El Pacto con el Narcisismo

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El psicoanálisis lucha contra el goce que esclaviza al sujeto. El fantasma neurótico –al ser masoquista, es decir: perverso-, toma al sujeto y lo bloquea en el marco de una escena donde –repetición mediante- le es difícil cortar. Este corte es solidario –paradójicamente- a la aniquilación que el Sujeto intenta realizar al Otro, vía el fantasma: es decir que estamos a nivel del Estadio del Espejo: el sujeto –vía su fantasma- intenta abolir –castrar- al Otro (por eso todo deseo efectivamente realizable es incestuoso y parricida) pero, a la vez, se consume embutido en una escena que lo encadena en su goce.
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El avasallamiento del goce –que es lo que empuja a un sujeto demandar un análisis- se correlaciona con la organización narcísica de la estructura. Cortar ese vaivén fantasmático viene de la mano del corte de ese goce; es decir –entonces- que toda castración es castración del narcisismo. Por eso el psicoanálisis brega a favor de la castración y entiende que siempre es del YO. Es decir que para nosotros, el Sujeto sufre porque padece de un YO fuerte; porque no se permite ceder y queda entrampado en su fantasma.  La pulsión –dentro de este marco- no es más que la respuesta a la Demanda que el sujeto no puede tramitar por no castrarse y entonces actúa o sintomatiza. Por supuesto –y como sabemos- toda castración conlleva un monto de angustia y por eso el sujeto prefiere taponar(lo) en vez de sujetarse a la Ley del deseo.
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Lo repetimos entonces: es por el YO fuerte –que por algo Lacan definió como "la única verdadera enfermedad del sujeto”- que se padece; y no hay modo de enfrentar ese YO que con la Ley de la Castración que la Metáfora Paterna somete. Cuando la Metáfora Paterna falla, el sujeto construye una metáfora fóbica, una metáfora delirante, una inhibición, un síntoma… De ahí que la Castración siempre se entiende en términos positivos aunque para el fantasma neurótico implique una porción de muerte. Pero, como también sabemos, es gracias a que algo muere que la vida puede manifestarse.
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Por ejemplo, un analizante llega con su queja a-cuesta culpando al Otro (institución donde trabaja, padres, pareja, hijos, hermanos, etc.) de su padecimiento; pero al poco tiempo advierte que esa queja conlleva un vínculo con su narcisismo muy puntual: el sujeto se-sostiene (y sostiene su dolor) a partir de no poder ceder en su YO y aceptar la pérdida que toda castración conlleva: ¿Para qué? Para ganar otra cosa, lógico.  Esa pérdida lleva ímplicita a-catar una Ley.
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¿Dónde queda ubicado un sujeto sin Ley? Queda ubicado del lado del goce. El tema es que el Todo-Goce que el sujeto cree posible, es mítico. De ahí también que sólo en el fantasma se puede decir que el Sujeto ejecuta su deseo. Pues bien: entonces el sujeto, con frasecitas de ocasión como “¿Qué hice yo?” o “¿Por qué a mi?” o “Yo que soy tan buenito…” o no sólo con frases sino con actos puntuales (huidas, abandonos, calvarios, mostraciones de escenas al Otro, etc.) se posiciona en su masoquismo gozante victimizándose a costa de ganar un goce incestuoso (o un amor-imaginario incondicional mítico).
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Se ve entonces como los sujetos sostienen el deseo insatisfecho (histérico por definición) y –a la vez- recusan su masoquismo en orden de no subjetivar la apuesta por la responsabilidad. Es decir: si soy víctima, la culpa es del otro. Por eso un psicoanálisis siempre llevará al sujeto a responsabilizarse de “su atroz destino”. 

El otro día un analizante enunciaba: “De mis dos exparejas tengo un mismo recuerdo en común, cuando volví a verlos en distintos momentos: de la primera como dejó intacta la casa que vivíamos; de la otra, como se dejó puesta la alianza después que nos divorciamos…” Claro, porque cuando lo simbólico no llega a a-nudarse o no se puede sostener, entonces se deja abandonado en el imaginario, que siempre engaña. Hay sujetos que –negación mediante- llevan en sus venas la fragancia lejana de un Paraíso Perdido que comienza a transformarse en vaho doliente; suelen ser los mismos que reniegan –paradójicamente- de la Palabra: no hay Pacto que valga a la hora de gozar sin Castración. El único Pacto que nunca se rompe es con el YO.
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Un psicoanálisis puede permitir que se abra esa órbita pulsional en dónde el sujeto gira sin cesar repitiendo sus síntomas, sus actings; atravesándo los vestigios de ese fantasma –esa traza con que fue tomado-; huellas que van marcando una novela tan espesa y admisible  que hace que se terminen por creer en la fatalidad del destino y  que ese destino es un problema del Otro al que, como dijimos upsupra, hay que abolir para liberarse.  
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Una cosa es saber sobre la fatalidad de lo inconsciente (enamorarse está en este marco) y otra aceptar todo acontecimiento sin valor ni estima dejando liberado al “destino” los avatares pulsionales que en realidad incumben a cada subjetividad.  Elegir es un Acto. Y todo Acto –fallido por definición- implica pérdida. El neurótico escapa porque toda castración –al ir en contra del sostén narcísico- le impone cierta veda de goce. Y gozar es  una premisa netamente humana: ya lo descubrió Freud cuando entendió que la sexualidad se organiza en un polimorfismo perverso. El neurótico no es más que un niño pulsional que rechaza sistemáticamente que se le imponga la Ley.  Todo Acto es una decisión pero también es cierto que la no-decisión (la procrastinación hamletiana) es también una elección que se presenta como alternativa de aplazo. Muchas veces –quizás- rezagar es preferible al Acto Activo pero lo que olvidamos como buenos neuróticos es que el Amo Absoluto –la Muerte- existe creeyendo que nunca alcanzará a nuestro tan vigoroso y obcecado YO.
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Marcelo Augusto Pérez
Febrero / 2012

Arte:
Abiezer Agudelo
Colombia
Rostros en abstracción

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