Foucault & Kant

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Que durante veinticinco años Kant haya enseñado Antropología se debe sin duda a otra cosa que a las exigencias de su vida universitaria; esa obstinación está ligada a la estructura misma del problema kantiano: ¿cómo pensar, analizar, justificar y fundar la finitud, dentro de una reflexión que no pasa por una ontología de lo infinito, y no se excusa en una filosofía de lo absoluto? Pregunta que está efectivamente en juego en la Antropología, pero que no puede adquirir en ella sus dimensiones verdaderas, puesto que no puede ser reflejada por ella misma en un pensamiento empírico. Allí reside el carácter marginal de la Antropología con respecto a la empresa kantiana: es a la vez lo esencial y lo no esencial, ese borde constante en referencia al cual el centro está siempre desplazado, pero que incesantemente remite a él y lo interroga.
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El carácter necesario de la apariencia trascendental se ha interpretado, cada vez con más frecuencia, no como una estructura de la verdad, del fenómeno y de la experiencia, sino como uno de los estigmas concretos de la finitud. Lo que Kant designaba en ella –de manera por demás ambigua- como “natural” ha sido olvidado como forma fundamental de la relación con el objeto y recuperado como “naturaleza” de la naturaleza humana.  La ilusión, por consiguiente, en lugar de ser definida por el movimiento que la criticaba dentro de una reflexión sobre el conocimiento, estaba referida a un nivel anterior en el que ella aparecía a la vez desdoblada y fundada: devenía verdad de la verdad –aquello a partir de lo cual la verdad está siempre allí y no es jamás dada-; se volvía así la razón de ser y la fuente de la crítica, el punto de origen de ese movimiento por el cual el hombre pierde la verdad y se encuentra incesantemente llamado por ella.  Esta ilusión definida ahora como finitud se convertía, por excelencia, en el retraimiento de la verdad: aquello en lo que ésta se esconde, y aquello en lo que siempre la podemos volver a encontrar.
Es así como la ilusión antropológica es, desde un punto de vista estructural, como el reverso, la imagen en espejo de la ilusión trascendental.
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Se puede comprender entonces por qué, en un solo movimiento característico de la reflexión en nuestra época, todo conocimiento del hombre se da como dialectizado de entrada o dialectizable de pleno derecho –adoptando en todo caso un sentido en el que se trata del retorno a lo originario, a lo auténtico, a la actividad fundado, a aquello por lo cual hay en el mundo significaciones-; y toda filosofía se da como pudiéndose comunicar con las ciencias del hombre o las reflexiones empíricas sobre el hombre sin rodeos mediante una crítica, una epistemología o una teoría del conocimiento.  La antropología es ese camino secreto, el cual, hacia los fundamentos de nuestro saber, por obra de una mediación no sometida a reflexión, religa la experiencia del hombre y la filosofía.  Los valores insidiosos de la pregunta: Was ist der Mensch? (¿Qué es el hombre?) son responsables de ese campo homogéneo, desestructurado, indefinidamente reversible en el que el hombre da su verdad como alma de la verdad.  Las nociones polimorfas de “sentido”, de “estructura”, de “génesis” –cualquiera que sea el valor que pudieran tener y que sería justo restituirles en un pensamiento riguroso- no indican de momento otra cosa que la confusión del dominio en el que adoptan su rol de comunicación. Que circulen indiferenciadamente en todas las ciencias humanas y en la filosofía no funda un derecho a pensar como de una sola pieza a ésta y aquéllas, sino que únicamente señala la incapacidad en la que nos hallamos de ejercer contra esta ilusión antropológica una verdadera crítica.
Y sin embargo hemos recibido el modelo de esta crítica hace más de medio siglo. La empresa nietzscheana podría ser entendida como el punto de cesación dado por fin a la proliferación de la interrogación sobre el hombre. La muerte de Dios no se ha manifestado, en efecto, en un gesto doblemente asesino que, al ponerle un término al absoluto, sea al mismo tiempo asesino del hombre mismo.  Pues el hombre, en su finitud, no es separable del infinito del que es al mismo tiempo la negación y el heraldo; en la muerte del hombre es donde se realiza la muerte de Dios. ¿No es posible concebir una crítica de la finitud que sería liberadora tanto con respecto al hombre como con respecto a lo infinito, y que mostraría que la finitud no es término, sino esta curvatura y este nudo del tiempo en los que el final es el comienzo?
La trayectoria de la pregunta: Was ist der Mensch (¿Qué es el hombre?) en el campo de la filosofía se acaba en la respuesta que la recusa y la desarma: der Ûbermensch (el superhombre).

Michel Foucault
Una lectura de Kant
Introducción a la antropología en sentido pragmático
Extracto del Texto de Ed. Siglo XXI; Buenos Aires, 2009.


/ I. Kant publica Antropología en sentido pragmático en 1798 /


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