Jean Baudrillard & El Arte
MER: En el libro La Sparizione dell’Arte,
usted considera que no se debería poder practicar el arte, que no se
debería poder pasar del lado encantado de la forma y la apariencia, sino
después de haber resuelto todos los problemas. Se entendería aquí que
se refiere a los problemas del hombre, la salud, la política, la
economía, el amor. Usted asegura allí además que el arte supone
resueltos ya todos los problemas, que no es la solución a los problemas
reales y llega a decir que el arte en su definición ideal es sólo la
solución a problemas que no existen. Mi pregunta es ¿cuáles son en el
fondo y en síntesis los problemas por los que usted opta? Y esos
problemas ¿son en verdad ajenos al arte?
JEAN BAUDRILLARD: Es cierto, no logro plantearlo como una actividad
separada. De todos modos, donde está el discurso, el discurso se ocupa
de los problemas discursivos, de lo racional, de todos los problemas que
exigen y que esperan una solución. Pero lo que me interesa es lo que no
debe tener y encontrar solución, lo que es enigmático, lo que es
insoluble. Y el arte, y el pensamiento también, es una manera de
mantener las cosas en su carácter insoluble, de resistir a la
explicación y a la solución precisamente. Pero en cambio, y aquí hay un
juego de palabras, no es una solución: es una resolución. Resolución es
otra cosa, no da una clave. Las formas se resuelven unas dentro de las
otras. Es la resolución de una forma por otra, eso es el arte. Digamos,
no es la solución de un problema por una ecuación, por ejemplo. Yo estoy
a favor de la idea de que la tarea del arte y del pensamiento radical
es la de hacer el mundo todavía más ininteligible. Hay que devolver las
cosas centuplicadas: eso es el intercambio simbólico. Hay que devolver
más de lo que hemos recibido. Hemos recibido un mundo ininteligible,
tenemos que volverlo más ininteligible todavía.
MER: A pesar de todo el entusiasmo con que habla de la
seducción, no quiere sucumbir a la seducción específica del arte, al
menos eso lo dice en La Sparizione dell’Arte. ¿Es que le tiene miedo?
JB: No... eso es verdad. Bueno, quizás... Tal vez porque soy
demasiado sensible a la seducción del arte, es por lo que me creo a mí
mismo esta autodefensa.
MER: Una autodefensa parecida a la de los cristianos.
JB: Es iconoclastia. Soy iconoclasta pero también agnóstico, estoico, hasta quizás moralista.
MER: Ya que usted confiesa ser un iconoclasta y moralista, quisiera
recordar aquí cómo la experiencia artística ha tenido mala reputación,
ha sido entendida como peligrosa por una tradición filosófica que ha
puesto el énfasis en la cara negativa del arte, entre ellos Platón, San
Agustín, Rousseau, Kierkegaard, Nietzsche, que han sido llamados,
incluso, los grandes puritanos de la historia de la filosofía.
Recordemos por ejemplo la frase de Platón: «Los poetas mienten». Sin
embargo, Platón es quizás el más poeta de todos los filósofos. Pero
usted no podría ser considerado como un gran puritano precisamente. Sus
textos no lo indican. Usted es un amante de lo bello, del lenguaje de la
seducción, etc. En cuanto al arte, usted confiesa que sus influencias
son las de Baudelaire, Walter Benjamin, Warhol, influencias que de una
manera u otra marcan un respeto por lo artístico, la misma seducción que
antes confesaba temer. ¿Cómo se ve usted dentro de esa tradición en
donde hay un amor y un temor, una ambigüedad ante lo bello y ante el
fenómeno artístico, donde hay pánico y a la vez fascinación? Fascinación
de lo bello y pánico a lo bello, eso que llama el filósofo
contemporáneo Jauss «la ambigüedad y rebeldía ante lo bello».
JB: No es rebelión. Bueno, sí puede haber un aspecto un poco
puritano, estoy de acuerdo, es posible que haya una defensa contra... A
mí me parece pertenecer a una cultura noble, esto ya se parece a
Bourdieu, una cultura de segundo nivel. No es realmente puritanismo
moral, es más bien la exigencia de una cultura que sería más radical,
más total que el arte, donde no cabría esa separación arte-filosofía,
por ejemplo. En el fondo es la nostalgia de una cultura no primitiva,
sino radical. El arte no aparecería como arte, no habría especificación
del arte todavía y entonces esto nos lleva de nuevo a lo sagrado y a
cosas así. Pero para mí, la obsesión inicial es el objeto, mi punto de
partida. Y para mí, el objeto no es estético. Por eso la ambigüedad, la
ambivalencia, tal vez incluso una forma de rechazo, proviene de esta
exigencia más radical. Hay un tipo de objeto puro, o acontecimiento
puro, que es, en sí, pura seducción y que no pasa por la forma
estética... Sí, creo que sería eso.
MER: Ya en este punto, a mí me gustaría sobre todo conocer
la diferencia, si es que hay alguna diferencia, entre ese no querer
sucumbir a la seducción del arte y ese amor por la otra seducción, la
que está en el resto de las cosas y a la que usted parece dar la
bienvenida como una manera de soportar estos tiempos que usted llama de
sobrevivencia indefinida.
JB: Es como decir que la otra seducción es sobre todo como un reto:
yo empleo siempre los términos reto, reversibilidad, antagonismo. Lo
que está en juego con la seducción es, en última instancia, la pérdida
de la identidad. No sólo en el campo amoroso y sexual, en otros campos
también. Esto es verdad también para el arte, pero hay en el arte (al
menos en el arte tal como se constituye en un algo que se da como casi
definitivo) algo que ya no está abierto a la relación dual. Ahí ya no
hay reto: dentro de una cierta institución del arte sólo queda una
especie de éxtasis o contemplación. Mientras que la seducción no es un
éxtasis. Es, cómo diría, de la identidad, hay algo que no se puede poner
en tela de juicio. Es una forma soberana de la ilusión, pero
definitiva. Entonces, yo tengo ganas de hacer estallar esta ilusión
demasiado bella.
MER: Hay una frase que quiero retomar y que supongo que es
parte de esas cosas que usted dice sólo por provocar, por estimular, por
sugerir. Dice «forzar la realidad, forzar las apariencias a través de
la propia desaparición, el arte no ha hecho nunca más que eso». Me
interesa la palabra nunca.
JB: Yo tomo el arte según la definición que le ha sido dada desde
el Renacimiento. «Jamais», nunca, no se refiere a siglos... es más bien
cuando empieza a haber una conciencia reflexiva del arte y una especie
de legitimidad, si se quiere. A partir del momento en que se afirma como
actitud legítima, yo lo interpreto así. Entonces, evidentemente,
«nunca» no se refiere a las sociedades donde no hay arte propiamente
dicho, donde la actividad artística no existe. Pero, a partir del
momento que existe, es verdad que es la tentativa de desafío de lo real,
de negación de lo real, de inventar otro mundo, otra escena. Tal vez ya
no lo hace ahora. Por eso digo que a lo mejor ya no estamos en el arte tal
como era cuando había la obra. Hoy no es sino una manipulación de lo
real, en fin, de los vestigios de lo real.
Jean Baudrillard
Extracto de Entrevista de Ma. E. Ramos,
presidenta Museo Bellas Artes de Caracas
- 1994 -
ARTE:
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