Los hilos del Otro...
En uno de los Grupos de Estudio que coordino, este año lo despedimos con la
presencia de Fidedo y su creador Jaime Jurio, llegados de España hace poquito y
ya merecedores de risas y aplausos de los concurrentes a Plaza Francia, en
Buenos Aires.
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Según palabras del artista "Fidedo
es una marioneta compleja. Muchos hilos le mantienen vivo. Sus movimientos
hablan por él. Es un músico romántico, un galán a quien le gusta tener todo
controlado, un improvisador nato. Esta marioneta inclasificable, tan pronto se
transforma en estrella del rock ya está dispuesta a entablar amistad con los
que le rodean y provocar la risa a su alrededor." Según nosotros
pudimos observar que Fidedo es un seductor nato: con sus manitos, sus cejas que
mueve cual galán de cine, su andar seguro y cautivador, su pilcha, su voz, y
–no en último término- su arrebatadora mirada que enceguece y hace que quien
mueve los hilos quede fuera-de-escena frente a su protagonismo avasallante. De
todos modos causa mucha emoción ver a ambos interactuando, apasionados,
forcejeando un poco a veces por tomar el mando (como la escena donde
deben acomodar los papeles sobre el atril del teclado) y uno puede percibir
entonces que, más allá de la técnica, aparece en su creador un actor en potencia.
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En su reciente inaugurada blog, también podemos leer que "La capacidad de manipulación del joven
creador español Jaime Jurio (…) y la inverosímil simbiosis entre manipulador y
muñeco hacen que el espectador pueda traspasar la frontera entre realidad y
ficción. ¿No es acaso Fidedo tan humano como Jaime? Infinitos hilos
conectan a Jaime Jurio con Fidedo y a este con Jaime, en una
corriente alterna y vivificante, de ida y vuelta; ¿quién maneja a
quién?"
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Los he invitado a los colegas del grupo a escribir algo para este
encuentro, relacionado con esta propuesta artística. Cito aquí entonces los pequeños
párrafos que, de algún modo, también reúnen los conceptos que se fueron
incorporando durante estos años en el trabajo teórico y clínico en Freud/Lacan.
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Si se piensa en
una muestra o una puesta en escena siempre hay que tener en cuenta, cuando
hablamos desde el psicoanálisis, aquello que lo hace ser. Aquello que lo hace
ser implica dónde estaría la esencia de eso que aparece, eso que se muestra
hacia otro (el espectador) que le da un cierto sentido para significarlo.
En las
presentaciones teatrales, en este caso hablamos particularmente del arte de la
marioneta, hay que tener en cuenta que se nos abre frente a nuestros ojos una
nueva realidad. Pero lo interesante es que el espectador pueda captar algo del
orden del deseo de dicho autor, para lo cual debe deponer la mirada y dejar un
espacio para que la causa, su Das Ding,
su deseo, su Real surja en ese momento y logre ser captado.
Podríamos pensar
a una marioneta que por sí sola no significaría nada pero que si su creador
logra insertarla dentro de una cadena de significantes por medio de sus hilos,
lograría dejar deslizar algo del orden de su deseo, de su música, de su estética;
en definitiva, de su amor.
Podríamos pensar
al creador como aquel Otro desde donde el personaje surge, ese espacio que
mueve los hilos y le da todo un sentido propio del ser-hablante. A su manera,
este tipo de creación implica una realidad artística dispuesta a captar las
subjetividades de los presentes y lograr que la dinámica de la transferencia se
produzca entre el espectador y un muñeco de madera (sin vida en principio) que
no habla, o por lo menos no lo hace de una manera fonética.
Así, entonces,
podríamos decir que su creador se vuelve invisible. Es aquél que direcciona y
propone, aquél que deja entre ver un deseo y su angustia. Un gran Otro que
no puede ser dicho ni visto pero que puede, mediante su presencia que conlleva
amores y odios, ser mirado y puesto en una escena mediante la intermediación
fantasmática. Un creador; Otro
que actúa, habla y direcciona desde la invisibilidad de su escenario, un lugar
de goce que lo posiciona detrás del telón.
[Matías, el invisible.]
El fantasma, defensa contra el goce,
toma al sujeto como el títere toma al brazo. Ambos cuentan una historia armada, inventada
que pretende ser agradable al público, una que ‘compre’ al espectador de
turno. Con esto quiero decir que es una
imagen, un disfraz que esconde un real (el brazo podríamos decir) y vela lo que tal vez angustiaría a un niño pequeño y por qué no a uno no tan
pequeño. Ver que ese personaje que lo
entretuvo es el guante de un brazo, el cual es tocado por el relato, por la
historia que cuenta, por el simbólico. Brazo que habla. Ahora bien, toda
angustia siempre afecta al sujeto y remite a otro orden; me atrevo a hacer el paralelismo de que tal
vez ese otro orden podría ser aquel real que sólo es imaginable por extensión
de dicho brazo: El cuerpo del sujeto, aquel que se esconde del otro lado del
espejo, ese real que se nos escapa a ‘simple vista’ y que no participó del
relato ni del disfraz. Un real fuera de sentido, real en tanto tal.
[Florencia, el títere.]
Me puse a pensar en la escena de un titiritero sosteniendo a través
de unos hilos a un muñeco dando un espectáculo, y lo primero que imaginé fue a
una madre sosteniendo a un bebé. Pero ¿por qué? La respuesta es simple: en esa
escena hay un Otro y un sujeto. El Otro -el titiritero- es quién a través del
amor, el lenguaje –los hilos- le va transmitiendo al sujeto -al títere- las
palabras, las miradas, los gestos… ¿No es acaso eso lo que hacen con nosotros
cuando apenas somos un pedacito de carne? El Otro nos va transmitiendo sus
significantes, nos nombra, nos marca, nos introduce en el mundo simbólico. Sin
embargo hay una diferencia sustancial entre el títere y el sujeto, y es que el
títere nunca va a apropiarse de esos significantes simplemente por el hecho de
no hablar, de no estar atravesado por el lenguaje. Pero me queda una arista en
todo esto: el público; en ese lugar se me figuró el padre, ese Otro que puede
estar ahí como un simple observador o como un participante; el titiritero es
quién va a permitir, en cierto sentido, que el público participe o no en la
obra.
[Paula, un pedacito de carne,
un títere, un sujeto.]
En la publicidad de un perfume, la hermosa dama
en medio de una fiesta muy elegante ve más allá de la imagen y vislumbra los
hilos con los cuales los participantes y ella misma son manejados. Sin más, se
deshace de ellos. Esta maniobra es reconocida por todos que la contemplan
admirados.
Esta mujercita se sale de los parámetros que el
Otro protocolar impone y “actúa por ella misma”, admirada, reconocida,
diferente. Entonces ¿por qué estos otros que la admiran siguen atados al Otro?
Este titiritero social ¿qué garantías está brindando para que estos otros se
sigan sosteniendo a partir de él?
Si nuestro cuerpo es significado por el Otro,
el deseo es deseo del Otro, si percibimos el mundo a través de esas ventana
llamada fantasma que se construye a partir de dar una respuesta al que me
quiere este Otro de los primeros cuidados, ¿Cuál es entonces el punto en el que
nosotros manejamos nuestros hilos? ¿Cuándo nos alienamos y cuando nos
separamos del Otro?
Si tomamos al gran gran Otro, el de la
religión, Freud explica: ’El origen
de la religión reside en la necesidad de protección del niño inerme y deriva
sus contenidos de los deseos y necesidades de la época infantil, continuada en
la adulta’, esta omnipotencia de los padres se desplazada a Dios. Es el Otro del
Otro. El títere da la ilusión de ser una persona pero sin correr el riesgo de
la muerte. ¿No es acaso
el dios todopoderoso el que nos libra de la muerte, el que nos promete la vida
eterna? El ser una marioneta nos otorga mantener a raya a la muerte, nos da las
garantías necesarias ya que si el Otro no está barrado entonces ¿cómo podría el
sujeto estar en falta? Por alguna razón en la publicidad, al romper los hilos,
no se manifiesta angustia por la falta aunque es notable que da lugar al
deseo, algo del ser está presente y así, como indica el eslogan, “la vida es bella”.
[Analía, s/t.]
Diría que cada uno de nosotros somos marionetas, desde el comienzo de la
vida construimos nuestra subjetividad en base a deseos e ideales que nos son
ajenos, son nada más y nada menos que del otro y que nos alienan a él, tanto
que la dialéctica se vuelve circular e ininterminable, todo lo que hago lo hago
por el otro y todo lo que hago por el otro lo hago por mí.
El psicoanálisis -desde mi punto de vista- intenta romper con esto y digo intenta porque ya es conocida la
imposibilidad de su misión. Cuando llega un paciente y plantea su problemática
¿puede escucharse detrás "vengo para
dejar de ser una marioneta"? la marioneta del síntoma, de mama, de
papa, de la pareja, del profesor, del jefe, de los amigos, ¿de él mismo? Creo
que ya ese interrogante (por el sí mismo y por el propio deseo) nos revela no
solo la pregunta ¿quién soy? sino también: ¿quién soy yo más allá de otro?
[Verónica, marionetas.]
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El show de Fidedo.