El engaño del verbo / La enfermedad como demanda


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Umberto Eco decía que la semiología estudia todo aquello que puede mentir. ¿Y qué es lo que puede mentir?  La palabra. Freud descubre que el sujeto miente. Porque no hay sujeto fuera del orden del lenguaje, por lo tanto la división -la barra con la que Lacan poda al sujeto- no sólo es la barra que divide al significante del significado, sino también la que divide saber y goce. Como los animales no hablan, no mienten. Por eso tienen un saber fijo sobre el objeto. El objeto remite a un signo, no a un significante. Y -como no mienten- no se enferman. El animal logrado no necesita demandar nada a nadie y, sobre todo, tiene instinto que -por definición- es de vida: nunca podría darse el lujo de permitir abortar el lazo-con-su-semejante. (Volveremos sobre este punto en unos parráfos más abajo).

¿Y si la palabra engaña, qué es lo que no engaña? Lacan lo responde taxativa y claramente: la angustia. Elemento que Lacan no ha dudado en llamar incluso "el único afecto". (Escuchemos en este axioma, también, el narcisismo operante en todo sujeto: todo parte y termina allí.) Por eso, porque la angustia no engaña y la palabra sí, el sujeto se percata de que (se) mintió en el momento que la angustia lo afecta. Se percata que "El Yo no es más que un síntoma", se percata que "La única enfermedad verdadera es la pasión por el Yo", se percata, en definitiva, que cuando dijo "te odio" en realidad quería haber dicho "te amo".  Acá también el animal está a salvo. El animal (obviamente el logrado, el que está por fuera del muro-del-lenguaje) no se angustia. La angustia y el saber-sobre-la-muerte (que son isomórficos por no decir sinónimos) pertenecen sólo a la experiencia humana.


La palabra engaña cuando gana el YO y no permite escuchar al deseo. Si el analista no supiese esto, pensaría que cuando los analizantes lloran "por ella", "por la sociedad", "por el jefe", en realidad es por estas cosas: el sujeto habla desde él, siempre, y por lo tanto la división que se le produce -vía la angustia- es POR él, por nadie más. Por eso hace tiempo postié un recorte que me relató una colega donde su nietito (parado frente al portarretratos de su bisabuela recientemente muerta) declaraba sin tapujo y con angustia: "Abu, vos sí que me querías mucho"- Es un claro ejemplo de esto y de como el lenguaje llega del Otro en forma invertida: el sujeto no dijo "yo te quería mucho", se está angustiando por lo que perdió y es bien claro en ese punto. El analista -sin perder su sensibilidad- no tiene que engañarse cuando escucha llorar al analizante. Porque si se engaña nunca toca el goce.
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Si las palabras no engañasen: ¿Cómo entender sino las reiteradas demandas (de amor)? No son más que la certeza que tiene el sujeto de que, justamente, no hay certezas. Es decir: que vamos hacia la muerte. Y es una manera de negarla. El amante sabe que las palabras mienten, por eso pide una vez y otra vez más... Por eso necesita engancharse en otros imaginarios.  Esta semana un analizante comentó que tuvo que salir corriendo a la noche junto a su mujer porque ella comenzó a tener dolores tipo cólico renal. En cuatro horas, estuvieron hasta las cinco de la mañana, le sacaron todo tipo de análisis incluyendo ecografías con resultado nulo. Y también no sólo la inyectaron dos veces, sino cuatro, y los dolores nunca pararon. (Bueno, no vamos a descubrir ahora que por más antipsicóticos que se prescriban en una urgencia, es dificil parar el brote del significante.) Esta mujer, que está en análisis hace años, cayó rápido en la cuenta que era todo histeria: una demanda hacia su pareja (mi analizante) por razones que no vienen al caso pero entroncadas en la historia de la relación. Ahora: aùn aunque sí haga una enfermedad (supongamos que sí sea un cólico o piedras o lo que sea...) esto no implica que el síntoma aparezca en un momento y no en otro: todos tenemos oncogenes; no todos desarrollan un cáncer. Y el tema es cuándo y porqué surge en ese momento. (Capitulizando el historial de pacientes con cáncer o cualquier otra enfermedad, se llega por lo general a historizar perfectamente -a través del discurso del caso por caso- dónde comenzó el disparo inicial. A veces no hace falta más que escuchar lo que el paciente dice cuando entra al quirófano o cuando se despierta de la anestesia: muchas veces ahí está todo.)

Por eso cuando la enfermedad aparece durante un análisis, hay que escuchar bien cómo se está jugando el deseo en el analizante. La enfermedad aparece -ya lo dijimos infinitas veces- como respuesta a la no respuesta del Otro (y del otro-imaginario) ¿De qué se quejan los amantes cuando se separan, cuando se divorcian? De las palabras. De las palabras que se prometieron. De lo que no se pudo cumplir. Advierten que los símbolos (imaginarios) no alcanzaron. Lo díficil es aceptar que el sujeto está barrado desde el origen, el tema es que en el enamoramiento eso queda camuflado y vemos al otro sin faltas; o son mayores las ganancias que obtenemos (a pesar de esas faltas) que las pérdidas. 

Los síntomas aparecen por impotencia. Por no bancarse la falta (propia y la del otro/Otro). Por no entender que el verbo no alcanza (aunque trata de cubrir bastante esa hiancia) y que el goce absoluto (con el objeto perdido) es mítico. En definitiva: nos enfermamos por no bancarnos el No-Todo y -a la vez- para demandar eso que sigue siendo metonímicamente escurridizo, porque el Otro está en déficit.

Como se ve, la palabra es en un punto ficción cuando el imaginario (el YO) se entromete. Por eso el cuerpo tiene su estructura ficticia en lo imaginario. La palabra imaginaria es la palabra despojada del real (desafectada de la angustia), como por ejemplo cuando el analizante comienza a hablar del piripipi y zarazaraza: tira curriculum (no solo académico sino de sus ideales), cuenta anécdotas, etc. No implica eso que la escucha de cada analista no pueda ir podando ese imaginario y escuchar tonos de lo real: fallidos, bemoles, entrecortamientos, subrayados, etc.  Massimo Recalcati decía que la palabra vacía (la que Lacan sitúa en lo imaginario del dialógo) es la que está despojada del deseo. (Habíamos hablado de esto en un posteo anterior: http://psicocorreo.blogspot.com.ar/2010/04/yo-completo-palabra-vacia.html ) Por eso en el Habla-Vacía (el blablabla) hay que buscar el Habla-Plena. Por eso en el blablabla habla el YO, mientras en la otra habla el sujeto (del deseo). Y por eso "la angustia es la brújula del deseo", "lo que no engaña". 
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El significante no engaña cuando, despojado del imaginario, toca el real. Por eso muchos sujetos -aún en relaciones largas- no pueden decir "te amo". Decir te-amo implica el anudamiento de los tres registros: lo digo con lo real (con el deseo, con la angustia, con el corazón-órgano), lo digo con el imaginario (con el cuerpo, a pesar de mi orgullo y a pesar de mi falicismo) y lo digo con lo simbólico (con la palabra). Por eso el amante siempre quiere escuchar (del amado) la misma holofrase; el mismo performativo: te-amo. Porque habiendo dado sus tres-registros no puede menos que pedir lo mismo: no se conforma con el "yo también". Por algo será ¿no? Será quizás porque sabe perfectamente que para decirlo se juega su ser. (Estoy hablando del primer te-amo; que por supuesto ni de lejos es igual a los otros).
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El significante no engaña cuando no nos remitimos a un significado fijo; cuando nos permite escuchar el real detrás de lo simbólico. Cuando el analizante puede ir a otro significante y formar cadena: los desfiladeros del significante (Lacan dixit) son los que nos permiten bordear al deseo. Por eso lo opuesto al goce mortífero, a la pulsión, es el deseo. Claro que el deseo no siempre se puede sostener: es decir, escuchar


En definitiva: si las palabras no engañasen, no habría poesía, no habría música, no habría arte: todas creaciones exclusivas del sujeto-del-lenguaje que intentan -justamente y como también intenta el discurso de la Ciencia- taponar ese hueco estructural. Si las palabras no engañasen el Otro estaría sin barrar, completo.  Pero como no todo es significante (por eso Lacan diferencia el FALO y el OBJETO, que parecería que representan lo mismo, pero no) hay un vacío por donde ya el engaño es imposible de seguir "engañandólo".  Por eso el animal no puede fingir que finge. El tero pretende engañar a los otros animales: pone el huevo en un lugar y pega el grito en otro; pero lo que no puede hacer es gritar en donde puso el huevo: los animales no mienten porque no tienen un lenguaje agujereado.

Ya sabemos: el valor de la vida lo constituye la muerte. Por eso no entiendo cuando los colegas hablan de "castración" en sentido negativo (incluso leyendo a Freud desde un lugar totalmente erróneo); sino fuese por la muerte (la castración es muerte -de nuestro narcisismo-) no habría deseo: de vida y de lazo.  Por eso los animales no se angustian: porque toda angustia es de castración y el animal no puede romper su lazo instintual con el otro. Por eso no hay nada más narcisístico que la enfermedad, que es el lazo-hacia-sí-mismo: y esto está en el Freud de 1910: la enfermedad es "introyecciòn de la libido": es decir que el sujeto -al estar enfermo- no sólo introyecta su libido ("el otro no me importa" / "el protagónico soy yo" / etc) sino que además -como toda enfermedad es demanda y en cada caso hay que investigar a quién se le demanda- hace que la libido del otro (libido en Lacan quiere decir deseo) vuelva sobre él: "ocupate de mi, no de vos"-  

El neurótico que no recibe respuesta (es decir: cuando la demanda no puede hilarse a un significante que pare el deslizamiento) es capaz de llegar a límites infernales haciendo síntomas mortíferos, como cualquiera de los ejemplos clínicos que escuchamos en lo cotidiano y que el Maestro Vienés se encargó de de-codificar apartándose -como pudo- de la neurología. Y el  neurótico que no puede más que demandar un goce absoluto, es porque sigue pensando(se) el FALITO del Otro; es decir: porque sigue sosteniendo un Otro Omnipotente. Por eso digo siempre en las sesiones: "Querete menos"- Por eso uno se enferma cuando se la creyó: o -más exactamente- siempre se la creyó y cuando advirtió que no pudo, se enferma. 
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¿Se entiende -entonces- porque el YO es una enfermedad, y la verdadera pasión del sujeto? ¿De dónde sacan algunos que existe el altruìsmo y que -por ejemplo- una Madre hace todo por su hijo? ¿De dónde sacan algunos que hay amor incondicional? Si justamente lo que se atestigua con esto es que el Otro siempre pide "la libra de carne", es decir: siempre se las cobra. La enfermedad y la neurosis muestran muy claramente los estragos que hace en un sujeto un Otro que siempre intentó taparle la falta: la bulímica y la anoréxica gritan permanentemente este avatar: es el eterno rechazo al Otro que quiere comérselo. Esto termina conviertiendo al niño en un insatisfecho extremo (en un bulímico de la demanda) y -como a veces el Otro no puede responderla- en la enfermedad o en la infelicidad recurrente.


Por eso digo a veces que "enfermarse es un lujo": hay sujetos que -en el desamparo total- no pueden demandar nada a nadie: por ejemplo los excluidos sociales que noche a noche se meten en los containers de basura a buscar los restos de comida. Lo que el naif neurótico no puede sostener, es que su deseo sirve como defensa ante la muerte real, es decir: entender que la castración simbólica (del YO) es en pro del deseo; y en contra de la muerte real; y que toda castración implica muerte-parcial: perder algo para ganar otra cosa. No puede entender que haga lo que haga lo hace por él: incluso si decide morirse-totalmente.
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Marcelo Augusto Pérez
Los animales no mienten
Julio / 2013

arte:
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