Amores que matan...

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El amor cuando no muere, mata.
Los amores que matan nunca mueren.
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Joaquín Sabina.
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El amor se despliega en una escena y en relación con el cuerpo. Tal la crucial enseñanza que Lacan extrae de Platón: hasta la entrada en escena de Alcibíades en El Banquete, podía creerse que en el amor se trata de discursos, antes que de afecto entre las personas allí presentes. Es por eso que, aunque mucho se hable de él, el amor es esencialmente algo que “se hace”.
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El amor puede sostener al sujeto a pesar de los desencuentros porque hace de dicho agujero el objeto a renunciar (para conservar el investimiento por la “persona total”). Pero para ello es necesario que esté articulado el deseo (que del agujero hace causa). Tal es anudamiento cuya ruptura ilustra el texto de Sábato.


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El amor de Castel no es amor capaz de renunciar al objeto. Por ello termina en una verdadera pasión del ser que, al estar el narcisismo sostenido por el Falo Simbólico, se objetiva como pasión de ser el falo. El intento de negar la castración y la falta en ser que ese mismo Falo implica por estructura, está condenado al fracaso. Pero el fracaso de Eros transforma la pasión del ser en pasión de no-ser, como si el sujeto, no pudiendo ser el falo, en un juego “a todo o nada” eligiera el rechazo de la vida misma.
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Tal rechazo y el recubrimiento (…) de la muerte como supuesto goce absoluto, producen la acelaración de una precipitación mortífera.

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Un sol que se pretende tan rutilante, la creencia en un brillo tan absoluto que borra toda sombra, culmina necesariamente como un sol nocturno. Por un curioso contrasentido un amor que no aloja la muerte, lleva a la muerte.

Osvaldo Couso
El fracaso de Eros
Contexto en Psicoanálisis nro. 10
Lazos; Buenos Aires; 2006.-
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