La enfermedad del lenguaje

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Como sentenció Heidegger; estamos habitados por el lenguaje; es decir que el lenguaje no es instrumento del hombre sino que lo habitamos: él está antes. Y ya que somos hablados, entonces somos poema antes que poetas. Esta sutileza funda al sujeto. Sutileza por cierto cara a los lingüistas, a la ciencia y a quienes insisten en proclamar que es gracias al lenguaje que los humanos podemos comunicarnos; entender de qué se trata. El sujeto, justamente por el lenguaje, ha perdido todo intento de comunicación posible; recordemos al maestro Lacan: “uno le habla al que no es de lo que no sabe”. Ergo, la primera conclusión que golpea se lee así: el sujeto no habla para comunicarse; el sujeto habla porque encuentra un goce que lo empuja; porque lo inconsciente lo determina y, entonces, hablando, goza. (Definición de lo inconsciente que Lacan nos ofrece en el seminario XX, Aún.)
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Entender este primer apotegma lacaniano implica entender el invento freudiano de lo inconsciente y la clínica de su trabajo en el padecimiento de la histérica. ¿Qué descubre nuestro maestro vienés? Que la mortificación (Krankung) tiene la misma raíz que la enfermedad (Krankheit) y que la tramitación se da por medio del símbolo: el síntoma histérico –o cualquier síntoma neurótico- tiene estructura significante (“la metáfora de lo reprimido”, en una de las primeras definiciones de Lacan). El síntoma, cómo metáfora, esconde una palabra que, para ser más estrictos, podríamos anticipar que se trata de “la punta de lo real”. ¿Por qué? Porque –como expresó Lacan- los analistas no hacemos lingüística sino lingü(H)isteria; y –por tanto- para nosotros no existe el lenguaje: o, más bien, el lenguaje está agujereado por la recta infinita del FALO. Lo que sí existe es el neologismo inventado por Lacan: lalengua, todo junto: para significar que la neurosis del adulto no es más que la neurosis-infantil (valga acá el pleonasmo) y lo que se lee del texto del analizante son el balbuceo; la lalación del infans; proyectado a los avatares del tono, los fallidos, los traspiés; en definitiva, todo lo que para la ciencia hace “ruido”: la charlataría, la habladuría, la boludez. De ahí que Lacan define al análisis como “la praxis de la tontería”. Esa lalengua, decíamos, es la que nos permite hablar de los Ecos del Otro; es decir: la que conduce la pulsión. (“Las pulsiones son el eco de que en el cuerpo hay un decir”; Lacan dixit.)
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Marcelo Augusto Pérez
Extracto del Artículo: "La enfermedad del lenguaje y las palabras que curan"
Publicado en Revista Campo Grupal, Nro. 135 / Julio 2011.
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Arte: Jechu / Ratitas
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