Discurso Amoroso

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fuente:
Roland Barthes
Fragmentos de un discurso amoroso
- 1977-
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Capítulo : "¡Adorable!"
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Encuentro en mi vida millones de cuerpos; de esos millones puedo desear centenares; pero, de esos centenares, no amo sino uno. El otro del que estoy enamorado me designa la especificidad de mi deseo.
Esta elección, tan rigurosa que no retiene más que lo Ùnico, constituye, digamos, la diferencia entre la transferencia analítica y la transferencia amorosa: una es universal, la otra, especìfica. Han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo. Hay allí un gran enigma del que jamás sabré la clave: ¿por què deseo a Tal? ¿Por què lo deseo perdurablemente, lánguidamente? ¿Es todo èl lo que deseo (una silueta, una forma, un aire)? ¿O no es sólo más que una parte de su cuerpo? Y, en ese caso, ¿què es lo que, en ese cuerpo amado, tiene vocación de fetiche para mí? ¿Qué porción, tal vez increíblemente tenue, què accidente? ¿El corte de una uña, un diente un poco rajado, un mechòn, una manera de mover los dedos al hablar, al fumar? De todos esos pliegues del cuerpo tengo ganas de decir que son adorables. Adorable quiere decir: èste es mi deseo, en tanto que es único: “¡Es eso! ¡Es exactamente eso (lo que yo amo)!” Sin embargo cuanto mas experimento la especificidad de mi deseo menos lo puedo nombrar; a la precisión del enfoque corresponde un temblor del nombre; la propiedad del deseo no puede producir sino una impropiedad del enunciado. De este fracaso del lenguaje no queda mas que un rastro: la palabra “adorable” (la correcta traducción de “adorable” sería el ipse latino: es èl, es precisamente èl en persona).
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Capítulo: Lo Intratable
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El mundo somete toda empresa a una alternativa: la del éxito o el fracaso, la de la victoria o la derrota. Protesto desde otra lógica: soy a la vez y contradictoriamente feliz e infeliz: “triunfar” o “fracasar” no tienen para mi más que sentidos contingentes, pasajeros (lo que no impide que mis penas y mis deseos sean violentos); lo que me anima, sorda y obstinadamente, no es táctico: acepto y afirmo, desde fuera de lo verdadero y de lo falso, desde fuera de lo exitoso y de lo fracasado; estoy exento de toda finalidad, vivo de acuerdo con el azar (la prueba que las figuras de mi discurso me vienen como golpes de dados). Enfrentado a la aventura (lo que me ocurre), no salgo de ella ni vencedor ni vencido: soy tràgico.
(Se me dice: ese tipo de amor no es viable. Pero ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un Bien? ¿Por què durar es mejor que arder?)
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Capítulo: Un pequeño punto de la nariz
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Se diría que la alteración de la Imagen se produce cuando siento vergüenza por el otro (...) Ahora bien la vergüenza viene de la sujeción: el otro, a merced de un incidente fútil, que sólo mi perspecacia o mi delirio captan, aparece bruscamente -se descubre, se desgarra, se revela, en el sentido fotogràfico del término- como sometido a una instancia que es en sí misma del orden de lo servil: lo veo de pronto (cuestión de visión) afanándose, enloquecièndose, o simplemente empeñándose en complacer, en respetar, en plegarse a ritos mundanos gracias a los cuales espera hacerse reconocer. Porque la mala Imagen no es una imagen aviesa; es una imagen mezquina: me muestra al otro preso en la simpleza del mundo social.
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Capítulo: El ausente
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Me instalo solo, en un café; vienen a saludarme, me siento rodeado, solicitado, halagado. Pero el otro està ausente; lo convoco en mí mismo para que me retenga al margenm de esta complacencia mundana, que me acecha. Apelo así a su "verdad" (la verdad de la que èl me da la sensación) contra la histeria de seducción en la que siento deslizarme. Hago responsable a la ausencia del otro de mi mundanidad: invoco su protección, su regreso: que el otro aparezca, que me retire, como una madre que viene a buscar a su hijo, del brillo mundanal, de la infatuación social, que me restituya "la intimidad religiosa, la gravedad" del mundo amoroso.
(X... me decìa que el amor lo habìa protegido de la mundanidad: camarillas, ambiciones, promociones, tretas, alianzas, escisiones, funciones, poderes: el amor habìa hecho de èl un desecho social, de lo que se regocijaba.)
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Capítulo: Los lentes oscuros
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Veo al otro con una doble mirada: a veces lo veo como objeto, a veces como sujeto; vacilo entre la tiranìa y la oblación. Me aprisiono a mí mismo en un chantaje: si amo al otro, estoy obligado a querer su bien; pero no puedo entonces más que hacerme mal: trampa: estoy condenado a ser un santo o un monstruo: santo no puedo, monstruo no quiero: por consiguiente, tergiverso: muestro un poco de mi pasión.

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