El lenguaje es inexorable...

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... El lenguaje de nuestros días se presta a una confusión, desconoce una verdad que dijo hace varios siglos aquel gran filósofo holandés, Baruch Spinoza: “La esencia del hombre es el deseo”. También lo dijo, a su manera, el poeta y pintor inglés William Blake: “El que no realiza su deseo, engendra peste”. Una peste que hasta es literal, no sólo metafórica, pues arruina el funcionamiento del cuerpo. Son ejemplos de que nuestro cuerpo no es reductible ni a un monismo mecanicista, como el que nos proponía La Mettrie en El hombre máquina –el ser humano no es reductible a un conjunto de órganos que funcionan–, ni tampoco se trata de un dualismo que, como en la época de Platón, podía formularse con un cuerpo y un alma. No se trata de un paralelismo cuerpo-espíritu, sino de tres dimensiones, como en la propuesta trinitaria. Se anudan tres registros: el registro simbólico atañe al lenguaje, al hecho de ser el único viviente capaz de enhebrar chistes o de elevar plegarias; se anuda a su vez a la representación imaginaria, esa que nos hace sentir que habitamos un mundo al mismo tiempo que nos oculta que ese mundo en el que creemos es apenas uno, que está recortado por las marcas de nuestras relaciones personales y de aquellas que nos indica el lenguaje que practicamos.
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Por último, el registro de lo real, que no se iguala a la realidad. La realidad no es más que la que cada uno vive según las marcas que lo constituyen. Lo real es eso por lo cual la ciencia viene a descubrir lo que sólo se muestra bajo un modo velado. Podemos decirlo al revés: si la verdad de las cosas se mostrara a cielo abierto, la ciencia no sería necesaria. Eso que está en el límite de la palabra y de la representación es lo real, y el psicoanálisis viene a descubrir que también funciona como real ese diskette que nos habita y que nuestra conciencia no puede registrar a cielo abierto: el inconsciente. Funciona como un software que decide la eficacia de ese hardware que llamamos cuerpo.
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La paradoja, en estos tiempos en que se nos quiere convencer de que el genoma es el que define el destino de nuestro espíritu, una nueva ciencia, llamada epigenética, ha venido a descubrir que el genoma, por sí mismo, no actúa, que el genoma actúa en relación con el medio ambiente, en la relación que el sujeto mantiene con su medio, y que, en ésta, el lenguaje es inexorable, que está allí, interponiéndose; descubre que hay genomas que se encienden o se apagan según la relación con el medio. Así, viene a decirnos que el movimiento es exactamente el inverso: que la eficacia del genoma como la eficacia de todo lo que constituye nuestro cuerpo dependen esencialmente de las relaciones que el ser humano mantiene consigo y con los otros.
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ISIDORO VEGH
Angustia no es “trastorno”
Artículo publicado en Pàgina/12
06 - AGO - 2009
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