Salieri, Mozart y el amor.
Un piano. La obra se construye
dentro de un piano. Y un piano es también el único ingrediente que sobresale en
la escenografía, más allá del ambiente de las maderas que moldan el entorno del
escenario. Un piano: el símbolo de Mozart que Salieri lo subraya: “Es magnífico con el piano… De las cosas
comunes hace leyenda. Yo, de las leyendas… cosas comunes.”- Un piano: elemento que, como todo significante, puede ser musical -y dar vida- o ser un sarcófago -y contener a la muerte-.
La obra, se sabe, tiene como
protagonista a Salieri, no a Mozart. ¿Por qué? Simplemente porque el tema
central de la obra es la Metáfora Paterna. Simplemente porque es Salieri quien,
en primera persona, dicta su sentencia; se pelea con su Dios, odia
infinitamente su Destino y, no en última instancia, es también quien nos
conduce por los caminos de la envidia, los celos, la corrupción y –Lacan dixit- “la pasión por el YO”.
Quizás la imagen de Mozart, la
imagen de un genio prodigio como èl, nos haga perder, sin embargo, que esa “pasión
por el YO” también se encuentra en el jóven de Salzburgo. Por eso su mujer se
lo recuerda: “No me alcanza con que estés todo el tiempo haciendo música… Tenés
que ocuparte de mí y de tu hijo”- Pero ese egoísmo es puntualmente isomórfico a
su Deuda con el Padre, que el discurso de Peter Shaffer nos recuerda en las
escenas finales: “Padre, yo hice todo por ti… Yo compuso para ti... Si te mueres, ¿qué soy yo?”- De ahí a la enfermedad, hay un solo paso.
Puesto que podríamos decir que Mozart, al igual que Salieri, también se
suicida: mucha gente contraía sífilis o tuberculosis en esa época; no todos morían.
Mozart comienza a morir, y esto está también en algunos biógrafos que no se
quedan con el plano médico, cuando se da cuenta de su impotencia para sostener
un hogar. Exactamente igual comienza a morir Salieri (porque la envidia y el
odio es una forma de muerte): cuando –después de leer los manuscritos de su “niño no adoptado”-
advierte que Dios es su enemigo y que ya nada puede hacer para que su imagen,
es decir su YO ante sí mismo, abandone su descenso fatal.
En este texto se ve claramente
como “YO es otro”; y como la alienación imaginaria al otro (vía los avatares
pulsiones en juego, y vía ciertos instrumentos que conjugan y unen: por ejemplo
el amor por la música), pueden producir enfermedades del alma que tocan al
cuerpo: “Un golpe a tu enemigo es un
golpe a ti mismo”-
Es difícil –para quien escribe
estas líneas y vio hace 30 años la versión de Cecilio Madanes en el Teatro
Liceo (con el hoy “Salieri” Oscar Martínez
haciendo el aquel “Mozart”)- dejar de comparar. Dos puestas totalmente
diferentes. Dos Mozart diferentes, dos Salieri diferentes. Pero el mismo espíritu
poético que Peter Shaffer impone en su pluma. Porque, más allá del carácter anecdótico
e incluso mítico de la creación Shafferiana; hay aquí un discurso de poesía.
Rodrigo de la Serna está
simplemente extraordinario. A punto tal que nos olvidamos del Mozart de Milos
Forman o del de Cecilio Madanes. Los monólogos de Oscar Martínez son dignos de soberbia
actoral y magistralidad. Es imposible, les repito, no recordar a Carlos Muñoz
que hizo un Salieri incluso más excepcional –a mi gusto- que el de Murray
Abraham; pero este Salieri del 2013 emociona en sus momentos cumbres. La puesta
de Daulte –minimalista y extremadamente conceptual- ha logrado –a pesar de
lo extenso del escenario- un diálogo perfecto con la poesía del autor. Mérito,
seguramente también, de Alberto Negrín. Constanze –la mujer de Mozart- está tan
creíble y tan dúctil como aquella Leonor Manzo de 1983.
En fin: les recomiendo este
Amadeus. No vayan –como yo por azarosas circunstancias- a la primera fila: se
pierde un poco el contexto de la puesta. Aunque, como siempre que algo se
pierde, algo también se gana. map
ARTE:
Justyna Kopania
Polonia