El niño, su grito y el rechazo al Otro






¿En virtud de qué inducción el sujeto es, en primer término y por principio, engañado? ¿En qué planeta vive en primera instancia, como si se tratara de un extraterrestre? Es cierto que no hizo sus pasos iniciales en esta tierra, puesto que, más exactamente que del mono, provino de la ilusión de sus padres, cuyos sueños habitó en primer lugar. Mucho antes de nacer, vivió primero en la ensoñación de sus padres, en ese planeta descentrado, propio de un deseo que no era por completo ni el de su padre, ni el de su madre, sino un anhelo oscuro que los superaba también a ellos.

En esa vida anterior a su primer vagido, él se desplazaba fuera del mundo en una dimensión ideal. Anticipadamente se conocía su nombre. Su lugar y su sexo habían sido premeditados. Delante de él, su futuro ya estaba trazado. Pero, todavía más que todos esos anhelos apuntando al futuro, fue el hecho mismo de su nacimiento el que en primer término vino a quedar por completo fuera de su alcance y pareció depender de un determinismo absoluto. ¿No le ocurrió acaso más tarde pensar o decir que él no había pedido nacer? 

Ocurre con frecuencia que el vagido del lactante no responda a ninguna demanda precisa, ni siquiera la de una presencia. En ese momento testimonia más exactamente acerca de lo que rechaza que de lo que solicita. El grito del lactante es menos el signo de una necesidad que el de un exilio que él prefiere a la dependencia. Quienquiera que se haya acercado a la cuna de un niño que llora ha podido pensar que su desamparo se explicaba por su impotencia total. Pero si escucha mejor aquello que esos gritos despiertan en él, reconocerá la violencia de su rechazo, así como la angustia que ella hace surgir en lo más profundo de su ser. Los gritos dan cuenta a un tiempo del rechazo del desamparo y del desamparo como tal y constituyen un testimonio a favor de la dignidad de la negación.

El ser más desarmado afirma su libertad paradójica y su distancia respecto de cualquier asistencia que se pretenda acercarle. A veces paroxística, la cólera del niño recién nacido muestra la potencia última de la impotencia. Los gritos significan, sin duda, el desamparo en sí, pero también el rechazo al pedido de socorro. El ángel que habita en los sueños de esas criaturas cayó a tierra cuando comenzó a decir “no”. Le fue preciso dividirse entre aquello que hubiera debido ser (ese conjunto de determinismos) y el hecho de no poder suscribir a ellos (negación de esos determinismos). Tuvo que dar cumplimiento a esa suerte de salto del ángel que lo dejó dividido, habiendo olvidado su infidelidad a una plenitud paradisíaca que él abandonó, como traidor pero también como ser viviente.

En el estado de impotencia en que se encuentra, cuando el niño pide ayuda se podría creer que es simple y llanamente a su madre de quien reclama sostén. En efecto, el grito parecería ser un pedido de socorro, si no fuera porque se expresa en el momento mismo del rechazo expulsivo. El niño rechaza aquello que al mismo tiempo reclama. Por anticipado, traiciona a aquella de quien espera una ayuda: “¡Ayúdame a dejarte y a traicionarte!” Existe una especificidad del amor “materno” que es puesta a prueba así por la vía de ese mensaje que implica una contradicción. Al rechazar aquello que el Otro le impone, el niño niega los determinismos, el lugar de objeto fálico que se le asigna. Pero al mismo tiempo demanda ser reconocido como aquel que niega, es decir, como sujeto. Soportar los gritos de un niño es aceptar ser rechazado como Otro todopoderoso.

Gérard Pommier
Extracto de su texto:
¿Qué es lo real? 
Ed. Nueva Visión / 2005
ARTES PLÁSTICAS:
Diego Corrarello
Buenos Aires / Argentina

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