La belleza y la muerte

.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Me preguntó en voz baja por qué morí.
–Por la Belleza –repliqué–
–Y yo por la Verdad –Las dos son una–
Somos Hermanos –dijo–

Emily Dickinson



.
Hay algo misterioso y perdido en lo bello. Lo bello se ha extraviado y vivimos buscándolo. Lo bello esconde un goce, y es también como un agujero que nos libera de la muerte, matándonos un poco. Paradoja no tan loca: vivir es ya empezar a morir. Así como Lacan expresó que somos hermanos del otro en la medida que somos hijos del Lenguaje; también belleza y verdad se hermanan en lo que Freud descubre: la verdad tiene estructura de fantasma.

Demos un rodeo. Tenemos –por un lado- el apotegma de William Morris, un huérfano anglicano instalado en nuestros pagos allá por las primeras décadas del siglo pasado: “Lo que no nos es útil no es bello.” Quizás dicho negativamente pretenda apaciguar algo tan categórico. Esta idea ronda lo que Jenofonte, en el siglo V a.C., clasificaría como belleza funcional.

Los mayas –por otro lado- consideraban que tener estrabismo era bello y, para conseguirlo, las madres ponían jarras delante de los niños para que crecieran con este defecto. En esta línea podemos incluir a los poetas que encontraron la belleza en la falla o lo diferente: La Bella y la Bestia, por ejemplo. Uno podría decir “La Bella y la Muerte” porque la Bestia es en principio metáfora de algo inerte, de la Muerte, hasta que La Bella lo hace Bello y entonces le otorga (otra) Vida.

Estas consideraciones se alejan de lo que la arquitectura antigua, por ejemplo, puede considerar bello: simetría, armonía y proporción.

Sin ánimo de tomar al psicoanálisis como una filosofía y pedirle que responda a estos conceptos: ¿Qué podríamos decir desde nuestro lugar?

Creo que deberíamos recordar previamente a Platón, siempre se vuelve a Platón. Para él lo bello es indestructible y existe más allá del objeto. Lo bello material no es esencial porque sólo la idea de belleza es real. La idea de belleza: es decir, el fantasma de cada sujeto. ¿Y esto, qué tiene que ver con Freud y con Lacan? Mucho. Porque la idea que cada sujeto tiene de belleza se relaciona con el invento lacaniano por excelencia que él denominó objeto-a y que ni siquiera es un objeto ni es una letra: es la representación de la falta. Esta falta, inscripta en el parlêtre estructuralmente, tiene como paradoja que se acerca a lo que Freud consideró también como lo siniestro. Primer punto pues: hay, en todo lo bello, algo siniestro. Hay algo también sublime en todo eso. Por eso Lacan consideró este tema en su seminario sobre la Ética del Psicoanálisis y por eso lo bello y la sublimación son experiencias cercanas. ¿Y esto qué quiere decir? ¿Cómo salimos de acá? Salimos, entrando. Es decir: de lo bello no podemos escapar porque está incrustado en nuestro fantasma y tiene carácter de inconsciente.

Para ir resumiendo: bello sería aquello que nos excita. Aquello que nos con-mueve. Aquello que nos causa. Y eso que nos excita, nos conmueve o nos causa, es inconsciente. El sujeto, imaginario mediante, usa las pantallas respectivas para acercarse a lo bello: pantallas que, como sabemos, son todo fetiche: la sexualidad humana es fetichista por definición: un color de ojos, el ancho de las curvas de una cadera, la manera de expresar un discurso, el modo de tomar un cigarrillo, en fin: todos significantes. Es decir que lo sexual se esconde, se sublima, a partir de la belleza que se juega en el deseo. Por eso lo bello nos excita. Y por eso está tan ligado a la muerte; a lo fatídico. Porque sexualidad y muerte son –como nos recordaba O. Masotta- los dos juglares de lo inconsciente. O, lo que es lo mismo decirlo con otra de sus frases: "En cada tumba se encuentra un espejo escondido."

¿Y cómo expresa el sujeto esa sensación de belleza que le produce -cual pincelada particular en un cuadro o cual paisaje geográfico ante sus ojos- la presencia de otro sujeto? Lo expresa con una holofrase que es a la vez preformativo de su sensibilidad y de su posición ante eso bello: “te amo”, “la amo”, “lo amo”… Por tanto uno podría transpolar términos, simplificar, despejar variables y concluir: bello es la antesala de aquello de lo que uno podría llegar a enamorarse. Y enamorarse es un mecanismo inconsciente. Bello es lo que puede volar aún sin alas; lo que puede vibrar aún sin música.

Pero –como dijimos- el sujeto no se enamora de cualquier significante. Y ese significante –incrustado en su fantasmagoría- también (como todo significante) cumple dos acciones: es causa del goce y –a la vez- defensa contra la angustia. Es decir, contra la muerte. Por tanto amar conlleva una paradoja: nos libera de la angustia pero también es morir un poco. Porque el goce implicado en la pulsión (de allí que Lacan dirá que el sujeto siempre es feliz) deberá transitar el camino de la castración para poder acercarse a lo bello. Y castrarse es morir. Único parámetro, única idea, que tenemos los humanos-hablantes de la muerte: falta, ausencia. No hay otra muerte para el parlêtre que la muerte simbólica: por eso el mismo cacho-de-carne muerto biológicamente puede repercutir de distinto modo para una persona que para otra. Como digo siempre: nadie volvió de la muerte para contarnos qué es. Pero cada uno tiene su experiencia en el fantasma. Por eso cuando nos divorciamos, cuando perdemos un amigo, cuando obtenemos un título, también morimos. La belleza intenta recorrer ese vacío a partir del vacío mismo.

Cierro con unas líneas de la poetiza del epígrafe:

Es cosa tan pequeña nuestro llanto;
son tan pequeña cosa los suspiros...
Sin embargo, por cosas tan pequeñas
vosotros y nosotras nos morirnos.


Marcelo Augusto Pérez
Junio / 2011

Arte:
Juntos Separados
http://www.jechu.com.ar/

Entradas populares