El Instinto: perfección de la especie.

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.Justo en mitad de travesía entre los mil y dos mil metros sobre la falda de las Sierras de Comechingones, se llega a la Reserva Natural Floro-faunística del Rincón del Este, en la Villa de Merlo, provincia de San Luis.
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Hace ya 25 años que Isolina Saldaña escucha el aleteo de los follajes, el gorjeo grave de los zorros y el chasquido de las sierras arañando contra el viento y abrigando el perímetro que recorre la Reserva. Ella, que ahora ronda sus sesenta, expresa con orgullo que no usa celular ni Internet puesto que no los necesita para ser la Guardafaunas –hay sólo dos de treinta y siete que había hace años- que comenzó haciendo tareas comunitarias en la villa y sigue aún rescatando y recuperando animales heridos. Pero ella sí necesita de un significante que la acerque aún más a la naturaleza; por eso no le gusta identificarse como Guardaparques: su amor por los animales excede el epíteto de un puesto oficial.
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Geranoaetus es un vocablo compuesto del griego antiguo que une al águila con la grulla (geranos, grulla / aetos, águila). Lo de "grulla" refiere a lo grisáceo de sus alas y a su fuerte craquear. Melanoleucus viene también del griego y mezcla lo negro con lo blanco (melanos, negro / leukos, blanco) que son los colores contrastantes cuando se observa desde abajo al Águila Mora o Geranoaetus melanoleucus. En la Reserva decidieron que los animales deben conservarse en libertad; por tanto el Águila Mora –como los zorros o los tordos- hace acto de presencia desde la cima ante los doscientos visitantes diarios que reunidos en circulo cada mañana -entre las 11.15 y las 11.45 horas- la esperan apadrinada por Isolina que le coloca un puñadito de carne sobre un soporte de madera frente a todo su público.
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Si hacen silencio, el águila bajará… Hace tres días que no viene porque los otros visitantes se pelearon por el lugar… no pudieron callarse… El águila mora no ataca; pero si escucha o ve peligro, no baja. Sólo ataca si su cría está en peligro.”- sentencia Isolina mientras coloca el alimento.
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El águila –que ya desde el año 100 antes de nuestra Era formaba parte del símbolo romano- tiene una segunda fóvea y una super-retina con receptores celulares que le permite visualizar a su presa desde los mil quinientos metros de altura. Pero ya sea el águila o sea la hormiga o sea el murciélago; el punto es que el instinto (animal y de vida, no hay otro) nos introduce ante un concepto que conocemos como Saber. Un Saber quiere decir que el animal no va a errar su blanco y que –lejos de titubear cual obsesivo o engañar cual histérica- el flechazo caerá directo sobre su objeto. Casi lo que podríamos también definir como lo más cercano a la perfección. Un animal logrado es un ser perfecto; mecánico, rígido, preciso; no es parte de la naturaleza: es la naturaleza misma.
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El sujeto, anclado en su pulsión (de muerte, no hay otra) nada puede saber sobre el recorrido de su supervivencia: lo que le conviene no es lo que desea ni con lo que goza. Por tanto, ¿cómo podríamos seguir hablando de instinto cuando se trata de un sujeto que contra su vicisitud frente al objeto (y al Otro) no puede más que reaccionar con pequeños artilugios como el síntoma o el olvido?
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El ejemplo que nos regala Isolina demuestra, una vez más, que el animal –lejos de los caprichos del lenguaje, fundador de todo goce- tiene sabiduría sobre su entorno aún con los mínimos recursos a su alcance: a los pocos segundos que Isolina coloca la carnada, el Águila Mora –silencio y asombro colectivo mediante- desciende a una velocidad que puede alcanzar los ciento veinte kilómetros por hora, hace un pequeño giro antes de llegar al objetivo y luego toma su alimento para ascender desplegando su esplendor, casi furtiva y sin duda virtuosa y satisfecha.
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La Real Academia Española coloca como sinónimo de animal, los términos de bestia, ignorante, irracional o zopenco. Como siempre, se trata de considerar las cosas desde el narcisismo humano –pleonasmo mediante- que enceguece aún más nuestra humilde y defectuosa capacidad de –Lacan dixit- débiles mentales.
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marcelo augusto pérez
enero, 2011
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fotografía:
ramón moler jensen.

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