Neurosis: Identificación, Síntoma, Rasgo Unario.








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El analizante llega, se sienta y dice: “Sabés que me volvió el dolor en la rodilla”- “Ah, mirá.”- Sólo murmuro y hago un silencio. Silencio que es seguido de dos temas que enuncia: su actividad extralaboral (pero tendiente a ser laboral permanentemente, con la culpa concomitante que conlleva por tratarse de un espacio básicamente lúdico y placentero para él) y sus hijos (con los cuales lleva una deuda pendiente de comunicarle una verdad que lo toma desde hace un año: su nueva relación de pareja).  Es decir que la Serie viene así: Síntoma (el dolor en rodilla), Placer, Deber. Serie que se clarifica ante mi pregunta posterior: “¿Y por qué será que hoy te agarró eso?”-
 

Su asociación es como sigue: “Ni idea… Sabés que antes de venir para acá, entró a la oficina un gerente, que en realidad es el típico gerente que nadie banca con toda su fisonomía del deber, y me preguntó [cabe aclarar que el analizante también es gerente de la misma empresa] si yo iba a hacer la charla la semana que viene. Le dije que si y me dice: que lástima que no voy a poder estar. Le pregunto por qué y dice: me tengo que operar de la rodilla. Ahora que lo pienso, ¿podés creer que se va el tipo y me agarra el dolor?”-



Sí. Nosotros, quienes creemos en la transmisión de Freud y de Lacan, sí podemos creer. Y, por si acaso nos invada cierta incredulidad, nuestros analizantes nos recuerdan semana tras semana que abandonar las enseñanzas de nuestros dos grandes maestros, sería no solo un despropósito, sino una necedad.  Vayamos a dicha enseñanza. En el Seminario 9, Lacan nos introduce más de lleno a la problemática de la identificación. Conocemos tres registros lacanianos (real, simbólico, imaginario) y conocemos tres identificaciones freudianas que Lacan llevará a su escritorio: la identificación al Padre, o a lo Real del Otro real. Mítica. La identificación al Rasgo, al síntoma. O a lo Simbólico del Otro real. Y la identificación Histérica, o a lo Imaginario del Otro real. Como vemos, siempre se tratará de la falta. Del deseo. Veamos:



Freud define a la identificación como “la más temprana ligazón afectiva” del sujeto. Es decir, identificación es (por) amor. El sujeto, vía insconsciente -obviamente-, se identifica con la falta. De allí que el Otro dona –en don de Amor- su falta. Y de allí que en los duelos siempre queda “algo” que el otro se lleva en el sujeto. Bien: como el analista está al tanto de esto, le pregunta al analizante, tras su novela recién desplegada vía asociación: “Pero vos a este gerente, a pesar de que lo consideras patético, lo admirás de algún modo, hasta podríamos decir que algo le envidiás...”- El analizante –en un principio- se defiende (¿cómo va a admirar algo de alguien que considera un terrible boludazo?) Luego hace un silencio y dice: “Bueno, en realidad representa parte de la serie que empieza en mi viejo.”-  Y allí ya no puede negar cierta admiración. Entonces:



Rodilla: síntoma, rasgo simbólico de identificación. Gerente: Amo, Serie que comienza en el Padre. Así como la histérica debe asegurar el vacío, en la obsesión se trata de obturarlo, es decir: de tapar y hacerle pito catalán al deseo. Por supuesto en ambos es lo mismo y toda neurosis se caracteriza por dejar el deseo insatisfecho, pero acá estamos ante un obsesivo y por eso aclara: “Este tipo representa todo el deber del que yo no puedo salir. Al cual permanentemente, como cuando te quiebran las rodillas, me tengo que arrodillar. Y mi padre [que fue gerente de una empresa similar durante toda su vida] es esto.”- Lo que nuestro analizante nos está diciendo es que un Padre, para el obsesivo, es un Amo frente al que hay que arrodillarse. Otra diferencia con la histeria, donde busca al Amo pero para desafiarlo. Para demostrarle que esta barrado.



(Paréntesis: el otro día una analizante me decía: “Yo nunca me enamoro de un cadete, siempre del director. Nunca de un actor de reparto, siempre del protagonista. Nunca del auxiliar de Cátedra, siempre del titular. No importa sus ragos. Importa el rasgo. Jajaja... Ahora que digo esto me doy cuenta lo que acabo de decir.”)



Volviendo: tenemos entonces, como buen Hamletiano, la tortura del obsesivo: dominar el deseo. Aquello que la histérica busca, para después de todos modos terminar huyendo, el obsesivo de entrada evita. (De allí que decimos que hay un deseo decidido para un final de análisis, claro que para eso hay que sostener la falta, aceptar perder para ganar.)



Así como Dora se identificó a su Padre porque el deseo de su Padre era la Sra. K; nuestro analizante toma el rasgo prestado de su Amo, cuyo deseo, anclado en la falta, circunscribe la prohibición y el deber. Recordemos que por deber operarse no puede concurrir a una actividad laboral, que para este gerente es fundamental. Lo que ambos sujetos desconocen es que el síntoma ubica la culpa y la demanda.



El mecanismo de conversión (acá se ve claramente como una neurosis obsesiva vira a la histeria) es, como en el caso Dora, una auténtica “cachetada en el lago” cuando vuelve y cuando cae. Pero se cierra en algo más. Dice el analizante casi al final de la sesion: “Siempre vuelvo a lo mismo: mi padre. Me acordé de lo que charlamos el otro día que fui a cenar con ellos. Él se quejaba de su vejez y me decía: “me imaginé otra vejez, viajando... Pero tu madre...”- señalando a mi vieja. Entonces le digo: ”Ah, ¿ella no quiere viajar?” “No, no es eso, no quiere dejar la casa sóla.”- Entonces digo: “Bueno, vos también elegiste. Nadie te puso un revolver... ¿Por qué no te separaste?”- A lo que el padre le responde con un oxímoron del más absoluto gongorismo Dantesco: “Hijo, hijo... ¿Cómo nos vamos a separar si estamos casados?”- El analizante cierra la anécdota relatando un cuentito que les recitó: “Me haces acordar a ese cuento donde dos viejitos, matrimonio, van al abogado para divorciarse... Cien años cada uno. El abogado le dice ”¿pero de verdad se quieren divorciar? Tantos añosss...”- “Si, ochenta años de casados. Pero ahora sí nos queremos divorciar.”- “Y por qué? Por qué ahora?”- “Porque tuvimos que esperar a que crezcan nuestros hijos. No nos separamos por ellos, pero ahora si podemos.”-




En esta viñeta clínica vemos claramente cómo Identificación no es Identidad. De allí que para Jacques Lacan, la axiomática aristotélica “A=A” (que toma también de Rusell) constituye un absurdo. La identidad unifica; es un concepto social. La identificación, al contrario, divide al sujeto.  Quizás el Amo/Padre no pueda entender el chiste que su neurótico hijo le propone. Porque eso sería entender al Sujeto, que –como expresó O. Masotta- está estructurado como un chiste. Y entender al Sujeto implicaría aceptar que se está determinado por su deseo, que no se lo puede dominar. A lo sumo, aceptarlo y convivir con la falta. Estar arrodillado es, al contrario, hacer que la falta protagonice, más allá del sujeto, la escena neurótica. Que sea más importante la cruz que se lleva que el camino a recorrer; aunque ese camino se parezca a veces al camino del Calvario.  Una cosa es estar en falta estructural, convivir, sostenerla y estar encausado por ella; y otra que la falta sea el paradigma de nuestros sueños que se van, escurridizos, por el trampolín de la neurosis.  Es valiosa la actitud de nuestros analizantes que, a pesar de los dolores de rodillas -y todos los síntomas que conforman el universo neurótico-, siguen caminando a buscar en el dispositivo de análisis, la razón de sus caídas, deslices y tropiezos. Porque, como les digo a veces: si van a llevar una cruz, al menos que sea la cruz que uno elige.



La erótica constitutiva del sujeto nace con el Rasgo Unario, que –como bien escribió Lacan, es un significante: S1, con la salvedad que es lo Uno. El Einzuger Zur freudiano funda la estructura; está por fuera, pero haciendo cadena. Es el soporte de la identificación y es desde donde se constituirá el Ideal del Yo. El ejemplo lo vemos en el Estadio del Espejo: la identificación imaginaria (el niño y el otro/espejo) debe sostenerse previa y conjuntamente con la identificación simbólica: “Tu eres mi bebé”, por ejemplo. Sólo con lo imaginario no alcanza. Los amantes no se conforman con excitarse sexualmente; “necesitan” decírselo, saberlo; demandan el acto simbólico del “te amo”: de allí el circulo de la erótica.



Cito: “Lo que justifica al neurótico como tal, en la medida en que el análisis —dejo pasar ese término tomado del discurso de ayer de mi amigo Lagache lo "valorizan"— es en la medida en que su neurosis contribuye al advenimiento de ese discurso exigido de una erótica finalmente constituida. El, por supuesto, no sabe nada de eso, y no lo busca. Y nosotros tampoco, no tenemos que buscarlo sino en la medida en que ustedes están aquí, es decir, en la medida en que les esclarezco la significación del psicoanálisis en relación a ese advenimiento exigido de una erótica, entiendan aquello por lo que es pensable que el ser humano haga también en ese terreno —¿y por qué no? el mismo agujero y que por otra parte conduce a ese instante extraño del cosmonauta en su caparazón. Es lo que les permite pensar que no busco siquiera entrever lo que podría dar una erótica futura.”  (Seminario 9, clase 14 del 14/III/62)

 

Como nos recuerda Lacan (partiendo de Psicologías de las masas y análisis del Yo, de Freud), en el final de su Seminario 5: el sujeto se sirve de sus insignias a la vez que sostiene su ideal. Insignia quiere decir, para Lacan, Rasgo Unario. Cito finalmente de la misma clase del Seminario 9: “¿Qué es lo que define al neurótico? El neurótico se entrega a una curiosa retransformación de aquello cuyo efecto padece.  El neurótico es al fin de cuentas un inocente: quiere saber.  Para saber toma la dirección más natural y es naturalmente por lo mismo que él es por allí embaucado.  El neurótico quiere retransformar el significante, en aquello de lo que él es el signo.  No sabe, y con razón, que es en tanto sujeto que ha fomentado lo siguiente: el advenimiento del significante, en tanto el significante es el borrador principal de la cosa, que es él, el sujeto, que al borrar todos los trazos de la cosa constituye el significante.  El neurótico quiere borrar ese borramiento, quiere hacer que esto no haya ocurrido.  Es ese el sentido más profundo del comportamiento ejemplar del obsesivo.  Es sobre lo que él vuelve siempre, sin poder abolir nunca su efecto, pues no hace más que reforzarlo.



Hablábamos antes de trampolín porque la neurosis bien puede ser un pasaporte para pegar el salto; o solamente una excusa para quejarse eternamente de los viajes de ensueños no logrados. El analizante entra a un análisis constituyéndose neurótico. Entra, de hecho, desde el discurso histérico, donde Lacan coloca la barradura como agente operativo que abre el discurso en sus cuatro términos. La neurosis (de transferencia) es una buena razón para no ser tan neurótico. Para no quedar arrodillado (y estoy tentado de decir: acurrucado) frente al deseo.


Marcelo Augusto Pérez
De rodillas frente al deseo.
Identificación, Síntoma, Rasgo.
Abril/2015 
Fotografía:
De la película  Jesús de Montreal
[ Guión y Dirección:  Denys Arcand / 1989 ]

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