su síntoma y de lo que falla en él, no es otra cosa que El secreto de su infalibilidad.”

El autor de esta obra ha querido jugarse más allá del fanatismo, de los ideales y de la Mirada del Otro: es un texto jugado porque –como nos recordaba Freud- para analizar es necesario hacer cirugía menor, con toda la implicancia simbólica que el corte tiene en nuestra praxis. Hugo Cuccarese también se castra al aceptar no sólo la falta que ocasiona la soledad de una investigación; sino también al admitir sin decir que está operando sobre una parcialidad, que al Sujeto Messi no lo escucha (condición absolutamente indispensable para hacer psicoanálisis), y que este análisis se basa en nuestra episteme freudiana a partir de una casuística puramente fantasmática, pero no menos hipotética como cualquier interpretación que el analista ofrece en su dispositivo; ya que, como se sabe, no hay ciencia para lo real del goce, excepto que se aborde con instrumentos de lógica y topología como intenta aquí disponer el texto. De allí que –nobleza obliga- no hay Obra acabada, sino cuestionada, como se pretende incluso del trabajo de un analizante que puede operar sobre su verdad a partir de las preguntas, y no de lo ya respondido.

El autor deja caer –como la asociación libre en un análisis- su pluma, su palabra, y siembra con sus ideas este texto de un vigor contundente como un gol de media cancha. La letra que también queda marcada en el perímetro, es huella que atraviesa las páginas más técnicas y –a la vez- las más sensibles. Por eso el autor se toma su tiempo para explicar al lector sin conocimiento previo de la lingüística, cómo Lacan ha ocasionado la ruptura del signo Saussureano para llegar finalmente al Síntoma, escrito en el cuerpo (en las piernas, por ejemplo) como pura metáfora de un deseo reprimido. Entender que la histérica descubre realmente lo que luego Freud inventará como método clínico, es entender que el cuerpo del que hablamos los analistas es un cuerpo cargado –sexualizado- por significantes que toman al sujeto. Y que el sujeto ni siquiera piensa con la cabeza (aunque los neurólogos lo supongan) sino que es pensado y –en todo caso- decide desde lo más inconsciente. De allí que Lacan haya expresado allá por 1975: “Creemos pensar con nuestro cerebro, yo personalmente pienso con los pies.” De allí que no hay síntoma más que como acontecimiento de un cuerpo. Un cuerpo que ha dejado de ser un mero órgano anatómico para construirse –vía el deseo del Otro- como una anatomía de palabras.

No puede ser casual que los dos Maestros de nuestra praxis (Freud y Lacan) hayan llegado desde la medicina: uno siendo neurólogo, otro psiquiatra. Digo que no puede ser casual, porque descubrieron –primero- que la medicina no alcanzaba para explicar lo que la histérica pedía a gritos. Gritos que han hecho, incluso, que se las encierren por locas; porque –como al psicótico- ese discurso golpeaba a una sociedad que aún hoy intenta abarrotarlos, curiosa acción “políticamente correcta” que descansa también en la demanda de sus familiares que lo excluyen y abandonan. Porque, claro, la locura –a diferencia de una diabetes o de una hipertensión- choca contra nuestra imagen que –espejo mediante- nos devuelve lo peor de nuestro in-mundo y quebrajado Falta-en-Ser. De allí que estas dos genialidades, encontraron en la Falla del sujeto, su loca verdad.

La pelota de cuero que Fu-Hi, el primer emperador de China, había inventado un siglo antes, sigue hoy rodando no solo en potreros, canchas, terrazas, baldíos y empedrados, sino sobre todo en los cielos de sus fans que alimentados de nubes de esperanzas y desasosiegos, truenan sinuosos e implacables al ritmo puntual y pasional del significante que lo representa.

Ojalá, estimadísimo lector, que estas líneas que siguen puedan –desde el umbral del fútbol- acercarlo a la enseñanza Freudiana que nunca es una obra cerrada, que nos toma en nuestros actos cotidianos y que Jacques Lacan ha venido a re-leer con un anuncio exclusivamente original. Me parece que este trabajo nos deja una enseñanza clínica a partir de un modelo público y no menos singular.

Marcelo Augusto Pérez
Prólogo a la Primera Edición de:
Hugo Cuccarese, El otro MESSIas.
De Próxima Aparición. 2018.

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