Sin fórmulas

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Un breve relato contraejemplo de lo propuesto.
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Dice una historia de la tradición Zen que había dos maestros, cada uno dirigía un santuario. Acostumbraban a enseñar a sus alumnos el arte de la respuesta. Un día se encuentran el alumno de un maestro con un alumno del otro. Uno le pregunta al otro que iba a la verdulería: -¿A dónde vas?. Aquél le responde: - Adonde me llevan mis pies. El primero anonadado, vuelve al maestro a contarle lo que el otro respondió. El maestro le sugiere: la próxima vez, cuando te diga "adonde me llevan mis pies" le dices "¿Y a dónde irías si no tuvieras pies?". Verás como el que quede consternado será él. Se vuelven a encontrar, le pregunta nuevamente: - ¿A dónde vas?. El otro le contesta: -Adonde me lleva el viento. Vuelta a quedar desubicado, regresa a lo de su maestro y le cuenta. El maestro insiste:- la próxima vez cuando te diga "Adonde me lleva el viento", le respondes: "¿Y a dónde irías si no tuvieras viento que te lleve?". Se vuelven a encontrar: -¿A dónde vas? le reitera. Responde el otro: - A la verdulería.
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Si el control propone respuestas, recetas, obtendrá el fracaso. Porque no se trata de transmisión de conocimiento, como en el ejemplo que acabo de dar. Tampoco de una enseñanza artesanal, de un savoir-faire. Más bien de un savoir-y-faire, de un saber hacer ahí: ¿Saber hacer ahí con qué?: con su ser. Si el instrumento de un violinista es su violín, es imprescindible que suene bien (esto lo decía Michèle Montrelay en una entrevista). Es necesario que el analista tenga una buena relación con su ser, con sus bondades y aún con sus maldades, que las acepte con cariño. No para un retorno a la contra-transferencia, sino para cotejarla con la letra, pues si no hay confianza hacia lo que su propio ser le brinda, la práctica del análisis es irrealizable.
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Isidoro Vegh
El análisis de control
Coloquio de verano "Resistencias al discurso análitico"
Escuela Freudiana de Buenos Aires
Enero de 2000.-
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