El Discurso del Rey

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El discurso (del Otro) o cuando el Otro es Rey
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The king’s speech.
-El discurso del Rey-
Dirección: Tom Hooper
Reino Unido, Australia; 2010.
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“En cualquier otro tratamiento sugestivo, la transferencia es respetada cuidadosamente: se la deja intacta; en el analítico, ella misma es objeto del tratamiento y es descompuesta en cada una de sus formas de manifestación. Para la finalización de la cura analítica, la transferencia misma tiene que ser desmontada; y si entonces sobreviene o se mantiene el éxito, no se basa en la sugestión, sino en la superación de resistencias ejecutadas con su ayuda y en la transformación interior promovida en el enfermo.”

Sigmund Freud, 28º Conferencia. “La terapia analítica” -1917-
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“La verdad del amor es la transferencia.”

Jacques Lacan, Seminario XXI, clase del 19 / III / 1974.
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Tres años antes de la muerte de Sigmund Freud –y en el marco del Anschluss del Tercer Reich anexando Austria-; Alberto Federico Arturo Jorge de Windsor, Duque de York; se coronaba Rey de Gran Bretaña con el patronímico de Jorge VI quien, hasta su muerte en 1952, será también el último emperador de la India. Jorge VI –Bertie “sólo para la familia”- carga, desde su infancia, con un obstáculo molesto: su tartamudez. La película El discurso del Rey nos introduce de pleno en esa dificultad que no se limita a la imposibilidad de pronunciar un discurso sino al obstáculo clínico ya definido por el Freud como “la más fuerte resistencia al tratamiento” porque ocasiona “el cierre de lo inconsciente”. Es decir: a la Transferencia. Sí: porque la Transferencia, que “conduce” cual motor escondido todo el tratamiento y es directamente proporcional al Deseo de Analista –no existen uno sin el otro-, vira también a colmarse de la demanda infinita o –citando a Lacan- del “parloteo obsceno” con la posibilidad de un diálogo (de “Yo” a “Yo”) y con los consecuentes Ideales en juego en la intersubjetividad del dispositivo. El Otro –como también sabemos- siempre es un problema para el Sujeto; por tanto no hay excepción cuando ese Otro está encarnado imaginariamente en la figura del (A)nalista y cuando ese (ANAL)ista también es demandado libidinalmente como metáfora del Don.
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La película está muy lejos de pintar un contexto monárquico y familiar; esto sólo es usado por el director para dar marco al evento. La obra de Tom Hooper podríamos clasificarla sin miedo como un Tratado en celuloide sobre la Transferencia. Y, desde ya, no de una transferencia postfreudianamente entendida como una mera re-edición de imagos y conductas; sino de la Transferencia como Sujeto Supuesto al Saber; es decir: de Amor hacia un Saber -de la archiconocida y freudiana pulsión espistemófilica-, del patrimonio humano de enigmas y dudas, de la transferencia socrática que –Lacan dixit- construye la relación imaginaria, simbólica y real del artificio de Análisis. Si la transferencia es pues Amor (a un Saber) este film demuestra freudianamente como el Amor es –en la barrera que el lenguaje produce- un motor y a la vez un obstáculo para la continuidad del tratamiento. O lo que Jacques Lacan ha nombrado –en el marco de su Seminario XXIV- como “el fracaso de lo inconsciente es el amor”. Sí: porque si lo inconsciente, lo Umbewuste para S. Freud, es para J. Lacan L'une bévue –o para R. Harari, Un Embuste- es porque –justamente- en la falla se produce la verdad y con el amor se va a la morra, supliendo la falla misma. Es decir: el amor –que el analista orienta en la cura para que el goce condescienda al deseo vía la castración- silencia la falla y sosiega al dolor.
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Vayamos al contexto de la obra pero no sin un pequeño rodeo previo. No es raro encontrar en el concepto de disfemia –tartamudez- ciertos sintagmas como “trastornos del habla”, así como en las afasias encontrarnos con la expresión “trastorno del lenguaje”; ¿fallido académico? Veamos: sabemos –desde Freud para acá- que el lenguaje que nos interesa (el lenguaje que debe ser agujereado por la significación fálica y el lenguaje que –así agujereado- engendra algo más que un ser biológico); es sinónimo de habla: de allí que el lenguaje no existe más que para la lingüística y que preferimos tomar el neologismo lacaniano de lalengua y de allí también que preferimos traducir el texto de Lacan como "Función y Campo de habla y del lenguaje en psicoanálisis"; ya que se trata del hablaje y no de cualquier palabra. Entonces, y volviendo al enunciado -¿fallido?- de la ciencia: en principio pareciera rondar con cierta insistencia ciega (del Otro) de pensar las cosas en sentido autónomo, excluidas del Sujeto: el trastorno no sería entonces del Sujeto sino del lenguaje; y no en-el-lenguaje. Ahora, como sabemos en todo fallido se esconde una verdad: el lenguaje nos toma; el lenguaje –vía el discurso (del Otro)- nos produce como Sujeto; por tanto no sería tan incoherente enunciar que el lenguaje falla (ya que es previo a todo Parlêtre) y si el lenguaje falla, el Sujeto tartamudea… He aquí “la resolución” de un discurso instalado en el imaginario colectivo y científico-lingüístico.
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La tartamudez de Jorge VI lo lleva a una serie de consultas a fonoaudiólogos, sin mérito alguno; seguramente porque estos técnicos de la fonoaudiología estaban más interesados en cuestiones lingüísticas o neurológicas que en los aspectos transferenciales. Por eso al aparecer en escena Lionel Logue, poco ortodoxo como logopeda pero perfectamente ensamblado en su perfil de terapeuta-del-alma –si se me permite la licencia, dejando advertido siempre que alma y cuerpo son sinónimos cuando el significante los engarza- el futuro Rey comenzará la travesía de su fantasma sin advertirse que, desde el vamos y como nos propone Lacan, “no se trata de corregir las flores del jarrón” sino de “inclinar el espejo”; espejo metaforizado por Otro que deberá “poner el cuerpo” en la escena de lo real.
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No puede asombrar que el apellido (el Nombre-del-Padre) de Lionel sea Logue que, tanto para el inglés como para el alemán, sea una reducción fonética del término Dialogo y que esa Marca haya determinado de algún modo el oficio de este logopeda cuyo deseo no excluía la puesta en escena de obras de Shakespeare o de Dickens; personajes que –como él después- entrarán a la Abadía de Westminster.
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Lionel Logue -aún sabiendo utilizar ciertas técnicas de corrección- no desconoce que el problema no se limita al órgano sino a la dupla alma-cuerpo que acopla el órgano con el significante; es decir: al soma con el falo. Lionel sabe que no es un título de papel colgado en una pared lo que moviliza un tratamiento; ni son las técnicas en sí mismo; aunque muchas veces abrir una ventana y gritar al cielo puede ser un método harto sugestivo para actuar a modo de placebo. Sí sabe que “tenerle miedo a la propia sombra” es más fuerte que el deseo de gobernar y que, por tanto, un miedo no se diluye con una placa de bronce en la puerta del consultorio que enuncie el significante Doctor prevaleciendo ante el nombre (amistoso) que el propio sujeto ha elegido para nombrarse.
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Lionel –como Freud, como Lacan- sabe que la cura gira en torno al cuerpo a cuerpo. Y sabe que es tan así que no va a cambiar, ni aún en nombre de la Nobleza Real, el modo de su táctica para abordar su estrategia. Sabe que el cuerpo a cuerpo incluye –castración mediante- movilizar al pa(de)ciente hacia su propio consultorio y sabe, sobretodo, que en el momento de posicionarse como “Curador”, hay que olvidarse de los rótulos tanto de los propios como de los del huésped. De no ser así, hubiese sido imposible para él tratar al mismísimo Rey. Es decir, entonces, que sabe que el significante engaña puesto que lo que se juega –angustia mediante, angustia que no engaña- es el real construido en el fantasma del pa(de)ciente.
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La obra de Tom Hooper, sin caer en tecnicismos psicoanalíticos (e incluso lejos de pretender ser una paráfrasis del psicoanálisis; puesto que –de hecho- trabaja con cierta sugestión que luego será difícil de evaporar y que, como sabemos, el psicoanálisis necesita derogar de entrada) sin embargo muestra situaciones muy puntuales donde también se ancla la causa freudiana. Por ejemplo en la escena que Lionel charla con el Duque en su consultorio, mientras éste pinta un avioncito; se ve claramente la reminiscencia freudiana en los aspectos donde el terapeuta le hace observar su condición actual de diestro (y el Duque informa que le obligaron a serlo) a la vez que el futuro Rey –asistido por la técnica poco ortodoxa de quien lo escucha- le cuenta un recuerdo de su niñera cuando ésta lo pellizcaba y a pesar del conocimiento de sus padres él debía volver a sus faldas incluso sin poder alimentarse.
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En otra escena entre Lionel Logue y Myrtle Grunert –su mujer- se trasluce mucho de lo que se juega en un control analítico (en una supervisión) frente a otro analista; es decir, el fantasma del propio analista que es lo que en realidad se supervisa. Un diálogo entre la pareja asoma pronto: él parece justificar -con el miedo de su paciente- la resistencia que éste pone al tratamiento; y entonces su mujer le recuerda eso que siempre hay que recordar en un control: “No es por eso que él vino hacia ti…?” Acto seguido, y sin pausa, él insiste en la resistencia de Bertie enunciando que se rehúsa a ser una persona importante a lo que Myrtle –a la mejor manera lacaniana, recordándonos que el goce del sujeto es tan personal como su síntoma- le responde: “Tal vez él no quiere ser importante…”, reconociéndole pues en la afirmación de su marido un triple deseo: el de “curar” llevándolo al Trono; el de querer que sea “importante” y el de ser él mismo una persona “importante”. En esa escena se plasma, a mi juicio, un ejemplo bien puntual de cómo el real del Analista –vía su propio fantasma- juega de obstáculo en la dirección de la cura. Para Lionel “ser importante” no carecía de peso propio.
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Cuando Freud publica en 1891, "Zur Auffassung der Aphasien" -conocida en nuestra atmósfera editorial como "Las Afasias"- percibe la influencia de Jackson y, dentro de este contexto intelectual, dedica su obra a Breuer e inaugura –quizás sin saberlo- el primero de los escritos destinados a la actividad psíquica. Según nos informa Ernest Kris, para el sionista y marxista Siegfried Bernfeld –una de las principales figuras del Circulo Psicoanalítico Vienés- ese texto sería el primer escrito freudiano; a pesar de que el Maestro Vienés rechazó incluirlo en sus Obras Completas por considerarla estrictamente un “texto neurológico”. Freud sabía sin duda que tanto las afasias como la tartamudez, como el vómito histérico o la mera fobia en asumir un cargo –un significante- no se reduce a una neurofisiología patológica sino más bien que el propio deseo (humano, por definición) se juega en la construcción del síntoma. Por eso El discurso del Rey es el discurso del Otro y por eso lo inconsciente está determinado por ese Otro que –goce mediante- constituye el reinado verdadero que lo determina. De ahí que la escena en dónde Logue se sienta en el sillón real y Bertie le pide a gritos que se levante; conlleva la metáfora apropiada cuando el mismo Logue le pregunta porqué debería levantarse y abandonar la silla a lo que el Duque responde: “porque yo tengo una voz”.
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Hacer escuchar la voz (que viene del Otro a partir de mandatos, ideales y alienaciones permutativas) no es poco cuando lo oral se intrinca con la pulsión y produce síntomas, fallidos, olvidos, sueños, chistes y también tartamudez. El Discurso del Rey muestra también que un padecimiento –aún teniendo como marco ciertos significantes como Nobleza, Padre, Hermano o Soldado- está engarzado al Otro (del cual el neurótico no puede prescindir sin castrar de buenas ganas) y a la vez en-carnado en un Cuerpo –“hecho para gozar”- anudado, falo mediante, al significante.
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Obra que nos permite vislumbrar como el amor sutura –ah! siempre queriendo hacer de dos, uno- y puede –a partir de la lógica del Sinthome- prescindir del Nombre-del-Padre por un nuevo amor: es decir, dejar de refugiarse tras el Otro que garantice el goce absoluto y tapone la falta. Todo esto en el marco de una Cura dónde lirismo y juego se hermanan y alejada de la ortodoxia fundamentalista. Recordemos a Lacan cuando –frente al encuentro con N. Chomsky- se bautizaba “poeta” y enunciaba que “Si una intervención apaga un síntoma es porque fue suficientemente poética”.
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En definitiva estamos tras los pasos de los lazos que vehiculizan el amor con el Saber, con la verdad del síntoma, con el dolor -que siempre asomará acaso para encontrarle sentido –en el sinsentido- a nuestra mortal existencia y obviamente con el amor en donde ese sentido resulta sin duda más hercúleo y menos endeble.

Marcelo Augusto Pérez

Enero, 2011.-

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