Firmar con Nombre-Propio
Escribí un texto ayer, después de la cremación. Una impresión de los dos días, podría decir que no hay ficción ahí.
Te lo comparto también como una forma de agradecerte este espacio de análisis, en todos estos años. La posibilidad de poder hacerme las preguntas que no me animaba, a no tomarme tan en serio, y poder sentir más cerca el calor de mi deseo.
19/11/2019
Hace más o menos diez días que dejé de sentir temor. Me costó entender que le temía más a mis preguntas que a las decisiones que otros podían tomar sobre mi. El dilema ético de los últimos meses se estrellaba contra el cuarto día hábil. La maniobra de la empresa ya es clara. Cambiar la cultura. Como no van a poder cambiarla? Si se trata de una empresa. A la empresa la cultura le sirve hasta que no le sirve más. No hay un cuestionamiento ético. Eso es de otro ámbito. El ingenuo es uno. El “acá te jubilas si haces las cosas bien” que uno escucha en la primer entrevista es un slogan que hasta el propio entrevistador cree. Pero es eso, un slogan. Una pauta de posicionamiento que cuando la rentabilidad lo requiera puede modificarse. Claro que se necesita de gente nueva, que no conoce ni siquiera donde está el baño. Que analiza la política interna con lo que le dicta al oído un buchón de turno, que tiene menos ética que un cospel o más miedo que un gato acorralado. Y ahí irá meta scrum sobre la historia, las vidas, los lazos que tardaron años en construirse. Mandato del mandato de otro, un ruleman en el mecanismo transmisor del poder, trocando confianza por miedo, estímulo por decepción.
Ya perdí el miedo. Me da más miedo que el miedo me ponga al servicio de eso.
Tacho vacaciones, tacho restaurantes, tacho marcas de vinos, de autos, de vinilos, de mostaza francesa, de pagar hasta lo que no debo. Tacho y tacho mientras siento que me escribo. Soy 7 segundos de libertad que evaporan la mentira de 25 años de seguridad inventada.
No quiero jubilarme en ningún lugar. Siempre los mejores lugares son aquellos de los que uno se puede ir.
19/11/2020
La llamada es esperada. ¿Esperada? Es burocrática la voz que informa la muerte de mi viejo. La imaginaba con alguna capacidad distintiva, el tono, el manejo de las pausas, pero no. Era casi la de un telemarketer informando la ventaja de una oferta.
Como hace un año, ya no tenía miedo. Amé a mi viejo, aún en las zonas donde encontrarnos era imposible. La muerte en los últimos días se había transformado en el mejor lugar para él.
Una de esas zonas fue la industria farmacéutica. No es casual que mi ingreso se dio después de que Argentia lo haya echado, tras 30 años de servicio. Sostener al padre o matarlo, ese es el dilema, diría Freud. Amagué con matar, me asusté y lo sostuve, ese fue mi derrotero.
Para el viejo, esos eran los laburos “seguros”. La ilusión de la seguridad siempre se paga en tiempo, y el tiempo de los mortales es vida.
Los últimos meses hablaba de lo que lo había apasionado. Nunca estuvo la industria en ese relato. Solo una vez me dijo: “a la empresa vinieron unos tipos a saquearla, yo tenia que advertirle a la dueña”.
La teoría del cerco, los dueños no saben. Eso le permitió mantener la ilusión de un lugar seguro, aunque lo expulsara. Los dueños siempre saben.
Vivir la vida es un lugar incierto y nada hay más caro que el deseo. El tipo jamás entendió eso, para él la empresa fue cobijo, fue puerta de acceso a un mundo de consumo que le había sido vedado, casi una familia en estado de progreso. Prefirió sostener esa mirada ingenua a la sensación de la perdida del mito del lugar seguro.
Tomé su mano en la ambulancia antes de internarlo. Lo último que me dijo en su desvarío fue: “tenemos que encontrar un lugar”, le contesté, solo para que se fuera en paz: “ya lo vamos a encontrar”. Aún ya sabiendo en mi cuerpo que no hay lugar, solo hay camino.
Pablo Mónaco
Desapadrinarse
XI-2020
Artes Visuales:
Malena Mónaco