Naturaleza o Cultura

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…No puedo evitar plantear que la sexualidad es una terceridad, un producto del interjuego entre un sujeto y un objeto que se orbitan mutuamente. Esta especie de resultado no está exenta de riesgos, así como los que pensamos sobre este sujeto y este objeto no estamos a salvo de la tentación de olvidar este tercer término y gozar eternamente con un imaginario puramente dualista. Esta sexualidad es la sexualidad que existe como una lógica de términos: una operación que captura el deseo y que crea un espacio determinado por las leyes de éste. Esto no es lo nuevo de las nuevas sexualidades. Esto es lo humano. Ya desde la entrada de la carne en el lenguaje que la hace cuerpo, o desde la entrada del lenguaje en la carne ― como fuera que se quiera entender ―, se inicia la maquinaria del deseo: la gravitación del sujeto hacia ese objeto que, a la vez, calla y nunca deja de convocar, un juego de incontables aproximaciones que como resultado dan sólo un límite. Esta lógica es la lógica de la hipérbola: a medida que el sujeto (se) tiende al objeto, a medida que la distancia parece achicarse, el efecto es de una captura nunca lograda. Se encontrarán sólo en el punto imaginario en el que las paralelas se cruzan; esto es, se puede solamente imaginar un encuentro en el lugar de lo absoluto imposible para lo humano, el lugar de lo infinito. La sexualidad, como función, es asintótica. Poco significa hablar de la interdicción en la sexualidad: No se puede prohibir lo imposible. Más bien deberíamos hablar de la prohibición de creer que ese punto imaginario es alcanzable. La matemática no precisa prohibir la división por cero sino simplemente exponerla como un esfuerzo inútil. La verdadera renegación es descreer e intentar una y otra vez buscar el resultado de una operación imposible. No hay significante para esa cantidad que resulta de repartir algo entre nada: sólo podemos imaginarla como lo que está más allá de lo humano, en el más allá más auténticamente freudiano.

(…)

Al poder le conviene la sexualidad siempre y cuando permanezca desanudada. Es la cultura (la del malestar) la que se encarga de mantener la sexualidad en registros discretos, discontinuos, cientifizados, psicologizados. Pensemos una sexualidad real, una sexualidad imaginaria y una sexualidad simbólica como los registros desde los cuales operan la cultura y la historia. Tal vez a partir de una descripción de estos tres órdenes podamos descubrir qué hay de nuevo en las nuevas sexualidades.

Hace unos años, me tocó participar en un debate televisivo sobre la homosexualidad y la posibilidad de que algún día se legalizara el casamiento gay. El panel estaba formado por una socióloga, la madre de uno de los integrantes de una pareja gay, un periodista muy prestigioso en esa época y yo. Cada uno dijo lo suyo a su turno hasta que le tocó hablar al periodista invitado. Éste se limitó sacar de su bolsillo un juego de enchufes. Los mostró a la cámara mientras los unía y desunía repetidamente. “Esta es la sexualidad humana”, dijo a modo de explicación. O sea, la sexualidad (humana, gracias por la aclaración) se trataba de apéndices y cavidades. Punto final.

Este ejemplo habla de lo que una cultura puede sancionar como la sexualidad (humana): Un ejercicio de fricciones de mucosas en un ambiente de tejidos en el que las terminaciones nerviosas privilegian ciertas sensaciones placenteras. Es una sexualidad que refiere al entrechocamiento de órganos que tienen su propia mecánica y su propia lógica en su manera de inter-encajarse. Cuesta creer que 100 años de psicoanálisis no hayan dejado a la cultura mejor parada frente a la sexualidad pero ejemplos como este abundan ¿No es el discurso de alguna educación sexual escolar bastante parecido al del periodista con sus enchufes? Al receptor del mensaje de esta educación se le muestra que tiene un cuerpo, se le explica su mecánica, se le indica qué se hace con ese cuerpo y se le revela el resultado. La sexualidad real presenta un cuerpo cadaverizado, devuelto a la carne pura y sin significación. La sexualidad desde lo real es un precioso instrumento para el poder porque universaliza el cuerpo, le roba la posibilidad de una historia, y, lo que es mucho más peligroso aún, lo deja en el lugar de la mercancía de intercambio. El cuerpo banalizado es el objeto de la más genuina meretrización: la de no ser sabido propio.

¿Será por esta razón que tantas personas deben marcar la carne designificada para reconocerla como propia? Una consecuencia de la sexualidad registrada como real es la intervención continua sobre la carne: cortes, mutilaciones, inscripciones, escrituras, y mutaciones quirúrgicas tan radicales que producen un cuerpo en constante situación de ser rescatado de lo real.


Claudio Kairuz
“Contra Natura”
Extracto de Texto Publicado en:
Actualidad Psicológica, Nº 378
Septiembre 2009, Buenos Aires.

(Gracias Wally por acercarme tu texto.)
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 Arte:
Jackson Pollock 1912-1956
The Moon-Woman Cuts the Circle / 1943
 www.jacksonpollock.com
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