Lacan sin Freud







 
Desde el comienzo, desde las discusiones entre Freud y Breuer a propósito de la publicación de sus Estudios sobre la histeria, la literatura analítica tuvo que vérselas con los riesgos y beneficios de quedar asimilada a la literatura erótica. Una cosa era hablar, como quería Breuer, de estados segundos o estados hipnoides, emparentando la histeria a disfunciones neurológicas y al síndrome confusional; otra cosa muy distinta era vincularla con los suspiros de una mujer por su cuñado. Lo que vino después, la teoría del trauma y la seducción sexual precoz, enseguida eclipsada por el retrato del niño como perverso polimorfo incestuoso, no hizo más que empeorar la situación. Más allá de los resultados médicos que el psicoanálisis prometía, a esa práctica de conversaciones privadas acerca del sexo y a esa teoría que apuntaba a un orden que, por enrevesado que fuese, se inclinaba por los beneficios de la satisfacción, les faltaba el decoro de la literatura científica. Las convenciones del género científico daban por hecho y hasta exigían que la verdad fuera atea, pero todavía no indecente.

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Cincuenta años más tarde, en 1948, los primeros pasos hacia la profesionalización del psicoanálisis despertaban en Buenos Aires igual clase de suspicacias. 1948 es también el año de la publicación de El túnel, la novela del escritor argentino Ernesto Sábato; allí se cuenta que cuando su protagonista, Juan Pablo Castel (pintor de éxito y loco del lugar común), es invitado en el cuarto capítulo a un cóctel de la Asociación Psicoanalítica Argentina, él no tarda en detectar la sintonía inestable del nuevo grupo:
Todo era tan elegante que sentí vergüenza por mi traje viejo y mis rodilleras. Y sin embargo, la sensación de grotesco que experimentaba no era exactamente por eso sino por algo que no terminaba de definir. Culminó cuando una chica muy fina, mientras me ofrecía unos sándwiches, comentaba con un señor no sé qué problema del masoquismo anal. (...) Damas y caballeros tan aseados emitiendo palabras génito-urinarias.



Castel, entonces, huye (El túnel es un incansable maratón) precipitadamente escaleras abajo hacia la calle Rodríguez Peña, seguramente llevándose por delante --aunque Sábato se haya olvidado de contarlo-- la mesa de librería dominada por una pila del volumen iv n°3 de 1946 de la Revista Argentina de Psicoanálisis, puesto que el cuarto capítulo de El túnel transcurre, en efecto, en la primavera del 46. Con los años, ese será uno de los números más curioseados de la revista. El analista fundador Arnaldo Rascovski publicó en sus páginas, bajo el título de "Interpretación psicodinámica de la función tiroidea", el caso de su paciente Emilio Rodrigué, quien se convertiría en uno de los analistas didactas más influyentes de los setenta en la Argentina. Muy a lo Breuer, Rascovski documenta científicamente la remisión del mixedema, del edema palpebral, de la macroglosia y el ascenso de las cifras del metabolismo basal luego de 400 horas de análisis. (Por no mencionar las radiografías de la solución de un proceso flemonoso en una muela incluida.) ¿Pero cómo lo ha conseguido? A la manera de Freud. Anotando que al niño Rodrigué lo vistió la niñera hasta los 9 años; que el joven Rodrigué exhibe una: "intensa tolerancia por expresiones pregenitales de la sexualidad marcadamente pueril y masoquística", y sufre de: "un intenso temor a la castración donde aparecían volcados sus propios contenidos sádico orales hacia la mujer, en la forma de la clásica fantasía de la vagina castrante ... que veía como un conducto tortuoso lleno de piedras que trituraban al pene". Sin omitir los brillantes resultados de la cura: no solamente mejora la función tiroidea y la dentadura de Rodrigué sino además, y como condición determinante, el paciente alcanza "una genitalidad suficiente que le permitió la elección de objetos adecuados". En El antiyo-yo, su primera autobiografía, Rodrigué evocará ese artículo, levantando la reserva de su identidad (el paciente n.n. de Rascovski soy yo), respaldando la veracidad de los datos clínicos y admitiendo: "me daban calor las cosas que decía de mí". Es en este contexto que Borges definirá el psicoanálisis como la rama erótica de la ciencia ficción. Ahora bien, Freud no había retrocedido ante el semblante chistoso de la interpretación de los síntomas ni ante lo novelesco de la cura; en su lugar respondió escribiendo sucesivamente El chiste y su relación con lo inconsciente en 1905 y El delirio y los sueños en la Gradiva de Jensen en 1906.

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En un comienzo --continua monologando Castel, que a esta altura de sus estudios habla más parecido a un lacaniano de los noventa que a un pintor de los cuarenta-- yo había asumido que, en el sistema Lacan, el relato ejemplar de la Gradiva de Jensen había sido sustituido por "La carta robada" de Poe. Ese cuento de una reina infiel (como María Iribarne) y un rey ciego (como su esposo), ciego de imbecilidad, "de la imbecilidad que corresponde justamente al Sujeto", precisa Lacan. Pero al avanzar mis estudios encontré candidaturas mucho más acertadas en las novelas eróticas y los ensayos asociados de Bataille, Klossowski y Blanchot --influencias que Lacan no ocultó ni se ahorró de elogiar.

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Difícilmente la curiosidad y las preocupaciones de Lacan pudieron haberse sustraído al atractivo de la relación de su hijastra con ese pintor pedófilo y genial. Y quizá no haya sido un dato indiferente que Balthus fuera hermano de Pierre Klossowski --su verdadero nombre era Balthasar Klossowski. Inclinado a fantasear y habitar los otros amores de María Iribarne, estos datos apasionarían a Castel hasta la certeza. Pero el matrimonio Lacan tenía una intensa vida social. ¿Por qué las inclinaciones epistémicas de la celotipia y voyeurismo habría de anteponer esos tres candidatos? ¿Por qué no considerar que si eventualmente el interés cayó sobre ellos fue recién después de haberlos leído? Si aceptamos que la lectura de esos libros de erotismo oscuro pudieron tener algún papel en su tarea de analista, es decir, si la hipótesis absolutoria de Castel fuera cierta, entonces podría concluirse que, con Lacan, la literatura analítica habría sabido esquivar la maldición de la literatura erótica y, en vez de dejarse incluir incómodamente en su género, esta vez habría aprendido a servirse de ella.


Jorge Baños Orellana
El Freud al que Lacan no retornaba
Extracto de la Primera y Segunda parte
14/12/2000 y 21/12/2000
Publicado por www.elsigma.com   

Arte:
Eder Galdino
Freud / Caricatura
edergaldino.arteblog.com.br


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