¿Muerta, la histérica?

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La herida que la histérica experimenta por la privación fálica no puede ser compensada con la satisfacción que el portador (del falo) obtendría por aliviarla. Al contrario, es atizada por su presencia bajo la forma del lamento que causa esta herida. A partir de allí se concibe que la histérica simbolice la insatisfacción primordial. A este respecto es el portavoz de una solución radical — hace la elección del deseo con la insatisfacción— y escandalosa —objeta el principio de la felicidad en el falo, prefiriendo dejarle el objeto a otra. En eso, por supuesto, contribuye al refuerzo de lo que denuncia, al revelar así lo que es para ella una verdad: en los seres hablantes el juego del deseo está basado en la exclusión fálica.
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Las histéricas enseñaron al psicoanálisis que todo discurso sólo se sostiene por una posición de goce, manifestándolo en la transferencia. La palabra en tanto que lazo es dispositivo de goce, tal es la verdad que la histeria descubrió a la investigación psicoanalítica. El discurso histérico está ordenado por un goce específico, el de la falta. Freud extrajo los significantes amos de la teoría edípica para el psicoanálisis, al mismo tiempo que la pregunta sobre la cual se quiebra su avance: ¿qué quiere una mujer? La respuesta de la histérica a esta pregunta es: “un amo sobre quien reinar”, como Dora lo manifestó. Pero, lo que quiere ¿es lo que desea? Freud fue engañado sobre este desfasaje. Cierto, ella quiere un amo y busca un padre ideal, pero lo que desea es develar la impotencia para así hacer triunfar -es decir, poner en posición de verdad- el saber sobre la impotencia del amo-padre.
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Allí donde la histérica no puede hacer sin el sentido, sin poner el inconsciente en posición de la verdad a la cual se sacrifica, el psicoanálisis, paradójicamente, se opone, mostrando que el sentido es siempre un modo de goce, que el real no responde a la ley del padre y que el inconsciente no difiere del consciente. ¿Muerta, la histérica? Ciertamente, no. Se puso a tono con la modernidad y despliega una nueva política que no consiste ya en apoyar la relación sexual. Pero sólo tiene, como partenaire a su medida, al analista, quien, porque no es un amo, escapa a su designio. Así puede revelar el valor de síntoma, es decir, de protesta de un deseo irreducible al discurso de la ciencia sobre el sexo.
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Mariè-Hélène BrousseMuerte y resurrección de la histérica
Virtualia - Año II - Nro. 6 - Año 2002
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