Capitalismo y Perversión








Es sabido que en el contexto de la invención de los cuatro discursos, Lacan introdujo una variación sobre el tema que le llevo a afirmar la existencia, al lado del discurso del amo, de la histérica, de la universidad y del psicoanálisis, de un quinto discurso al que denomino discurso capitalista. Aunque no es un tema sobre el que haya ahondado mucho, Lacan se refirió al mismo en algunos célebres pasajes. En la sesión de su seminario del 3 de febrero del 1972, por ejemplo, afirmará que “El discurso capitalista se distingue por la Verwerfung, por el rechazo, la expulsión al exterior de todo el campo de lo simbólico… ¿el rechazo de qué? El de la castración” (Lacan, 2011:96) El rechazo de la castración y la desimbolización son aquí articulados para dar cuenta de la naturaleza del capitalismo, cuyo discurso Lacan concibe como una prolongación, una renovación y una variante del discurso del amo, como un encuentro entre éste último y la ciencia, al afirmar que “uno no ha esperado hasta ver que el discurso del amo se haya desarrollado plenamente para mostrar su verdadero trasfondo en el discurso capitalista, con su curiosa copulación con la ciencia” (Lacan, 1991:126)

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Como ha señalado Dufour, asistimos al agotamiento del sujeto de la modernidad, encarnado en el par formado por el sujeto crítico kantiano y el sujeto neurótico freudiano, y a su sustitución por el sujeto postmoderno. Para este autor, en efecto, la condición subjetiva moderna se basa en tres rasgos, a saber, la diferencia, la crítica y la neurosis. Si la diferencia refiere a las formas extremas de sumisión de los no occidentales, de los “otros” sometidos a través del colonialismo y la esclavitud a la voluntad del sujeto de la modernidad, su contraparte al interior del mundo occidental lo constituye la figura del sujeto crítico, que se mueve entre múltiples referencias e ideologías haciendo uso de la razón y apelando a los principios universales de la racionalidad. El sujeto neurótico, por su parte, es el lado oscuro o el revés del sujeto crítico, es el sujeto de la culpa que surge como resultado de la deuda contraída con un gran Otro que se vuelve múltiple, pero es también el sujeto de la repetición y de la insatisfacción, aspectos que están en la base de la actitud crítica (Dufour, 2007). Las distintas figuras del Otro simbólico que recorren la modernidad (Dios, la Nación, el Pueblo, la Revolución, el Proletariado, el Progreso, la Ciencia), los grandes relatos que han estructurado el vínculo de los sujetos a algún significante amo que se presenta investido de un aura sublime y trascendente, han dado su razón de ser tanto al inquisitivo sujeto crítico como al insatisfecho sujeto neurótico. Ahora bien, con el paso a la posmodernidad asistimos a la decadencia del gran Otro, a la ausencia radical de grandes Sujetos. Este desvanecimiento del sujeto de la modernidad es correlativo a la emergencia del capitalismo tardío neoliberal, que se caracteriza por disolver todas las formas de intercambio que se remiten a un garante absoluto o metasocial. Al no estar garantizados por una potencia superior, los intercambios se reducen a su condición puramente mercantil, lo que implica que el intercambio comercial tiende a desimbolizar el mundo puesto que rechaza toda figura trascendente como sustento del valor.




El valor simbólico se diluye en beneficio del simple y neutro valor monetario de la mercancía, eliminándose toda consideración (moral, tradicional o trascendental) que obstaculice la libre y más amplia circulación de mercancías. La posmodernidad, una era dominada por el vacío de referentes sólidos y por el pensamiento débil, es por ello un más allá de la modernidad carente de ideales fuertes, propicio a una cultura narcisista en la que las definiciones idiosincráticas se generalizan en detrimento de los valores o las ideologías universales. Si en la modernidad el ser del sujeto depende de un Ser exterior a él, en la posmodernidad esta hetero-referencia se desdibuja a favor de una autoreferencia radical. 

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Uno de los rasgos que distinguen el capitalismo actual es su carácter obsceno. A diferencia de lo que sucedía en la antigüedad, en la que el goce se circunscribía al ámbito de lo privado, lo discontinuo y lo no visible, la incitación al goce y el imperativo de gozar no solo es  permanente en la posmodernidad, también se hacen públicos y ostentatorios. Vivimos en un mundo en el que lo pornográfico pierde su tradicional carácter marginal y clandestino y se transforma en la esencia de un sistema, el pornocapitalismo, que visibiliza, idealiza y rentabiliza el goce en todas sus formas. Pues si en la sociedad compuesta de neuróticos se ocultan los cadáveres y los órganos sexuales, en la sociedad perversa la muerte y el sexo se muestran y se exhiben cotidianamente. Como ha demostrado Dufour, el neo-liberalismo actual tiene la más estrecha relación con las doctrinas del Marqués de Sade, siendo la solución pornográfica la salida que permitió al capitalismo moderno y puritano salir de sus crisis recurrentes por la vía de la democratización del goce (Dufour, 2009: 203). Como señala Roudinesco “los medios audiovisuales se han convertido, con el consentimiento de todos los protagonistas del gran espectáculo posmoderno de la autoexhibición, en el instrumento primordial de una ideología tan pornográfica como puritana. En todo el mundo, la telerrealidad, género televisivo que muestra a personas reales en su intimidad, funciona como el nuevo psiquiátrico de los tiempos modernos, un psiquiátrico abierto, que por lo demás no es ajeno al espíritu que inspiró las clasificaciones del DSM, vasto parque zoológico organizado como un reino de la vigilancia infinita y el tiempo suspendido. Una sociedad que profesa semejante culto a la transparencia, la vigilancia y la abolición de su parte maldita es una sociedad perversa” (Roudinesco, 2009: 211) 

La liberación de las pulsiones sexuales, de las pulsiones de dominio (de avaricia y de acumulación, de depredación y de abuso) y de las pulsiones auto-destructivas, el empobrecimiento del discurso en favor de la imagen y el protagonismo de los cuerpos, la pasión escópica (el exhibicionismo, el voyeurismo y la espectacularización), la afirmación de sí mismo a través de la victimización del otro, son algunas de los rasgos de la pornocracia emergente, cuyos ideales solo los más aptos, es decir los más proclives a la perversión, están en condiciones de cumplir. A diferencia de la polis clásica, compuesta por neuróticos que creen en un Amo al que deben su existencia y su obediencia, en la polis perversa actual el imperativo pulsional, que es privilegiado en detrimento de la mediación por lo simbólico, propicia lo que Lebrun llama una perversión ordinaria o neo-perversión, es decir, una condición subjetiva de base neurótica pero impregnada de perversión (Lebrun, 2007). Si el sujeto moderno es kantiano en la medida que obedece a la ley que lo obliga a considerar al otro como un fin en sí mismo, la ley sadiana que ordena gozar empuja al sujeto posmoderno a considerar al otro como un medio para alcanzar sus fines. El sujeto perverso, en efecto, es aquel que se imagina ser el Otro para asegurar su goce, es decir, alguien que se coloca en relación a todo otro, en la posición del gran Otro. A diferencia del sujeto neurótico, acosado por una deuda simbólica impagable, atormentado por la culpa y la falta, el perverso cree no deber nada a nadie, es un sujeto que se autoriza para imponer su propia ley, para acercarse a lo prohibido y para renegar de las leyes de los hombres pero también de las leyes de la naturaleza (por ejemplo, renegar de la diferencia sexual). 

Con todo, si el perverso puede resultar transgresor en aquellas sociedades en las que predominan las neurosis y los neuróticos, sometidos a los dogmas, las normas o los valores trascendentes, cuando la subversión perversa deviene la norma, cuando el goce perverso está permitido y no prohibido, entonces difícilmente puede subvertirse algo y la perversión, integrada al sistema, pierde su rol de Otro de la neurosis. En este sentido tiene toda la razón Zizek cuando afirma que la neurosis, por revelar la división subjetiva y afirmar la existencia del inconsciente, es más contestataria que la perversión, que solo es transgresiva en apariencia. Por ello sostiene que pensadores como Foucault o Deleuze, al exaltar el potencial subversivo de la perversión, encarnan “el modelo de la falsa radicalización subversiva que se adecua perfectamente a la constelación existente del poder, un radicalismo transgresor falso”. (Zizek, 2001: 267)




Zizek nos recuerda que la oposición entre la histeria y la perversión es especialmente pertinente “en nuestra era de declinación del Edipo, en la que la subjetividad paradigmática no es ya la del sujeto integrado en la ley paterna mediante la castración simbólica y la función paterna, sino la del sujeto perverso polimorfo que obedece al mandato superyoico de gozar” (Zizek, 2001: 264), y en la que hemos transitado a un escenario pos-político en el que el sujeto del mercado ha desplazado al sujeto de la democracia moderna, una democracia cada vez más mercantilizada y pervertida en la que están ausentes la dimensión histérica de la falta, la interrogación y la relación ambigua respecto de la autoridad simbólica. El proyecto sadiano del capitalismo fármaco-pornográfico, dominado por el tráfico y la distribución de drogas legales e ilegales (que permiten reducir la vigilancia superyoica del neurótico y conducirlo del lado de la perversión), un imaginario pornográfico que impele a los sujetos a dotarse de un porno-cuerpo y devenir autómatas sexuales, y un culto a la violencia y la muerte que erige al canalla como nuevo héroe cultural, está en marcha. Los medios masivos de comunicación refuerzan este sistema al poner en escena el goce en todas sus formas, al estimular la pulsión escópica, erigida en pulsión dominante por encima de la pulsión epistemológica o letrada, al imponer una estética de lo grotesco y lo extremo en detrimento de la estética moderna de lo sublime. 

El boom del cine gore o del cine extremo, hiper-violento e hiper-sexual, o de los video-juegos sanguinolientos y transgresivos, muestran otro ángulo de la voluntad de goce que anima a la cultura contemporánea. En definitiva, todo indica que hemos entrado a un mundo sin vergüenza dominado por la desmesura, lo extremo, lo excesivo y lo sin límites, un mundo en el que la exhibición del goce, que se trate del goce sexual, del goce del poder (económico o político) o del goce del saber, es la regla.

Francisco De La Peña Martínez
El sujeto perverso y el capitalismo total.
Fragmento del Escrito
Publicado en Errancia, la palabra inconclusa.
Número 12, U. N. A. México. 
ARTE:
Oswaldo Guayasamín
[ Quito, 1919 / Baltimore, 1999 ]

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