Arte, artistas y sociología del gusto... Pierre Bourdieu






Ustedes se han interrogado colectivamente sobre el estatus del arte contemporáneo, sobre el cuestionamiento del arte contemporáneo, sobre la crisis del arte contemporáneo, sobre la crisis de la creencia en el arte contemporáneo. Al pasar de un enunciado al otro, quizá lo hayan notado, he reformulado la pregunta: la crisis del arte es probablemente una crisis de creencia, a la cual sin duda han contribuido los propios artistas. Aquellos que creen (que creen en el arte), asumiendo el riesgo de cuestionar los fundamentos mismos de la creencia artística (es una actitud muy valiente y no se encuentra nada similar entre los escritores o los filósofos, que se sienten tan audaces). Aquellos que no creen, o que creen sobre todo en sí mismos, ofreciendo sacrificios a estrategias oportunistas (como los retornos a la tradición o las falsas rupturas del academicismo antiacadémico) que no cambian nada y contribuyen a desacreditar las verdaderas rupturas.
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He dicho al comenzar que si la ciencia del arte o, simplemente, la reflexión sobre el arte es tan difícil, es porque el arte es un objeto de creencia. Para que comprendan mejor podría decir –y esto se ha hablado mucho antes de mí– que, en cierto modo, la religión del arte ha tomado el lugar de la religión en las sociedades occidentales contemporáneas. Por ejemplo, detrás del famoso título de Malraux, La moneda de lo absoluto, hay metáfora religiosa: está lo absoluto, Dios, donde el arte es la moneda pequeña (no hay un dólar, sino centavos). Así, armado de esta metáfora, o más bien de esta analogía entre el mundo artístico y el mundo religioso, vuelvo a lo que se describe como la crisis del arte contemporáneo y, más precisamente, al problema de la Escuela de Arte que nos preocupa y que se puede pensar por analogía como un gran seminario. Al igual que en un gran seminario, quienes ingresan en la escuela donde van a formarse los sacerdotes del arte ya son creyentes que, habiéndose separado de los profanos por su creencia especial, van a reforzarla con la adquisición de una competencia especial que legitimará su trato con las obras de arte. Siendo lo sagrado aquello que está separado, la competencia adquirida en un gran seminario de arte es aquello que se necesita para atravesar sin sacrilegio la frontera entre lo sagrado y lo profano. 




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Un buen día, los barrenderos, los basureros se llevaron las obras tomándolas por basura. Esto ha dado lugar a un proceso muy interesante acerca de la diferencia entre desecho, basura y obra de arte. Sagrado problema. Hay artistas que hacen obras con desechos y la diferencia sólo es evidente para quienes poseen los principios de percepción convenientes. Evidentemente, cuando se trata de obras en un museo, es fácil reconocerlas. ¿Por qué? El museo es como una iglesia: es un lugar sagrado, la frontera entre lo sagrado y lo profano está marcada. Exponiendo un urinario o una rueda de bicicleta en un museo, Duchamp se ha contentado con recordar  que una obra de arte es una obra que está expuesta en un museo. 
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¿Por qué saben ustedes que es una obra de arte? Porque está expuesta en un museo. Ustedes saben, al atravesar la puerta del museo, que ningún objeto entra allí si no es obra de arte. Lo que no es evidente para todo el mundo. En mi investigación sobre las obras de arte –cuyos resulta- dos han sido publicados en El amor al arte–, realicé entrevistas por cierto apasionantes a gente para quien esta transmutación ontológica que experimenta la obra de arte por el simple hecho de entrar en un museo, y que se traduce en una suerte de sublimación, no funciona: hay gente que continúa teniendo una visión erótica de los desnudos, o una visión religiosa de la pietà o de los crucifijos. Imaginen que alguien se arrodille delante de una obra de Piero Della Francesca. Corre el riesgo de pasar por loco. Como dicen los filósofos, comete un “error de categoría”: toma por una obra religiosa, susceptible de un culto religioso, una obra sus- ceptible de otro culto, en otro campo, en otro juego.




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Podría aquí invocar, después de Freud, a Mallarmé, que, en un texto célebre y oscuro titulado “La música y las letras”, recuerda que no hay esencia de lo bello más allá de ese mundo literario en el cual se produce la creencia colectiva en la belleza, pura ficción que necesita no ser desmi- tificada (encontrarán un comentario de ese texto, importante para com- prender las ansiedades alrededor del arte contemporáneo, en Las reglas del arte). Contra la tradición hölderlino-heideggeriana y el culto místico de la “creación” y del “creador” como ser único, excepcional, sin historia, al cual se lo ha indebidamente asociado, Mallarmé anticipa todos los actos artísticos por los cuales los artistas han planteado el problema de los fundamentos sociales de la creencia artística, del arraigo de la “ficción” artística en la creencia que se engendra en el seno del campo artístico. 


No hay esencia de lo bello y los artistas son, entre todos los productores de bienes simbólicos, aquellos que más han avanzado en el sentido de la reflexividad sobre su práctica. La intención reflexiva es mucho más antigua en las artes plásticas que en las otras artes, y si hoy los artistas tienen problemas con la sociedad es porque le plantean proble- mas sobre su propia existencia, sobre los fundamentos sociales de su existencia –y en ese sentido están muy próximos a los sociólogos–. Si se les remite el problema de su razón de existir, es porque se lo plantean, porque dan armas al enemigo y, en cierto modo, colaboran con su propio cuestionamiento. 


Pierre-Félix Bourdieu
El sentido social del gusto
Elementos para una sociología de la cultura
Cap. 1: Cuestiones sobre el arte a partir de
una escuela de arte cuestionada.
Siglo XXI, Bs. As., 2010
ARTE:
Édouard Manet
Francia, 1832-1883
 

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