La Ética [de la Formalización] en Psicoanálisis
El psicoanálisis se encuentra hoy ante una encrucijada que tiene vientos vetustos y cuando no, herejes. La colisión real -el conflicto que creemos leer- debemos entenderlo no entre los diferentes autores psicoanalíticos: me parece que eso es postergar la investigación y sobre todo seguir médiensela en un choque imaginario -en una guerra de egos- que no da lugar a nada nuevo. El compromiso es ante la comunidad científica que nos cuestiona a los analistas permanentemente que demos testimonio -pruebas- de lo que se hace en nuestra praxis. Y el compromiso también es con nuestros padecientes. Los analizantes no nos pagan para que los analistas sigamos discutiendo si Lacan era Freudiano o Winnicott fue precursor del objeto @ o si Piaget tuvo una teoría ingenua: todos estos asuntos son en todo caso marcas que debemos llevar a nuestras investigaciones, pero no para repetir ecolalicamente cosas obvias y atesorar un kioskito propio; sino para seguir construyendo un proyecto de búsqueda que permita a esta disciplina, a nuestro oficio, enlazarnos al campo social y sobre todo científico. Seguir con argumentos tales como “es el caso por caso” o “lo que ocurre en el consultorio corresponde solo a una relación íntima y profunda” no solo es una aberración que desvía el problema sino que además es iatrogénico para el dispositivo clínico, porque si exigimos que una vacuna o un antibiótico pase por determinadas fases, ¿por qué no podríamos demandar que el psicoanalista de cuenta de sus algoritmos lógicos, de sus consistencias, y de sus procedimientos que seguramente considere los correctos para dirigir una cura?
¿De verdad vamos a seguir pensando que a
un analizante le puede interesar si Freud era misógino o Lacan mujeriego o si
Piaget tenía dos perros? ¿No será eso, acaso, un artilugio de marketing
que en algún momento todos usamos, incluso a modo de chisme, para provocar un
poco y para diferenciar discursos? En todo caso si Freud fue misógino no quita
que podamos reconocernos en deuda con él, y entender que quizás se necesitó un
Freud para tener un Lacan, como Heisenberg necesitó a Einstein y Newton a
Galileo; y que ahora necesitamos cuestionar a Lacan, aunque no haya sido
misógino. Seguir repitiendo que Freud fue Cartesiano es tan obvio como decir
que Newton fue Newtoniano. Ya está: ya lo sabemos, pero ahora, ¿Cómo seguimos?
Hay una fuerte tendencia de los analistas a enunciar a partir del desprestigio de otros (y como uno no habla, sino que es hablado, sería bueno se cuestionen este fantasma) e incluso analistas que en vez de leer lo que otros analistas dicen, preguntan -como me ocurrió a mi hace meses- quién me autoriza a decir lo que digo. Quién. ¿Se escucha la demanda al Gran Otro, al Amo? ¿Se escucha que parece ser más importante el título, el antecedente académico, el paso por claustros docentes o el nombre propio que el argumento a discutir? Y en otro extremo hay analistas hiper fascinados con el Amo de turno en donde se escuchan frases que causan más tristeza que risa y en donde uno se pregunta también qué tipo de análisis hay detrás de todo ese imaginario inventado, novelesco, hollywoodense, lleno de orquídeas blancas y de bombones. Bien habría que volver a posicionarse en un lugar que nos permita barrar al Otro y no cristalizarlo y seguir pidiéndole respuestas y sentido. Son analistas -es increíble- quienes están borrando con el codo lo que sus maestros escribieron con la mano. Y obviamente son también estos Amos que, usufructuando el síntoma del otro, erigen -y se erigen- estos saberes absolutos donde aparentemente la relación sexual cobraría existencia por la angustia que provoca el vacío. Podría ser esperable de alguien que recién entra a las letras de un autor, apasionarse de tal modo que quiera obtener respuesta para todo y a cada instante: a esos amiges les recuerdo que somos colegas, es decir pares; y que no basta con preguntar “¿Qué opinan de los mecanismos de defensa?”, por ejemplo; ahí hay una demanda implícita; sino de presentar trabajos sobre dichos mecanismos, de elaborar hipótesis y de ponerlas a confrontar con otros pares. La demanda neurótica no sirve para la investigación. Y los otros, los que ya tenemos un recorrido un poco más caminado, tenemos que hacernos cargo de los partidarios que fuimos trayendo a nuestro molino -transferencia mediante-, vía nuestro fantasma de salvadores o protectores; y aceptar también la barradura: puede ser que nos quieran menos si no respondemos o si pedimos que paguen para trabajar ellos -que después de todo es la consigna de un psicoanálisis-; puede ser que nos digan “yo te pago para que me lo digas vos” (frase harto escuchada de nuestros analizantes), pero entonces tendremos que re definir el dispositivo de transmisión porque hay algo que estamos haciendo mal; porque no alcanza con saber repetir. Eso es lo que generaciones de analistas siguen sosteniendo en nombre de la religión del Otro. Inclusive hasta al decir que el Otro no existe, cuando no se hace más que sostenerlo, pelearse, y hasta de rezarle. Y así tenemos la EOL contra Convergencia, la Apa contra la EOL, los Apolíneos contra los Millerianos… ¿Y el psicoanálisis?: bien, gracias. Por eso, en este contexto, creemos que es harto importante prescindir del factor Autor; más allá que cada labor lleve una firma: y es lógico que así sea puesto que el anonimato también es un modo de esconder la piedra. Pero arrogarse como el Autor Original, único e inédito es sostener el lugar del Otro del Otro. Autor no existe quiere decir que nadie tiene [autor]idad sobre su propia voz, porque somos “siervos del lenguaje”. Después nos llenamos la boca criticando a quienes hablan de responsabilidad subjetiva. Después criticamos a quienes no incluyen al Sujeto en inmixión de Otredad. ¿En qué quedamos?
Me parece que, si seguimos confrontando imaginarios, no vamos a lograr nunca llegar al meollo del problema que creo enfrenta hoy el psicoanálisis. Nunca escuché a ningún biólogo decir “porque lo dijo Darwin” o a ningún matemático decir “porque lo dijo Euclides”. A lo sumo hay teorías que se confrontan y -seriamente- después se arma una estructura lógica; pero la ciencia necesita parámetros claros, no doxas, necesita formalización, no magister dixit.
Nos reímos si un médico mediático habla del cerebro femenino o de la amígdala masculina, o si un Rolón dice que el celoso es celoso porque tiene baja la autoestima; pero no se nos mueve un pelo si un psicoanalista sigue hablando de la envidia del pene o del goce del transexual.
Que un psicoanalista -en nombre de Lacan o de quien sea- pueda enunciar -por ejemplo- que “el trabajo de duelo para con un padre es más arduo y prolongado que el trabajo de duelo para con una mascota, y más si se es mujer”, no es menos disparatado que decir que un niño es más agresivo que una niña o que un tipo de piel negra es más proclive a matar que uno de piel blanca. Son las mismas aberraciones. Porque un analista -un analista, no la persona que lo ejerce- no sabe que es un niño, ni una mascota, ni una mujer: son todos significantes; y enunciar esos axiomas es cristalizarse en una encerrona imaginaria. Estos desvíos existen justamente porque no se pueden formalizar estos enunciados y todo queda en el enfrentamiento de un saber contra otro; porque no se hacen mathemas -como intentó Lacan- para comenzar a justificar lo que se dice; o -mejor dicho-: para que aquello que nos toma del Otro pueda ser dicho con cierta rigurosidad epistémica y lógica. Si en psicoanálisis no hay ciencia, entonces hay moral. Todo lo que se dice fuera de un argumento lógico, es moralina.
Por eso es importante volver a insistir sobre la necesidad de reemplazar al Autor por la Fórmula y de recordar que el campo científico pide formalizaciones, no opiniones. Por eso Lacan llamó a su Seminario 7, La Ética del Psicoanálisis, y no del Psicoanalista: a nadie le importa lo que dice uno u otro u otro: eso sólo le puede importar a lxs fanáticxs de siempre que confunden política con partidismo. Todo acto humano es político; eso no implica que el psicoanalista se transforme en un camarada de izquierda o de derecha para trabajar en su dispositivo; y mucho menos para hacer ciencia. De lo que se trata, justamente, es de aceptar la diferencia. Cosa que, como sabemos, el fanático no puede y lo justificará con argumentos religiosos del Otro al que hace consistir. Seguir perdiendo tiempo en estas cuestiones [síntoma por demás compulsivo e histérico de pretender hacer caer al mismo Otro que se eligió para que acompañe nuestro saber o nuestro dolor, cuando no -más canallamente- de ponerse en el lugar del Otro] es continuar apelando al binarismo sexual y neurótico.
Lo que importa para cimentar un paradigma, para construir ciencia, no es si lo dijo Freud o si Lacan tenía lingotes de oro debajo de su cama o si un analista pertenece a un partido de fútbol o a otro. Lo que importa, creo, es si podemos prescindir del quién para pasar al cómo y testificar. Es decir: tener huevos para renunciar al tan amado y apasionado Yo en pro del lazo científico e incluso de la posibilidad de que otros no nos adoren ni nos idolatren.
M. Augusto Pérez
Formalizar o Evangelizar
XI.XX
Artes Visuales:
Jorge Augusto Cruz