La Locura Nuestra de Cada Día...


¿Por qué la lectura nunca se satisface con lo que lee y no deja

de sustituirlo por otro texto, que a su vez provoca otro más?

Maurice Blanchot, “El puente de madera”.

 

La literatura psicoanalítica -heredando su léxico del discurso oral y de los vicios de tecnicismos y gongorismos veleidosos- suele producir textos cuyo capricho estilístico no es menos curioso que la tiranía de sus conceptos.  No sería el caso que justifican las hojas que el lector está pronto a descubrir.  Su autor, mi colega y amigo Guilherme Facci, nos propone presentar sus disertaciones bautizadas A LOUCURA NOSSA DE CADA DIA” en un formato legible, simple, transparente e incluso a veces con tonos familiares. 

Una lectura así, no puede ser menos próspera que formativa.  Recorrer sus líneas permite vislumbrar el acercamiento a nuestra praxis desde un lugar que, sin dejar de ser riguroso, nos resulta hogareño.

Trataré de ensayar un breve introito sin caer, como diría el maestro Jorge Luis Borges, en hipérboles irresponsables, que la lectura incrédula acepta como convenciones del género; y presentando de algún modo la discusión que esta obra nos invita a reflexionar.

Me autorizaría a decir, en principio, que el autor que se está a punto de explorar, no tiene ningún inconveniente de enunciar los párrafos que cuadra o corresponde decir, en el contexto apropiado, aunque puedan resonar incluso cotidianos. Pero nunca renuncia al rigor técnico cuando necesita recurrir para entrelazar, argumentar y articular la teoría con la clínica. Aprovecha sutilmente sus antecedentes de trabajo: haber sido fundador (junto a Welson Barbato) de un Grupo de Investigación; le permite llevar a cabo cierta lógica anexa que lo empuja a presentar su tesis central que creo leerla en estas líneas: En el campo de la lógica de los opuestos, no hay salida. Por eso un análisis pasa de la oposición a producir una cierta contradicción.” Es a este nivel -y en relación con los trabajos estudiados con Newton Da Costa- que el autor nos presenta -ya a mitad de la obra- la continuidad del trazo Lacaniano: hay una lógica paraconsistente que es necesario tener en cuenta para analizar los fenómenos clínicos y la estructura del discurso del analizante. Una lógica que pone en jaque el tercer principio excluído” de la lógica clásica; sin dejar de recordar que la función fálica -paradigma de nuestro dispositivo teórico- descansa sobre dichos supuestos.  Y -además- si hablamos de “función”, evocar a un autor como Frege, quien nos permite ir resolviendo estos argumentos desde una perspectiva matemática.

Guilherme Facci no deja de imprimir en sus enunciados algunos conceptos puntuales, incluso a modo de definiciones-de-autor, como por ejemplo cuando declara que “El dispositivo psicoanalítico nada tiene que ver con descifrar el significado de lo que se dice. La salida del dispositivo camina hacia la producción de una contradicción y el consentimiento del analizando a esta contradicción. Se trata, por tanto, de una escucha desde la posición discursiva de cada sujeto y no desde la semántica de cada discurso.” Idea que nos introduce directamente a un mensaje implícito: hay tempos que en el análisis no podrían saltearse.

Esta misma relación conceptual se abre -dentro del espacio lógico del dispositivo- en la mitad de la obra cuando -en el capítulo titulado “¿Por qué somos 8 u 80?”- el autor declara: “Un análisis, por tanto, pasa de una oposición a la producción de una contradicción que implica otra lógica. Hagamos el cálculo aquí. ¿Cuál es el cálculo de esta pregunta? Es provocar un primer cambio de la voz pasiva a la voz activa o reflexiva.” He aquí como se termina de construir la tesis.

El pasaje de una voz a otra (¿podríamos intentar decir que es una paráfrasis de la rectificación del sujeto?) intentará abrir -para el autor- un hiato que divida al analizante; donde se podría pasar -si puedo decirlo así- del “Yo hablo” al “Soy hablado”. Resultante de una paradoja anexa: cuando “Soy hablado” es cuando realmente puedo advertir el modo en que entro en las fauces del goce del Otro.  Algo de esta axiomática se comienza a perfilar en los primeros capítulos cuando nuestro autor enuncia, por ejemplo, que “El método analítico operará, de alguna manera, en una disyunción, permitirá una cierta distancia entre “saber” y “verdad”. En otras palabras, significa: “fracturar un poco lo imaginario”, “la consistencia de lo imaginario”.” O, como dice en otro lugar:Al final del análisis, es posible formalizar, mediante un verbo o un sustantivo, que es lo más cercano que podemos llegar a lo que está fuera de la lengua.”

He aquí que Guilherme Facci no se olvidará de recordarnos tampoco lo que llamó “la condición humana”, condición de la angustia; para indicar también que el dispositivo debería atravesar un tercer y hasta un cuarto tempo; “tiempo de la voz neutral donde se legitima lo imposible.”

Párrafo aparte resultan los apartados donde el autor se limita a presentar la relación Histeria-Obsesión, quien bautiza como “el matrimonio infernal”.  Pareja que conlleva una funcionalidad harto más irónica que sintomática, porque -como se nos dice “lo que él intenta dar, ella no puede recibirlo”.  Y aclara -y confieso que me agradó leer eso- que estas “clasificaciones” no dependen de anatomía alguna y que -en el fondo- son posiciones de un mismo mecanismo. O -como suelo decir a veces yo- “el deseo es histérico por definición, por tanto, no hay otra neurosis que la histérica.” Después de todo, que diferencia podría haber -espejo y realidad Möebiana mediante- entre decir “La pregunta del histérico sería: "¿Me ama?" La pregunta del neurótico obsesivo sería: "¿La amo?", ¿verdad? Ambos no dejan de preguntar lo mismo; eso que Jacques Lacan enunció en los límites superiores de su Squema de 1958. O -para decirlo con más énfasis- todo buen neurótico hará de la castración del Otro la insatisfacción -o impotencia- de su deseo. De allí que la pregunta que el autor nos trae en algún momento es aquella que nos hicimos hace ya veinte años: el misterio no es por qué la gente se separa; sino qué es lo que los une.

Cabría agregar también que la lógica planteada por el autor en el curso de estas charlas, enmarcan permanentemente el dilema que podríamos enunciar con la siguiente cita: "¿Cómo esperar algo y no tener esperanza al mismo tiempo? (...) ¿Cómo esperar algo y al mismo tiempo no tener esperanza? Digámoslo de otra manera, entonces: ¿Cómo no transformar la esperanza en un exceso de expectativa, sin ponernos en una posición absolutamente pasiva?” Cuestiones que nos llevan a pensar en las famosas “Mañanas que cantan…” de las cuales Lacan habría anunciado que -en su nombre- había visto como la gente llegaba al suicidio. Y también a leer algo del trazo neurótico donde la queja sea la posibilidad de un pasaje a una gramática reflexiva, tránsito que obviamente dependerá de la función del analista que con la lectura del texto del analizante pueda operar en consecuencia: “Gran paso, ¿no es así? Aquí vamos: “Mi marido nunca me permitió hacer nada”, la denuncia es en voz pasiva. Entonces, hay un pasaje, en algún momento, a la voz activa, que es la pregunta que nos interesa: “¿Por qué hice tanto por este marido?”

Los recorridos de esta obra lacaniana no olvidan autores como Sigmund Freud o Viktor Frankl, sello que quizás la transforma en un manuscrito muy peculiar y personal. Guilherme llevará al lector por los senderos de la no-garantía; de los ideales, de la caricatura del síntoma, de amores-odios e indiferencias; al problema del diagnóstico en psicoanálisis -donde la lógica Aristotélica no oculta su herencia-; y al de un imposible en donde el analizante no renuncie, pero -a la vez- no adolezca de sufrimiento.

Agradeciendo a Guilherme la oportunidad de escribir este prolegómeno que intenta ser parte de un corpus mayor; me permito despedirme del lector no sin antes advertir que las líneas que continúan tienen pinceladas de una cierta ironía pero también deja a ver alguna tonalidad melancólica: ocurre que justamente se trata de una pizca de ese orden. Esto quiere decir que la peste psicoanalítica sigue aún vigente; y que nuestra praxis enfrenta -tanto a analistas como analizantes- a la condición inherente del Ser-para-la-Muerte o de la Falta-en-Ser del parlêtre. Es lícito entonces concluir con palabras del propio autor de esta obra: “El psicoanálisis no salvará su pellejo, al contrario, puede permitirle poner en juego su propio pellejo. Eso es una locura, ¿no?”

 

Marcelo Augusto Pérez

Prólogo para

"A LOUCURA NOSSA DE CADA DIA”

Autor: Guilherme Facci

VII – MMXXI

Buenos Aires

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