La Muerte / Leopoldo Lugones







Hace unos días, la analizante llega, se sienta y dice:
"Se murió mi perra."
Cuando como analistas nos enfrentamos con este tipo de reales, es mucho más díficil escuchar. Y mucho más cuándo -en nuestro fantasma- se juega la temática a la que el otro nos congrega: en este caso, los perros. 
Toda muerte es simbólica, incluso la real. De ahí que toda muerte es castración y toda castración es muerte. Y es cierto también que el dispositivo con(voca) permanentemente a dicha castración; tanto para el analizante como para el analista que deberá ocupar el lugar de objeto para oficiar su labor. Ese lugar de objeto es un lugar (y un momento) de falta, de vacío, de no-saber, de incertidumbre, de riesgo, de silencio, de angustia, de hielo. De un hielo que esconde un cierto fuego que puede apagarse, que podría evaporarse en cualquier momento. Esa sensación de finitud la vivimos en eventos mínimos (la pérdida de una billetera o de un anillo) o en situaciones mayores (un accidente, la entrada a un quirófano, el rostro congelado de un amor que yace en un ataúd esperando la partida final o el momento de esparcir las cenizas de un ser querido).

Leopoldo Lugones se suicida con una mezcla de whisky y cianuro, en la ciudad del Tigre, en el recreo El tropezón.  El mismo tropezón fatal tuvo su hijo, treinta años después. Jacques Lacan llamó al suicidio "cobardía moral" : el sujeto no puede aceptar su castración y atraviesa la ventana del fantasma en el único Acto logrado; ya que todos los demás son fallidos. La castración, siempre positiva aunque neuróticamente nos desespere, implica aceptar las pequeñas-muertes para no caer en el Amo Absoluto a destiempo. Pablo Neruda ha declarado que si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida. De ahí que la castración a-puesta a la vida. De ahí que no hay amor sin castración. 

La analizante, en mitad de sesión, extrae un texto del autor, abre unas hojas y me invita a leer unos parráfos de un color trágicamente hermoso, como toda elegía.  Aquí me permito citarlo.


Soñé la muerte y era muy sencillo;
una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo,
con una vuelta menos me ceñía
y cada beso tuyo
era un día;
y el tiempo que mediaba entre dos besos
una noche. La muerte era muy sencilla.
.
Y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por solo un cabo entre los dedos...
Cuando de pronto te pusiste fría
y ya no me besaste...
y solté el cabo, y se me fue la vida.

Leopoldo Lugones
[ Córdoba, 1874 / Buenos Aires, 1938 ]
Historia de mi muerte.

El libro fiel, 1912.
Pintura:
William Turner
[ Reino Unido, 1775 / 1851 ]

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