Psicoanálisis: Autorización & Formalización.


Para que vivan los nietos no hace falta matar a los abuelos [1]

 

H

ay una potente ola de jóvenes estudiosos del psicoanálisis, que piensan, escriben y trabajan para analizar y enseñar a otros. Celebrando esas voces que se destacan por su talento y su pasión, quiero hacer algunas reflexiones sobre la metodología de trabajo, el tratamiento de algunos temas y especialmente la autorización.

Sófocles, que murió en el año 406 antes de Jesucristo, se inspiró en la epidemia que masacró a Atenas durante la guerra con los espartanos. En Edipo rey la peste no sólo es un castigo divino. Es, además, una demostración de la imposibilidad de evitar el destino que nos han impuesto los dioses[2]. Sin embargo, tengo la esperanza de vislumbrar la tarde mansa. Trabajo para eso.

Sobre la técnica:

La técnica, se define como un conjunto de procedimientos, reglas, normas o protocolos que responden a una teoría y tiene como objetivo regular las acciones que se realizan para obtener un resultado determinado en el campo de validez de dicha teoría. Por eso es que no nos podemos tomar libertades con el modo de analizar. Así como un cirujano no puede manejar un bisturí como le parezca. La técnica no es opinable pues tiene una razón práctica que obliga a seguirla tal como se la indica. Los estilos y recursos personales deben ser consistentes con la técnica establecida, pues ha sido creada sobre la experiencia misma para asegurar objetivos y propósitos, evitando errores y complicaciones ya cometidos o previstos.

Sobre los modos expresivos que se usan en la enseñanza:

El uso de la retórica encriptada constituye por sí mismo un problema grave del cual aún no nos podemos desprender. A mi entender tiene dos causas: La verdadera dificultad que supone construir un lenguaje para una disciplina cuyo objeto no es directamente captable por la cualidad de su sustancia, como sucede análogamente con la física atómica. La segunda causa es la estrategia de hablar en difícil y hacer semblante de saber para fascinar auditorios. También se intenta con ese recurso, disimular los agujeros en el saber, que no debieran importunar a nadie, porque son propios de una ciencia joven. Pero lo que fascina es la completud.

Que no se entienda lo que se dice, sirve además a los propósitos de la apropiación que algunos han hecho de lo que debería ser, como todo conocimiento esencial y debidamente establecido, un patrimonio de la humanidad.

Acerca de la formación:

Estas dificultades y otras condiciones, sumadas, dieron lugar a la formación de pequeñas sectas, cada una con su pequeño gurú como referente y garantía del saber que hay que saber para pertenecer. Por ejemplo, si el Uno dice que el psicoanálisis no es una ciencia,  cuanto más el debate queda a la sordina[3], como una confidencia entre condiscípulos. Años, detrás de ese Uno, hizo que esos mismos centros de enseñanza cancelaran ciertos debates. Eso no quita que hayan servido al sostenimiento de la actividad y a promover su desarrollo. Pero aún adeudamos a la comunidad científica las demostraciones de lo que afirmamos.

Primero, tenemos que acordar entre nosotros si es cierto que la ciencia forcluye al psicoanálisis y en tal caso qué justifica la metodología freudiana y la obra de Lacan. También habría que acordar si el uso de un lenguaje y de modelos tomados de otras disciplinas implica sin más una adhesión irrestricta a todos sus postulados y conceptos. Necesitamos comprender el alcance de las analogías y del inductivismo que usamos a discreción.

Me tocó formarme con los que se formaban, casi simultáneamente, con los primeros freudianos. Fui parte de la que puede llamarse una tercera generación. Los primeros maestros, al límite de su propio saber, es decir honestamente, nos impartían una enseñanza con imprecisiones. En los inicios de mi práctica, fui inducido a refugiarme en ciertas formas rígidas. Por ejemplo, como no comprendíamos bien las condiciones en que debe iniciarse un análisis, después de tres entrevistas anunciábamos la regla de la asociación libre, señalábamos la importancia de comunicar los sueños e indicábamos el empleo del diván para el cuarto encuentro. Si no había diván, no era análisis. En cuanto a la duración de la sesión, era de 50 minutos. Y pasábamos muchas “sesiones” sin entender qué nos decían los “pacientes”. La supervisión nos tenía que enseñar de nuevo los rudimentos y sentíamos vergüenza por ello. Mostrar nuestras notas en la supervisión era un momento difícil. Es que no entendíamos ni lo que habíamos apuntado.

Maestros y alumnos nos ejercitábamos casi a la par, pero casi siempre de una manera sincera que todavía agradezco. Era lo que podíamos, en el estado del arte. Pero había otras cuestiones, malas de verdad: Me recibí repitiendo que la psicosis era congénita y hereditaria. Era la respuesta que me habían soplado que tenía que  dar, si quería “la cartulina”. Y lo hice. Porque la consigna era olvidarse de todo lo que habíamos mal aprendido, mal enseñado en las aulas, para salir a trabajar y a aprender en cursos y  grupos de estudio privados lo que verdaderamente había que saber. Como escapando de la peste. Y el diploma, era una cartulina.

Hubo honrosas y bien recordadas excepciones de aquellos que hoy serían tal vez objeto de cierta inmerecida descalificación, meramente por ser freudianos. Yo los recuerdo con afecto y reconocimiento porque me subí a sus espaldas y pude ver un poco más. Se los debo, absolutamente. Ese poco más, seguramente es muy muy poco para los que me siguen. No me disculpo. Es lo que pude, como generación. Celebro que sea superado y poder aprender de los hijos putativos. Es lo que cabe esperar cuando todo se hace bien.

Antecedentes:

Ubiquémonos en la época. Veníamos saliendo de la última dictadura y la llegada de los nuevos profesores era celebrada en la vieja sede de independencia al 3000. A las profesoras, en su primer teórico se las recibía con flores. A los profesores con docenas de facturas. Todos reíamos y festejábamos el retorno de la verdad en todos los ámbitos, y también en la ciencia. Pero, se cometieron errores. Y también sucedió entonces como antes y ahora, que no todos profesaban las ideas que decían sostener. Es doloroso ver como sobre las mejores intenciones se montan luego procesos de burocratización que retornan a lo mismo que querían combatir.

No todos los que sufren algún tipo de postergación o avasallamiento de sus derechos quieren la igualdad, algunos envidian los privilegios. Todo está guardado en la memoria.

Yo leí en 1984, sobre los mingitorios del baño de Independencia, el grafiti que decía “antes era la cana, ahora es Lacan”. Subí inmediatamente a la reunión de cátedra, que integraba en mi primera experiencia docente y lo comenté. No hubo ninguna reflexión autocrítica. Dijeron “tenemos una hermosa cátedra y no lo han sabido comprender”. Y el que dijo eso, fue el siguiente decano.

Así estaban las cosas. Un compañero, muy conocido por su militancia, estaba rindiendo su último examen –¿te acordás Daniel?- y la profesora lo detuvo para espetarle: “Pero qué bajo nivel… ¿Qué estuvieron haciendo ustedes todos estos años?” Y él, sin esperanza de ser aprobado, dijo lo que sentía: “Resistiendo, profesora. Resistiendo para que ustedes ahora puedan salvarnos”. Y la profesora le puso un cuatro y le deseo buena suerte en su así iniciada vida profesional.

Con estos antecedentes de mi casuística personal, no pretendo más que señalar que nada de lo que pasa hoy es novedad y muy probablemente siga pasando si las nuevas generaciones se limitan al enfrentamiento con el que piensa distinto. Lo sufrí lo suficiente como para autorizarme hoy ante otros a parafrasear aquello de “aunque tenga que aprender…”.

Hay que buscar otra vía por donde sea posible el encuentro y la valoración de las posiciones del otro. Porque la verdad es que no hay otro de la culpa. Pero si lo necesitamos lo vamos a construir. Y nos va a responder. La confrontación y la destitución del otro no es un destino inevitable sino una necesidad de nuestras posiciones,  a las que no es imposible renunciar.

Los analistas no hemos atendido cuando Lacan advirtió que podíamos terminar siendo una burocracia cualquiera. Cometemos los mismos errores que el resto de la sociedad: Nos enfrentamos, que es un modo de encontrase en el odio y la negación de las razones del otro. Intentemos otra cosa, para que una cosa y otra cosa no sean la misma, pero con otro perfume…

Einstein fue presentado en un congreso y al pasarle la palabra le dijeron: “Aquí, somos todos einstenianos”. Él agradeció el cumplido, pero fiel a su estilo, respondió: "Qué lástima que el único newtoniano en esta sala sea yo”. Él reconocía al Otro. Nadie es el Otro. ¡Claro que no existe! Pero cada uno de nosotros lo puede ser para otros si cumplimos con nuestra labor en la línea sucesoria. Allí donde se paga en los nuevos lo que se adeuda a los viejos. Ahí está la habilitación.

La mala fe:

Desagregados los casos de manifiesta mala fe, todo lo demás hay que aprovecharlo. Es fácil distinguir la mala fe. Si el tiempo de la sesión se mide por la emergencia de la verdad, tanto puede durar menos como más de una hora. Pero yo, que tenía sesiones de 5 minutos, un día llegué 5 minutos tarde y me encontré con el que venía detrás de mí. ¡Estábamos todos citados cada 5 minutos! Eso no fue ideológico, fue una truchada. Qué me van a hablar de amor…

Sobre las concepciones ideológicas y la práctica del psicoanálisis:

Hay diferentes cuestiones: Una disciplina científica debe tener una teoría y un método de aplicación que implica una técnica. Esas tres dimensiones, no deben sufrir ningún tipo de desviaciones que le quiten coherencia interna- y por ende consistencia- para tratar los fenómenos que estudia. ¿Hay que preguntarse si una ciencia puede ser desviada de sus propósitos por efectos de la ideología del practicante? Algunos lo afirman.

Si un analista trabaja bien, se dirige y limita a revelar, para su analizante, la invariante funcional del goce actualizado en la transferencia. La conducción de la cura no tiene otro propósito que ese: conducir la experiencia con el sí mismo. Esa es la política. Ni siquiera sé si es aplicable el término. Y por lo específico no es comparable con ningún otro discurso. Ni siquiera tiene relación con los lineamientos generales que pueda tener en intención un discurso dirigido a lo social. Sea del signo ideológico que sea.  Luego, lo que haga el analizado con ese nuevo saber y si cambia o sostiene sus demás ideas y principios, es su prerrogativa.

Es cierto que la preferencia o la tendencia ideológica, Indudablemente, está ligada al fantasma. Pero el reconocimiento del propio fantasma, por parte del analista, asegura dentro de cierto alcance que no vaya a entorpecer la tarea, queriendo inducir al analizante sus propias posiciones ideológicas. Porque él no tiene atributos ni autoridad para ser un corregidor de las ideas. Riesgos, errores, equivocaciones, actuaciones, siempre hay. Por eso la supervisión, es decir, la revisión del entre dos, es siempre necesaria  en la experiencia clínica.

Nadie deja su modo de pensar fuera del consultorio. Ni los ultraconservadores ni los que se consideran a sí mismos auténticos revolucionarios, progresistas del campo nacional y popular. Pero desde el punto de vista metodológico es equivocado el planteo de la participación del marco ideológico como una variable interviniente del dispositivo. Es un factor extraño que debe ser controlado por los motivos ya explicados.

El psicoanálisis no fue pensado para mejorar o corregir la ideología. En tal caso, deberíamos instituir un comisariato que resuelva qué ideología es buena para conducir un psicoanálisis. Sería como una especie de nuevo “pase”, que verifique la pureza ideológica como requisito de autorización. Este es el punto donde se hace visible que la discusión que consiste en lo especular, sostiene lo mismo que dice combatir. Dramatizando, el punto es: La imposición autoritaria de tus malas ideas no me deja ser, pero como estoy identificado contigo, no sé defenderme sino con lo mismo que me haces, para rescatar mi ser. Pero, así, cuando te haya vencido, habrás renacido en mí.

No es imaginable una desnaturalización más radical del psicoanálisis, que dejaría de ser un “instrumento imparcial de investigación, como lo es el análisis infinitesimal”, para servir a la represión ideológica, en nombre de la ética.

Del uso de analogías con otros discursos:

Se puede tomar modelos de otras disciplinas. Pero no de cualquier forma. La conducción de la cura tiene un propósito. La conducción política tiene otro propósito. No tienen el mismo objeto, ni se plantean los mismos problemas. Hay dimensiones que no admiten comparación: “Lo privado” y “lo público” puede ser incompatible para algunas concepciones ideológicas. Pero el goce, que deriva de lo social, es singular. Lo singular existe. Y no es revolucionario ni conservador. Tiene otra naturaleza. No es nuestro objeto de estudio. Y no significa creer en el homúnculo, ni en indivisos individuos. Conocemos el concepto de materia de la ciencia moderna.

Un valor de la obra de Lacan, es que constituye un fabuloso legado de “intentos” –es su término- de formalización de la teoría, con el auxilio de modelos explicativos, tomados de las matemáticas y de la física, preferentemente, para abordar los fenómenos que estudia el psicoanálisis.

Esa fue, según dijo, su manera de ser freudiano. No repetirlo, sino intentar continuarlo en lo que hacía falta hacer: tomar distancia de un lenguaje y de ciertas concepciones que venían de la ciencia de la época, de antes de la guerra, dado que casi inmediatamente él ya pensaba hacer uso de esas novedades revolucionarias sobre las que advertía en La Tercera a los analistas: “No voy a empezar aquí con la onda y el corpúsculo, pero más les vale no quedarse en Babia”.

Evidentemente Lacan pensaba que las nuevas concepciones sobre la materia podían ser útiles para explicar la sustancialidad de lo inconsciente. Por idénticas razones Platón exigía el conocimiento de la geometría para ingresar a su academia. Se trata de utilizar modelos por analogía, pero eso no elimina la delimitación de los campos de incumbencia.

Lejos de la peligrosidad de esos planteos, hay quienes le suponen a Freud homofobias, misoginias, y adhesiones al peor totalitarismo de la historia. Si así fuera, en tal caso lo que debieran hacer, porque es lo único que tendría sentido, es demostrar si esas condiciones han sido decisorias en la construcción de sus conceptos, y si son invalidantes. Mientras tanto podrían pedir disculpas.

Acerca de la autorización:

El lugar de la autorización del analista nunca fue la universidad. Se buscó en las instituciones privadas, más o menos francesas, que nunca se pusieron de acuerdo y cuyos procedimientos han sido muy discutidos y poco demostrada su eficacia. Pasó también por los grupos de estudio. Y ahora está mayormente en las redes, donde cada uno se autoriza por sí mismo. Otra vez el Otro no existe. ¿Es suficiente? Hemos perdido el significante distinto, ese de la regulación.

¿Cómo reconocer quien es analista? Esta pregunta sigue abierta. Como dijo Freud en el epílogo de El hombre de las Ratas, hay que esperar mucho de las nuevas generaciones. Por ahora, solo cuento con la clave que uno de mis maestros –Alberto Grimau- me dio una vez. “Al analista se lo escucha”, dijo. Al analista se le reconoce por lo que nos hace dejar de pensar. Al analista se lo escucha en lo que dejamos de decir. Cuando dejamos de ser tan nosotros mismos es señal que estamos en análisis. Y fue con alguien. Pero, otra vez ¿Es suficiente?

Reflexiones finales:

Si queremos aprender de lo que enseña la historia, si es posible, para no repetir lo que no sirve, primero que nada abstengámonos de toda irreverencia. Dejemos de lado todo resentimiento por lo que no nos dieron o por lo que nos hicieron difícil. A la edad adulta es responsabilidad de cada uno arreglarse con lo que hay. Reconocer los errores y las bajezas de los que pasaron antes es bueno, para desagregar eso de las legítimas deudas que tenemos que honrar. Luego, hay que tomar lo bueno y dejarlos ir. Constituirnos en un binario y ser los buenos para luchar contra los malos puede ser un proceso adolescente, de diferenciación necesario, tal vez. Pero cuando uno deja de transferir enconos y resentimientos está en mejor condición para apreciar la ley y la ganga en lo que lee y lo que escucha. Sino…Adiós mi tarde mansa. “Fuimos”. Me autorizo a decirlo porque acabo de dar testimonio de haber pasado por eso. Y quiero servir de anticuerpo porque me asusta y me pone los testis de moño (parafraseando a Lacan) avistar que la Gran Peste nos ataca otra vez. ¿Nada puede hacerse contra la voluntad de los dioses? “Nada han enseñado los años, siempre se vuelve a los mismos errores… y a llorar por los mismos dolores”.

Beno Paz

Rebrotes de la Gran Peste

IX.2020

Afiche:

Paul Fürst

Vestimenta de los médicos durante la peste negra / 1656



[1] Atahualpa Yupanqui.

[2] PEDRO GARCÍA CUARTANGO. ABC Cultura. Sevilla.

[3] Silenciosamente, sin estrépito y con disimulo. RAE.

Entradas populares