Jugadores / Teatro / El Puro Goce a Escena.




 
 
 
 
 
¿Por qué siempre estás triste?, le pregunté.
No estoy triste.
Sí que lo estás.
No se trata de eso, me dijo. Me dijo que en su opinión la gente vive años y años, pero que en realidad es sólo en una equeña parte de esos años cuando vive de verdad, y esto es en los años en que consigue hacer aquello para lo que nació. Entonces, en ese momento, es feliz, el resto del tiempo es tiempo que se pasa esperando o recordando. Cuando esperas o recuerdas, me dijo, no estás ni triste ni feliz. Pareces triste, pero se trata únicamente de que estás esperando o recordando. No está triste la gente que espera, ni tampoco la que recuerda. Simplemente, está lejos.
Yo estoy esperando, me dijo.
¿Qué?
Estoy esperando hacer aquello para lo que nací.
Alessandro Baricco. Esta historia, 2007.

 
 
“No jugamos para ganar. Jugamos por esas milésimas de segundo en que la carta que decide un partido se da vuelta.”- Con este apotegma el creador de “Jugadores” está definiendo exactamente el carozo del goce, para el psicoanálisis. Adrenalina, tensión, esfuerzo constante, perentoriedad pulsional: eso son los significantes que empujan en los personajes de esta obra recientemente estrenada en Buenos Aires. Pau Miró creó un guión donde no sólo la adicción se escenifica en cuatro personajes extraviados, que deambulan buscando “esa” carta para siempre perdida; sino donde también gira un discurso cuasi existencial que nos plantea la pregunta por la Vida. Muchas veces he tratado de explicar el goce con el ejemplo de quienes van al casino o simplemente no pueden dejar de apoyar su oreja sobre el auricular de una radio para escuchar el primer puesto de su caballo o de la quiniela. Nadie va a un casino a ganar. En todo caso todos saben que siempre van a perder. Pero sí van a gozar. Y cuando se trata de gozar, ¿qué importa si se gana o se pierde? En el momento del goce, el sujeto está en estado de stand by, parálisis que le sirve –justamente- para no ganar ni perder. Es la rumiación obsesiva típica: mientras el obsesivo no se mueve, pensando qué hacer, para dónde ir, qué decisión tomar, entonces no actúa. Mientras la histérica vive “paralizada” se defiende de todo Acto. Es, entonces, en el Acto, donde el sujeto emerge; pero toda emergencia subjetiva no cursa sin angustia. El síntoma es defensa contra esa angustia. El sujeto sigue siendo objeto (deyecto del Otro) para no pagar con el precio de su castración.
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Los personajes de Miró, viven en un clima de pura angustia, pensando –al mismo tiempo- que pueden zafar de ella; que pueden no-perder. Como nuestros analizantes que a veces –en un nivel obsesivo grave- nos preguntan cómo hacer para no contagiarse una enfermedad de transmisión sexual, por ejemplo, aún estando en pareja monogámica, pensando –por ejemplo- que sus mujeres podrían ir a la cama con otro. A veces contestamos desde el Zen; y decimos entonces “Vivir tiene sus riegos”. Pero el obsesivo siempre nos retruca: “¡Pero te estoy hablando de una ETS!”- Entonces podemos añadir una pizca de sarcasmo: “Sí, sí. Coger tiene sus riesgos. Igual que comer, beber, jugar a la play e incluso amar.”- Los cuatro jugadores de Miró creen, en definitiva, que pueden zafar –encerrados en un cuarto y creyendo que van a ganar-  del riesgo de la vida.
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La obra se estrenó en el Teatro Liure de Barcelona en el 2011, y después se llevó a Italia. Al ser una obra corta y de poca fuerza en su guión, todo recae sobre las miserias y derroches de sus personajes. Personajes similares a los de Beckett o Harold Pinter; vomitan un texto terriblemente grotesco donde parecen querer hacer existir la relación sexual que, desanudada del Sinthome, siempre está fallida. El Sinthome es, justamente, lo que estos cuatro seres no pueden construir para tener un Nombre.
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No podemos creer que el autor dio puntada sin hilo: no es casual que sus personajes no tengan Nombre-Propio. Lacan enuncio varias veces que un final de análisis consistía básicamente en hacerse un Nombre. Desde el goce del milisegundo de esa carta, o de esa bola que cae, hasta la subjetivación que hace de un Don Nadie, Alguien; la angustia llama a su juego. Pero es justamente la artimaña del neurótico que logra, con sus goces infinitos, tapar esa angustia que es toda la pregunta por el Sujeto.
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En los bordes pulsionales en que se mueve una vida, el sujeto anhela siempre esa milésima de segundo donde una carta decide el rumbo de la noche, o de sus días… En el Seminario XX, Lacan tiene una frase que Jacques-Alain Miller usó para titular una de sus clases: la Carta de a(l)mor. La carta –que según nuestro maestro francés- siempre llega a su destino; es de algún modo la metáfora de aquello que siempre está ante nuestros ojos (como en la Carta robada de Edgar Allan Poe) pero que no siempre somos capaces de mirar o, en todo caso, que rehusamos.
 
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En francés Carta se escribe “lettre”: la letra es –justamente- aquello tan propio del sujeto y que Lacan ha bautizado con el primer ícono alfabético: a. Es esa letra la que, acoplado a su fantasma, el neurótico carga, usufructúa, disfruta y padece, en el correr de su vida. El maestro ha dicho de la “letra” que es «tierra de litoral», «tachadura de alguna huella que esté desde antes». Es una “escripción” que debe ser inscripta (recordemos –vía Seminario IX- a Robinson y la huella de Viernes). La letra es originaria pero llega desde el Otro. Dice Lacan en su Seminario XX: «las letras hacen los conjuntos, las letras son (y no designan) esos ensamblajes, son tomadas como funcionando como tales conjuntos. El inconsciente trabaja en tanto que letra como esos ensamblajes de la teoría de los conjuntos». Y en su Seminario II, en relación al cuento de Poe, donde la carta es significante: «para cada uno ella es su inconsciente, es decir que en cada momento del circuito simbólico cada uno se vuelve otro hombre».  
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La letra hace a la escritura, trazo del Sujeto. Posibilidad de que ese Sujeto escriba sobre su hoja en blanco. He ahí su inconsciente, que no es profundo: el analizante lo escribe para que el analista lo lea. Lo escribe en cada sesión; está en la superficie del discurso. Ese es el sentido del retorno a Freud que apunta Lacan –más allá de simbolismos caricaturescos Jungianos, de manual, y aledaños-: recordemos el título de uno de sus trabajos: “La instancia de la letra en lo inconsciente o la razón desde Freud”. Instancia, instare: estar por encima, incluso insistir. La letra pulsa, insiste. Soporte material de lo inconsciente que llega, como el deseo, del Otro y hace palabra-plena.  De algún modo nuestros Jugadores están enlazados por un goce, pero fuera de todo lazo: no tienen Nombre, hay una letra “que falta a la disposición del Sujeto para restablecer la continuidad de su discurso”. Los personajes están, como cualquier adicto, a merced del Otro que los goza: no pueden subjetivizarse. Son efecto del Otro, pero no pueden ser autor de su propia Carta. Están en un círculo de goce donde anhelan re-encontrarse con eso que –como Godot y su espera- nunca llega. Son objetos (títeres) del Otro gozador.
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Hay –porque se trata de una obra poética- momentos de sin sentidos; pero los Sin-Nombres no pueden salir de ese sentido gozoso en que el Otro los ha destinado a padecer. Gritan frases misteriosamente verdaderas: “todos el mundo es normal hasta que los conoces” o “si te miras al espejo puedes ver el futuro”. Espejo que son ellos para ellos, y para nosotros, activos expectantes de un teatro vivo. El autor nos quiere hacer entender, me parece, que no hay “normalidad” alguna; que todo depende del nivel gnoseológico y fantasmático en que estemos inmersos; y que el goce mortífero no conoce nombres ni oficios, al igual que ese Amo Absoluto, la Muerte: un profesor o un sepulturero padecen su pulsión por igual, pulsión que no conoce títulos. [Recordemos el refrán popular: “Terminado el juego, todas las cartas van al mismo maso.”]
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Los Jugadores no quieren morir, se engañan pensando que un juego ficcional los hará ganadores inmortales; se engañan (“Los que no se dejan engañar, se engañan”, como el título del Seminario de Lacan) por no permitirse caer en el engaño de la vida: que nos lleva a la muerte. Y el verdadero juego es el de hacerle pito catalán a esa muerte que, como en la obra de Berni, acecha en cada esquina. Ellos, en lo profundo de su Ser, lo saben. Por eso la escena final no puede ser otra que la propuesta por el autor y da perfecto marco al significante del título de la obra misma. Ellos no pueden dejar de ser Jugadores. Seguirán buscando eso que Lacan, en su Seminario sobre la Ética, ha bautizado como el Das Ding Freudiano. Letra que está en el fantasma mismo de toda Estructura. Letra que, errando y errante, el Sujeto no se resigna a ceder: y que -en realidad- no puede, porque una mitad es tanto de él como del Otro.

"No la quiero perder" es una de las frases que nos deja el guión -pronunciada por uno de los personajes- pero que en sí mismo es el eje de toda la problemática general: ninguno puede resignar a perder ese Cofre tan preciado: el Sepulturero, su amante; el Peluquero, su mujer; el Profesor, su padre y su puesto; y el Actor, su oficio que cae sin prisa pero sin pausa. La metáfora paterna -fallida- hace su incesante tour sobre ellos. Y ellos, a fuerza de sostener la neurosis, hacen su respectivos síntomas.
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Cuando el sujeto no puede escribir su letra (cuando la Carta no puede ser pronunciada) deambula adictiva, cruel y des-carnadamente (a merced de un cuerpo autista) por laberintos donde la imposibilidad, la frustración y el narcisismo; se han devorado glotonamente a la piadosa Castración que es el verdadero Acto que nos protege del goce y nos habilita para el deseo.
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Cierro con el poema XXI de Jaime Sabines: “La casa me protege del frío nocturno, del sol del mediodía, de los árboles derribados, del viento de los huracanes, de las asechanzas del rayo, de los ríos desbordados, de los hombres y de las fieras. Pero la casa no me protege de la muerte. ¿Por qué rendija se cuela el aire de la muerte? ¿Qué hongo de las paredes, qué sustancia ascendente del corazón de la tierra es la muerte? ¿Quién me untó la muerte en la planta de los pies el día de mi nacimiento?”
 
Marcelo Augusto Pérez
Carta (de Amor) que no llega…
Sobre la Obra Teatral Jugadores
De Pau Miró. Estrenada en Bs. As.
Enero / 2016 
ARTE:
Antonio Berni
[ Rosario, 1905 / 1981 ]
Periodo Surrealista:
La puerta abierta
La siesta y su sueño
La muerte acecha en cada esquina


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