Lacan, Dalí, Lo Bello y el Fantasma.









Dalí estaba de rodillas en su suite del Hotel Maurice la primera vez que lo vi; recordaba su nombre en letras enormes sobre una soberbia alfombra persa. Después nos encontramos tan seguido que podría escribir un libro completo a cerca de las puestas en escena que me destinaba cada vez que esperaba visita mía.


Ese día estábamos en su casa de Cadaquès.


Como de costumbre, me preguntó si le había llevado algún regalo. Del regalo, pasamos a los presentes en general y, desde luego, al primer regalo que hace un niño a su madre: los excrementos. Vale decir que en ese momento ya nos habíamos ido a la mierda. Estábamos sentados en el pequeño patio a cielo abierto. Gala estaba a mi derecha: Dalí a la derecha de Gala.


Durante nuestras entrevistas, me jugaba el honor de no cederle terreno, y siempre ir a más, subir la apuesta de lo absurdo. A fuerza de verdad, transcribo nuestro diálogo en plena crudeza de su coprolalia.



-Tengo un amigo- dice Dali -, un pintor de Niza, que tiene la intención de exponer sus propias mierdas en una galería.

-Buena idea.

-Además, me prometió mandarme una muestra gratis.

-¿Fresca o seca?

-Una de cada.

-¿Tiene usted intención de exponer las suyas?

-Pienso en ello. El Louvre es digno de la mierda de Dalí.


Gala empezaba a agitarse. Ninguno de nosotros lo tomó en cuenta e, imperturbables, continuamos en el mismo tono tranquilo la alabanza de los refinamientos de la coprofilia, la coprofagia y la cuestión excremencial como el absoluto de una ética. Con mesura, Dali me recordó que era autor de un libelo acerca de los pedos diptongos como suplemento al Arte de peer (otrosí Manual del artillero taimado) por el Conde de la Trompette. Admití haberlo leído, pero le recalqué la precedencia del gran Hipias, en que Platón, a fuer de la boca de Sócrates que pegotea el joven Hipias en las trampas de la Mayéutica, llega a hacerle decir, en el transcurso del diálogo que sostienen acerca de lo Bello, que la cosa más bella del mundo es una mierda.




Dalí convino fervorosamente y añadió con aire soñador:


-En lugar de baños de barro, querría tomar baños de mierda.

-imagine usted los torneos de clavadistas en una piscina olímpica llena de mierda.

Ya era demasiado.

-Usted es un desagradable- protestó Gala.


A medias cacheteada, a medias caricia, proyectó el dorso de su mano hacia mi cara. Yo había visto llegar el golpe, lo bloqueé por reflejo y lo tomé al vuelo de la muñeca. Ella volvió a llevarla a sus labios y, en ese mismo movimiento, bajó mi mano que aferraba la de ella.


Al día siguiente estaba de regreso en París.


Le conté a Lacan que, queriendo golpearme, Gala había cambiado de parecer mientras realizaba ese gesto y me había besado la punta de los dedos. La historia de la mierda y el beso lo fascinó tanto que me la hizo contar de cabo a rabo en sus mínimos detalles. Yo sabía que él había frecuentado al grupo surrealista, también que Dali era amigo suyo. Ya me había impresionado la analogía entre el léxico pictórico y anal. En sí, cuando desparrama sus colores sobre la tela, el gesto del pintor no es más que la supervivencia del gesto del infans que se embadurna sin asco con sus excrementos.



El lenguaje técnico de la pintura implica idéntico paralelo con las heces: se habla de "materia", de croûte ("costra", "falsificación"), de "mierda", de "fluidez", de colores que son un "pedorreo": el pintor, con o sin talento, ¿acaso no es aquel que por la senda de la sacrilización de un arte socialmente reconocido hace un movimiento compensatorio de la prohibición que en otro tiempo rigió para él de jugar con su mierda?



Otros problemas de estética me agitaban. La primera vez que hice alusión a ellos, vino a. Si labios el nombre de Da Vinci. Lacan dudó un instante, hizo una mueca y largo:



-La única certeza que nos queda es que no era pintor.



Todavía me hacían falta algunos días para dar vueltas a la frase en todos los sentidos para tomar de ella lo que se me escapaba. En ese caso específico, me vi forzado a hacer tábula raza de los automatismos de mi "cultura" y luego restituir a Leonardo en la dimensión que Freud le había adjudicado en Un recuerdo de infancia, esto es, trasladar la obra pintada a la globalidad de una ontogénesis: ¿De dónde provenía el enigma de la creación, su "porqué"?



(...) 




Que lo bello sea excitante, es un hecho pero en un registro sin la excitación genital. Habrá de denunciarse también esa otra burrada, moneda corriente entre el boderío de los sexologos: contrariamente a lo que ellos repiten, lo sexual no es algo orgánico.



El punto "G" sólo existe en sueños, en acupuntura o en fisioterapia, no en erotismo.



De modo análogo, y a la inversa, aunque uno fuera el autor del Kama Sutra, y sin negar el goce de saber, no hay saber del goce. Como por esencia es incomunicable, consecuentemente el goce no se aprende: sólo se inscribe mediante el deseo que emana de aquel a quién desgarra. Ninguna técnica es causa de ello; él no es más que efecto de ese deseo. En otros términos: en el absoluto, pese a las más deslumbrantes proezas físicas, el buen polvo no existe. O bien, se se le percibe como tal, es por efecto placebo: sólo tiene valor para el o la acompañante que padecen ese ingrediente de una técnica en el interior de la erotización de su fantasma.



Hallazgo verbal de un amigo que en Bangkok se entregó a las manos expertas de seis beldades tailandesas: "No me hizo nada, yo estaba bloqueado."


¿Qué primeras impresiones nos condicionan para orientarnos hacia aquello que más tarde, y para nuestra maravilla, por fuera de cualquier criterio estético nos excita? Como para todas las cosas padecidas, entonces, insconscientes, nuestra primera infancia está en posición de la clave. Entre un "perverso" y un "normal" -de suponer que exista una diferencia estructural entre ambos- la frontera es lábil.



(...)



Dicho de otro modo, con mayor crudeza pero también mayor claridad, ¿un hombre se pone al palo del mismo modo con una pastora que con una reina?



(...)



¿Pero cómo se coge según quién es cogido?

Los poetas, como los genios, saben sin haberlo aprendido jamás eso que no se aprende. Gracia injusta por la que precisamente son poetas. Les bastan unos pocos versos, chocarreros,a menos o ligeros, para llegar al vuelo a la entraña de las verdades en que se patinan los pontífices:



Cuando pienso en Támara,

se me para se me para.

Cuando pienso en Marlén

se me para también.

Y se me vuelve a parar

cuando pienso en Guiomar;

Pero si pienso en Naná,

ya no se me para más:

Eso de estar al palo

no se maneja, hermano.



Pierre Rey
Una temporada con Lacan
Fragmentos capítulos 7 y 11.
Letra Viva, Buenos Aires, 2005.

ARTE: 
Lidia Susana Kalibatas
 Arraigo
Sopa Caliente
Dalí engarzando a Gala
Esa rubia debilidad

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