Toxicidad del Consumo

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Una vez aceptada esta perenne existencia de las drogas, tropezamos con una verdad elemental que, por alguna razón, demuestra ser de no fácil asimilación general: el problema no reside en las drogras sino en el uso que se hace de ellas. Así, aún el veneno más potente y dañino puede hallar en ciertas condiciones un empleo positivo, y aún el remedio más común e inofensivo demuestra tener, en circunstancias o cantidades inadecuadas, consecuencias nefastas. Esa doble condición está presente en toda substancia químicamente activa, y lo está también en cualquier objeto que se revele capaz de suscitar eficazmente nuestro investimento libidinal.
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A partir de entonces, podemos afirmar que el recurso a cualquier substancia u objeto exige un uso que, por tener en cuenta su ocasión, su cantidad, sus circunstancias, sus condiciones y su oportunidad, llamaremos "moderado", entendiendo que esa moderación reclama no sólo conocimiento sino también prudencia, vale decir alguna forma de sabiduría.
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A poco de atravesar una publicitada cura de desintoxicación, el cantautor Joaquín Sabina es entrevistado por el periodista Jorge Lanata en un programa de televisón. Desde su característica silueta y fumando ansiosamente, el entrevistador le pregunta qué siente él por las drogas ahora que las ha dejado. A lo que el cantante responde: "Verdaderamente, lo único que siento es nostalgia." Una sonora risotada y Lanata insiste: "¿Lo decís en serio?". "Desde luego. Siento nostalgia al componer, al cantar, al escribir. Las drogas han ayudado mucho a mi vida y a mi música." El periodista entonces remata: "No vaya a ser que justo ahora que las has dejado, te vayan a acusar de apología de la droga."
La rara franqueza del diálogo pone de relieve, a contraluz, la grosera duplicidad que domina el discurso oficial sobre las drogras, tal como éste es elaborado mediáticamente para la información pública. Así, Sabina no podría comentar su experiencia en tanto creador o artista, a riesgo, efectivamente, de exponerse a alguna forma de sanción penal. Debería, al contrario, hablar como se espera que hable, esto es, como un desintoxicado, como alguien que ha abandonado el infierno, como una suerte de arrepentido que se rebela contra su pasado. Vale decir, dejando de lado toda pretensión de transmitir su vivencia subjetiva, para ofrecerse a encarnar el personaje que de él se espera, un prototipo que pudiera ser ofrecido de manera ejemplar y ejemplarizante a la opinión general.
Recordemos, al respecto, lo que llamaría brevemente "el affaire Escohotado". Porque poco tiempo antes de la mencionada entrevista, el filósofo español Antonio Escohotado es invitado a la Argentina porque escribe desde hace años sobre las drogas y se sabe lo que piensa sobre ellas. Y, efectivamente, cuando dice precisamente lo que se sabe que piensa y escribe públicamente, se ve en la extraña situación de tener que partir raudamente del país que lo ha invitado, en medio de un bochornoso escándalo, para ponerse a salvo de una orden judicial de detención. El especialista no puede vertir entonces su opinión de especialista, si ella no coincide con el rígido cliché, moralino y estereotipado que se pretende de él, vale decir, si no se presta a alimentar un discurso inquisitorial y oscurantista que reconoce en el accionar represivo la única culminación posible a su realización.
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La lógica represiva empleada para combatir las adicciones supone, en verdad, refrendar y cristalizar esa posición: el sujeto es concebido así como una suerte de pulsión ciega, un empuje acéfalo que hay que coartar; a falta de un freno interno se vuelve necesario recurrir a la coacción externa, al empleo del miedo o del castigo. Esto es, erigiendo un dique de amenazas como reverso disuasivo de esa loca incitación que la misma dinámica mercantil hace valer en todas y en cada una de sus ofertas.
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MARIO PUJÓ
Elogio de la Moderación
FUENTE: Actualidad Psicológica; Nro 391
Noviembre del 2010
Revista Publicación Mensual; Buenos Aires, Argentina.
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