La Mejor Oferta.






La Mejor Oferta
Guión y Dirección: Giuseppe Tornatore. Italia, 2013.

Es el tiempo del frío: ama, 
Apresúrate. El viento de las horas 
barre las calles, los caminos.
Los árboles esperan: tu no esperes, 
Éste es el tiempo de vivir, el único.
Jaime Sabines

 ...el plazo del amor es un instante
y hay que hacerlo durar como un milagro.
Mario Benedetti

La última escena de la película de Giuseppe Tornatore, “La Mejor Oferta”, puede remitirnos directamente a la primera: el protagonista está sólo; sentado en un restaurante. En la primera, el ámbito es lujoso y el director nos muestra en primer plano las burbujas de un espumante que, mecánicamente, llegará a los labios del personaje, en una copa elegante, frappé: como la vida que viene teniendo Virgil Oldman, un poco congelada, anestesiada incluso. En la última escena, él también está sólo. Ya no con una copa elegante, sino con un simple vaso de agua; en un bar temático de Praga, metáfora de ese mecanismo neurótico, de relojería, que al obsesivo se le impone como goce.
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Pero la última escena no es la misma; porque Virgil –el exitoso experto en arte- ha cambiado, ha atravesado el camino del Dante; ha pasado de la roca de un narcisismo trágico, al drama de pensarse finito y contingente al amor, a los riesgos del amor. El Viejo-Hombre Virgilio -que seguramente el director ha nombrado en honor al poeta italiano- nos remite al “Cielo y al Infierno” (“Night and Day” es el nombre del bar en cuestión) y también al Dante/Virgilio,  cuadro del pintor William-Adolphe Bouguereau, de 1850. 
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Porque esta obra de Tornatore se presenta como un cuadro cuyas pinceladas van marcando los ritmos del concierto mismo de la vida y de cómo un síntoma –vía el amor- puede caer, hacer trastabillar la personalidad (de relojería) del sujeto y, al mismo tiempo, ser el Acto mismo: porque la palabra plena (pongamos el “te-amo”) crea, punzón y estilete mediante, un nuevo espacio: de la piedra a la escultura.

Ya Freud en El malestar de la cultura, haciendo referencia a la filosofía oriental, nos recordaba que el saber-hacer-con-la-pulsión (si puedo parafrasear a Lacan cuando hablaba de saber-hacer-con-el-síntoma) implicaba un desafío al dolor pero no sin cierto sacrificio que, a la vez, conlleva otro dolor. Pero, como nos cuenta esta obra de un manera exquisita, no es lo mismo el dolor de un síntoma (o de una inhibición), que adolecer un amor. Como nos dice el Maestro, "recupera, por otra actividad, (...) sólo la dicha del sosiego". Y, como sabemos, sosegarse no es paralizarse. Y el amor, calma. Porque el bicho parlanchín busca errando, como El Holandés de Wagner, esa holofrase que le permita la transformacion estética: de la Bestia a lo Bello.

Como enunció Lacan en su seminario sobre la Ética, el sujeto con su mentira, que es su verdad -su Protón Pseudos Histérico al que aludía Freud-, trata de esconder su deseo y, como el mismo Lacan nos recuerda dos seminarios antes, es en el deseo donde encontramos el límite al dolor de existir. De allí que no es lo mismo la compulsión (a la compra de objetos, al trabajo, al juego, a lo que sea) que el sosiego de una espera; porque no es lo mismo un signo que un significante que Lacan nunca dejó de conceptualizar como lo que representa a un sujeto, para otro significante: "La evidencia entre nosotros que de una tal caída el significante sucumbe al signo surge de que, cuando no se sabe a qué santo encomendarse (dicho de otro modo: que no hay más significante por malgastar, es lo que suministra el santo), se compra cualquier cosa, por ejemplo un coche, con el que produce un signo de complicidad, si pudiera decirse, con su aburrimiento, es decir con el afecto del deseo de Otra-cosa." [Lacan, Psicoanálisis, radiofonía y televisión, 1971].

Virgil ya no es el mismo después de haber hallado un significante que lo represente. El protagonista ya no puede ser una simple piedra después del Acto (o, a lo sumo, caerá en la cuenta que uno siempre es "la piedra" del camino); después de descubrir –por primera vez en su vida- al Amor. Caen las defensas; cae el síntoma; y se abre una nueva alegoría que es –a la vez- ícono del film y de la vida: actuar tiene sus riesgos. Y así como “toda falsificación, tiene algo de original”; como hay Verdad en la Mentira, como todo amor es narcisista; y como todo falsificador deja su huella en la obra que la transforma –a la vista del experto- en falsa; Virgil no pudo darse cuenta que también en el Amor, la Mentira es la Verdad.

Marcelo Augusto Pérez
Julio / 2014
 
Post scritump: Hablando de esta película, esta semana un analizante hace un fallido. En vez de decir "la mejor oferta", dice "el mejor tiempo". Reprime "oferta" (con la carga que incluso ese significante puede tener para un sujeto cuya oblatividad se enquista en la estructura) y deja escuchar el "tiempo" con que, paralelamente, se juega un deseo y una decisión. No sólo porque se trata de un "problema de tiempo" entre la (diferencia de) edad de dos personas atravesadas por el deseo, sino porque, como el mismo analizante sabe, sólo se puede vivir en presente. De allí que la oferta no sólo es amorosa, sino única. De allí también que estilamos postergar el Acto, por la neurótica manía de buscar -para un futuro- un presente mejor.    map / 07-2014

ARTE:
Adolphe Bouguereau
1825 - 1905
Dane and Virgil in Hell

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