La Existencia [necesaria] del Otro



Si se parte de la consideración de que somos hablantes y de que somos efecto del lenguaje; en tal sentido ser un S1 o un punto de goce conduciría a un aplastamiento de la potencia de actuar, una eliminación del lazo al Otro. Si uno “es su síntoma” en tanto efecto de ser más singular, “real”, que objeta todo diálogo [Soler, C. (1993). ¿Amar su síntoma? En Hojas Cínicas 4. Buenos Aires: JVE ediciones. pp. 20-21] y, además, el “Otro no existe”; no habría Otredad en el A. Este razonamiento niega el orden simbólico que trae necesariamente consigo la oposición y, por lo tanto, la existencia.

(…)

Al sentirse impotente, se renuncia al deseo por amor a la demanda del Otro. Con el propósito de velar la falla del sujeto -($)- (...) se hace esclavo de dicha demanda; hace propia la falla del deseo del Otro (Yo barrado) para velarla. ¿Qué beneficio otorgaría el síntoma? Del análisis de la siguiente cita de Colette Soler podremos concluir algo de una de las lógicas que se sostienen actualmente: El peligro, es el peligro de la inconsistencia del Otro, pero allí donde el histérico opera frente a esta inconsistencia por el vaciamiento, el obsesivo intenta colmarla. El histérico se asegura con un vacío. El obsesivo se asegura de que no haya lugar para el vacío. La traducción de esto es (…) lo que Freud y Lacan tomaron como la idealización del Otro, (…) es un Otro cuya inconsistencia oculta. Evidentemente, para que esto se sostenga, es mejor que ese Otro no esté. De donde la aspiración a un Otro muerto, en el sentido de fallecido, o a un Otro ausente. [Soler, C. (1985). Finales de análisis. Buenos Aires: Manantial. p. 128] ¿No se deduce claramente de esta cita que sostener que el Otro no existe es adoptar una posición similar a la del neurótico?

Colette Soler, en la segunda conferencia de su libro Finales de análisis, dice que la pasión del neurótico consiste en hacer del Otro el agente de la castración y, por lo tanto, le echa la culpa de todas sus desgracias. Entonces, al darse cuenta de que el Otro no sabe y no goza, porque no existe; cede en su religión y resuelve la querella al Otro. Pensamos que esta solución vuelve a ser igualmente religiosa y, además, pesimista.

(…)

En la certeza, según la cita, de que Lacan deja de lado lo intersubjetivo (que convendría revisar si Lacan lo aplica a todas las relaciones subjetivas), esta idea es utilizada por algunos lacanianos para eliminar al Otro y las determinaciones significantes como intervinientes en la propuesta de Lacan acerca de la subjetividad. El Otro, como lugar del lenguaje, ni siquiera se toma en cuenta. Efectivamente, si no se trata del semejante y se olvida el lugar del lenguaje (A), cuya función encarna el Otro histórico o primordial –que, aunque esté barrado, existe-; el Otro sería Dios y, como concluyen desde un ateísmo ingenuo, éste no existe, por lo tanto, el Otro tampoco (posición nihilista). Sostenemos que, también para Lacan, el Otro existe. La comprobación de que está barrado no anula su existencia sino que encarna como Otro primordial el lugar del lenguaje. Es el Otro significativo para un sujeto, distinto del semejante. Es el Otro, barrado ya en la cura, que encarna el lugar del lenguaje, A, que también existe y es condición de la existencia del sujeto. Sin la mediación del Otro en una relación de paridad, la subjetividad permanece en la esclavitud o la parálisis, tal como se viene argumentando, y produce necesariamente un alejamiento de la ética del psicoanálisis. La relación al deseo no consiste en la eliminación del Otro. Si el Otro no existiese, estaríamos por fuera de las relaciones, de las opciones y, por lo tanto, en la lógica de la alienación.

(…)

Proponer que el Otro no existe alienta la dependencia del sujeto y su posición neurótica. Como el Otro nunca va a responder por el ser, se cae en una posición de ateísmo, una enfermedad de creencia, según Lacan [Lacan, J. (1975). Conferencia en Yale. Inédita] que surge por creer lo suficiente en el Otro como para sostener que, si no interviene en el mundo relacional e intenta salvarnos, es porque no existe. Estamos nuevamente ante la confusión y homologación entre la falla a nivel relacional donde se es impotente -ser portador de una falla y, por lo tanto, no haber sido dotado de un ser- y la falta estructural, causal, habilitadora, producto del sistema significante. Ésta posibilita, si la relación al Otro no es de alienación, interpretar el deseo de cierto objeto (que puede cambiar, que es y no es al mismo tiempo el objeto para el deseo, y que permite el acto) al haberse podido ubicar el objeto a como causa; el que, si bien no otorga consistencia, impulsa el movimiento, encontrando sentidos y modos de nombrarse en el despliegue de la potencia. Se trata de lograr pasar de una impotencia imaginaria a un imposible lógico, operación que deja en cuestión los imposibles de la posición neurótica planteados anteriormente por el sujeto.

La inexistencia del Otro no parece encontrar eco en las enseñanzas de Lacan, donde el Otro u otro es condición necesaria lógicamente y está siempre presente desde la propia constitución del yo en el estadio del espejo, donde afirma que “el yo es otro”. Si bien se espera que un sujeto en su final de análisis sea un sujeto que ya no tenga una vacilación neurótica sobre el Otro, este “efecto de ser” no puede darse eliminando al Otro –ya que, como se viene argumentando, sólo en el campo del Otro es posible un sujeto- sino que adviene tras advertir que el Otro está barrado, lo que conduce a ligar al sujeto con su acto, a través del cual podrá realizarse. Si el Otro no existiera no estaría justificado el trabajo con el inconsciente. Es extraño que el psicoanálisis proponga, como salida para el sufrimiento, el mismo modo de relación al Otro (o la falta de relación, ya que proponen que no existe) que lo ha provocado (observable en la neurosis y en la locura, tal como señalamos), lo que va en contra de la enseñanza de Lacan.

Gabriela Mascheroni

Sobre la dirección de la cura

Publicado en:

EL REY ESTÁ DESNUDO

Año 1 | Nº 3 JULIO 2010

Artes Visuales:

Eduardo Carrera

Lo bello y lo triste

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