La Posición del Analista


“La buena voluntad del Analizante no encuentra jamás

nada peor que la resistencia del Analista.”

Jacques Lacan, Seminario 24; Sesión 11.01.77

“El deseo del hombre es el infierno (…) no desear el infierno es una forma de resistencia.”

Respuesta de J. Lacan a M. Ritter, 26.01.75

 

Todos los Seminarios que Jacques Lacan dictó -incluso en posición de “Analizante” según sus propias palabras, y por lo cual preferimos llamar Sesiones y no Clases- se dirigen a un sólo objetivo: el trabajo del Analista. Es decir: cómo operar en la clínica.  Es decir, también, que Lacan presintió y observó muy tempranamente que el oficio de Analista no era como cualquier otro. Que no es ni peor ni mejor; sino muy diferente en relación a lo que se ofrece y a quién oficia en dicho intercambio. Un lugar que no puede desvincularse a un factor que podríamos llamar “fantasmático” y que -sin embargo- debería operar prescindiendo de fantasmas.

Siempre recuerdo cuando Juan Carlos Indart declaró que las Escuelas de psicoanálisis lejos de felicitar al candidato que desea ejercer como Analista, debería tener un Cartel de Condolencias, o algo por el estilo.  Esto Lacan, insisto, lo supo siempre. El candidato o la persona que se dice Analista, debería entender que va a ejercer un oficio donde se le va a pagar para poder ayudar (y trato adrede de utilizar incluso un verbo algo romántico y quizás mal sonante en nuestra jerga) a otra persona que… cómo lo digo sin caer en una obviedad: que tiene problemitas. Es justamente porque quien visitará a alguien que se dice Analista es una persona con problemitas, y con problemitas que no domina porque se les impone desde Otro lugar; que Lacan insistió en hablarle… a los que quieren ser Analistas.

Esto no sólo lo perfila ampliamente en su Seminario 15 (llamado El Acto Psicoanalítico) sino en toda la extensión de su obra. Es cierto que hay conferencias y seminarios donde se plasma con mayor potencia; pongamos por ejemplo La Dirección de la Cura o Variantes de Cura-Tipo, o el Seminario 14, o el 7 o el 8, o el 10… y así podríamos seguir; pero no existe un solo texto del Maestro francés que pretenda, que esté dedicado a otra cosa, más que a la operación del Analista. Esta operación -este trabajo- es lo que el Analista no debería perder de vista y sostener como brújula incluso cuando lee (y enseña) la obra Lacaniana. La Posición del Analista es la Posición de lo Inconsciente y ésta no es más que una Posición Ética. Lo Inconsciente -para Lacan- es harto más una operación de lectura-ética que una técnica de análisis.


Pongamos por caso que un potencial paciente llame a una persona que se dice Analista. Pongamos también que esta persona que se dice Analista tenga ciertas dudas si atender o no a este potencial paciente (hecho que creo debería analizar antes de poner manos a la obra). Pongamos finalmente que no sólo no lo atiende -porque le posterga el primer encuentro, porque se cruzó una cigüeña, porque llueve o porque simplemente decidió a último momento que no le gustó su timbre de voz- sino que, además, se permite declarar un diagnóstico a posteriori; cosa en que muchas veces se suele caer por nuestro afán de psicologizarlo todo con manuales, motes, apotegmas o estigmas. Entonces, ¿qué tenemos acá? Si en psicoanálisis un “diagnóstico” no es sin Análisis, no es sin Analista, no es por fuera del dispositivo; incluso no es sino al final; y si lo que acá tenemos es que no hubo Analista, no hubo Analizante y no hubo Análisis alguno; pues por tanto tampoco hubo diagnóstico. Si a esta verdad de Perogrullo le agregamos -por ejemplo- el hecho que deriva de la neurosis del fantasma de la persona que se dice Analista (pero que no ejerce como tal hasta que aloja al que se dice paciente) y todas sus dudas anexas (como por ejemplo y justamente si quiere abrir un Análisis); es claro que entonces no es lo mismo decir-se que producir el des-ser. Si el “Sujeto” es lo se detecta, como se suele decir, en la praxis; si el Sujeto es un su-puesto y si el Sujeto no tiene nada que ver con un neurótico, o un psicótico, o un niño, o un diabético; entonces es claro que el diagnóstico -y mucho más revelado por fuera de escena- pierde su carácter y su potencia. En todo caso, si hay diagnóstico, siempre es bajo transferencia y es del “caso” (lo voy a decir más enfáticamente: del discurso que aparece bajo la traza) y no de la persona. Por eso si la posición de un Analista es tal que cree por un lado que la neurosis se establece en el dispositivo, pero por otro diagnostica incluso antes de establecerse el vínculo; entramos en una falacia ad verecundiam que incluso habla de un pasaje de escena cuyo actor sólo reivindica el único Acto que realmente se le juega: el del Horror.

Vayamos al nudo. Para que el Análisis comience es necesario que el que se dice Analista aloje al que se dice paciente. Primer punto. El resto es teoría y podríamos discutirla. Pero sin este primer hospedaje (o lo que, volviendo a Juan C. Indart, se podría llamar la fraternidad-con-lo-real), no hay nada previo. Lo que se dice debe instalarse en la escucha. Las discusiones posteriores también son útiles: por ejemplo, el tema de si el diagnóstico se produce al final, en el medio o en la primera sesión. Segundo punto: aún con el comienzo de un dispositivo no tenemos en sí mismo la apertura de un Análisis; es necesario una segunda acción: que el Analista opere vía su interpretación. Es decir: que produzca algo en el orden de agujerar el discurso y -a la vez- engarzar el síntoma al fantasma, provocando incluso la apertura de lo inconsciente. Provocando hendidura, división, agujero. Más precisamente: una subversión del fantasma. Elemento este que no sólo se reduce a uno de los fundamentos psicoanalíticos sino -además- a lo que distingue nuestra praxis de otras psicoterapias. Acto seguido llega lo que conocemos como Sujeto Supuesto Saber: es decir: produciendo el S1 creo el S2, operando sobre el S2 produzco el S1: esto no es un movimiento de los Cronos, sino de la Lógica. No hay uno sin el otro. Volvemos a lo dicho up supra: el Sujeto es una operación lógica del dispositivo. Traduciendo: el ejercicio -incluso la maniobra- del Analista crea al SsS que no es más que proponerle un Sujeto al Saber. Esta hipótesis es lo que abre un Análisis. El Sujeto del Análisis no tiene nada que ver con el paciente. La persona que se decía Analista ahora es ya objeto que lee y moviliza el discurso ocupando el lugar de agente en el artilugio analítico. Ya no se dice; sino que el decir lo toma. Ya no opera con su yo (“yo digo que soy Analista”) sino que el discurso comienza a funcionar en función de una operación donde el Yo muere.

El deseo-de-Analista se funda en ese lugar vacío, de agente del dispositivo, y vuelve siempre sobre esas marcas. Alguien no es Analista porque pone un consultorio, o porque enseña psicoanálisis (“Una enseñanza no es un acto; no lo ha sido jamás.”; Lacan, S.6.12.67), o porque se recibió en una Facultad, o porque su Analista le dijo que era Analista. Uno se autoriza -y no sin otros a los que muchas veces “usa” para engañarse- sólo en el momento que ejerce el Acto. Como nos recordaba Lacan, el Acto es del Analista. Y -en el Seminario 15- Lacan se protege de ubicar al Acto en función de una descarga motriz, o de una infatuación yoica o de hacer profesión del mismo: el Acto no se ejerce sino desde lo que no es ex(acto); el acto más logrado será fallido; por tanto, el Acto del Analista no puede estar sino ligado al significante; o -como nos recuerda Lacan- al decir: “El acto psicoanalítico, si es que es un acto, y de eso hemos partido desde el año pasado, es algo que nos plantea la cuestión de articularlo, de decirlo, lo que es legítimo y yendo más lejos, lo que implica consecuencias de acto en tanto que el acto mismo es por su propia dimensión un decir El acto dice algo, de eso hemos partido.” Lacan, S.17.01.68

El Acto Analítico no es sin el soporte de la transferencia, pero -sobre todo- es la causa de la existencia del Analizante; es decir entonces: del Análisis mismo. Cito: “En el campo del acto psicoanalítico, lo que produce el psicoanalizarte es al psicoanalista.” Lacan, S.07.02.68.  Esta constitución topológica-möebiana, implica no sólo al Acto como significante, sino como corte, como corte que -a la vez- produce al Sujeto: “La banda de Moebius puede ser tomada como simbólica del sujeto, un doble rizo constituye el polo único. Ahora, una división mediana de esta banda la suprime, pero engendra una superficie aplicable sobre un toro. El corte que engendra esta división sigue el trazado del doble rizo, y se puede decir que el acto es en sí mismo el doble rizo del significante.” Lacan, S.07.02.68

Finalmente: no hay Acto Analítico que no interrogue al Analista. Es decir que “autonomizarse” no es sólo insuficiente, sino que incluso es delirante. El Analista no se autoriza por un pase, o por un diploma; pero debe interrogarse sobre su Acto ante otros en transferencia. El delirio de infatuación no es ajeno a la neurosis de un potencial Analista o de alguien que busca autorizarse y cree encontrar ese aval en canales diversos que pretenden prescindir de Otro legal. Si parto de la base -por ejemplo- que el Otro no existe; entonces no tiene incluso sentido detenerme ante un semáforo: es lo mismo el color rojo que el verde. El Otro existe desde el momento que -incluso y no fortuitamente- es la causa del sujeto. Sin Inmixión de Otredad no hay Sujeto: no hay uno sin otro.

La posición de Analista -como se cansó Lacan de denunciar todo el tiempo- implica la posición del lado Hembra, de castradx. Es decir, de deshecho, de basura-decidida. De mierda-decidida: “El acto psicoanalítico que definí de una forma muy audaz, puse incluso en el centro de esa aceptación el ser arrojado a la manera del objeto (a)” Lacan, S.27.03.68 Los Analistas no tenemos ninguna obligación de atender a nadie: nuestro oficio no es como el del médico cuando se pone un ambo en una Guardia. Hay un deber ético de elegir incluso hasta qué momento queremos continuar el tratamiento analítico con un paciente. Los Analistas -otra verdad de Perogrullo- son personas y el trabajo suele cansar porque la Demanda siempre es del “pedigüeño” como decía Roberto Harari o de lo que yo bautizo como el “mimosón”; y porque muchos pacientes suelen no sólo ser absolutamente demandantes sino -además- injustos y egoístas. Pero bueno sería que el Analista no olvide que su oficio -mientras dura y lo acepta- no se desvincula de lo que Lacan llamó en su Seminario XX, un lugar “hembra”: es decir, de permanente postura castratoria que -en todo caso- debería llevar a Supervisión si el infierno de los avatares del pedigüeño sufriente lo invade con fuegos y clamores; y con sus dieciocho niveles y sus treinta y tres cantos.

Marcelo Augusto Pérez

Del infierno al paraíso y… otra vez al infierno.

La Posición de Analista

IX - 2020

ARTES VISUALES:
Santiago Caruso
[ Quilmes, Arg., 1982 ]

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