De la Escuela a la Ópera...


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os educadores tienen en sus manos la materia prima del futuro. Como un mineral precioso recién sacado de las entrañas de la madre tierra, la inteligencia nueva, los necesita para nutrirse, hasta alcanzar la plenitud de su potencial. Por eso, de los educadores depende el porvenir de nuestras comunidades.

Pero la inteligencia de hoy, que es capaz de parar un misil en el aire, no puede detener un virus. Puede levantar un rascacielos en una semana pero no puede arreglar el techo de una escuela. ¿No puede? O es que solo se empeña en lo que asegura el poder y la ganancia inmediata, contra la paz y el bienestar del presente, e hipotecando el futuro. Qué tremendas realidades.

En ese contexto, de un mundo que como un cóndor ciego, como Ícaro, vuela hacia el sol  sacrificando sus alas en el fuego, los educadores apenas tienen su premio, cuando un niño, ya adulto agradecido, les abraza amorosamente en un encuentro casual. Sólo así encuentran su recompensa, porque el que enseña siembra para el futuro de aquel en quien pone la semilla del saber. No es para él la cosecha. Y bien lo sabe. Pero eso no justifica los magros sueldos ni las malas condiciones de trabajo. En fin, es otro tema. Sí. Pero siempre es oportuno pedir justicia.

Freud en la escuela:

El psicoanálisis, debe ser, ya que puede, una herramienta auxiliar, para colaborar con el docente; primero en la comprensión, luego en la solución posible de los problemas que derivan de los fenómenos que su teoría explica y su método permite abordar con relativa eficacia.

Lo primero entonces es señalar que el aprender es una capacidad que suele verse perturbada por varios factores. El más común en la periferia de nuestras comunidades –doloroso es reconocerlo- es la falta de medios esenciales. El segundo factor, aumentado por las distorsivas derivaciones de la inequidad social, es el conflicto propio del grupo familiar.  Entendiendo que éste se extiende hacia atrás, en el tiempo, incluyendo a todos de quienes se tenga memoria.

El niño que el educador recibe en el aula viene formado por todo lo que se dice en su hogar desde antes que él o ella fueran una presencia física en la casa. El pensamiento de la pareja, de abuelos y bisabuelos, de otras personas de influencia y aún de las vicisitudes y emergencias de lugar y tiempo, de cultura e instrucción, forman su ser. Y alrededor de los cinco años, su personalidad ya es definitiva. Así como es, será de adulto. Solo cambiaran sus modos expresivos. Lo que manifiesta el niño en la hora de juego, lo dirá el adulto con otras palabras y otros juegos, a lo largo de su vida. Así como fue amado, rechazado, o consagrado a ciertos propósitos sublimes para sus padres, así amará, se hará rechazar, y se someterá a todo tipo de tribulaciones y sacrificios para conformar los mandatos recibidos. Todo eso, que en la vida de adulto se representará en sus parejas, en el trato con sus hijos, en su trabajo, es lo mismo que en las formas larvadas de las expresiones infantiles llevará al aula y funcionará como argumento, como lógica, en la relación con sus pares y sus educadores.

La teoría psicoanalítica llama a esa configuración “la novela familiar del neurótico”, que tiene su “actualización” (de esa escena primaria) y se reproduce por “transferencia” a una situación presente como puede ser la de la escuela y en ella a un agente real como puede ser la maestra.

La novela familiar puede compararse con un relato clásico. Si se tratara de una ópera, podría ser, por ejemplo, Carmen, de Bizet, que fue escrita antes de 1845 y se basó en una novela anterior y también en otros relatos, algunos de la tradición oral, de autoría desconocida.  Primero fue presentada como una obra de la opera comique. Hoy es reinterpretada como un caso de feminicidio al que en algunas representaciones se le ha cambiado el final y José es asesinado por Carmen, porque a la sensibilidad actual le parece que es mejor un asesinato que otro. De cualquier modo, la cuestión que nos interesa aquí es que, igual que en todo relato mítico, hay una historia cuyos orígenes son remotos e imprecisos, que luego se mixtura con otros relatos, y finalmente es interpretada de diferentes formas. Y así se forman las novelas familiares. En ellas también se miente y se ocultan faltas, para guardar la imagen que se da a los niños.

Aportes de la enseñanza de Lacan:

Otro aspecto que nos interesa es que pese a la metamorfosis que todo relato sufre al ser trabajado por el tiempo y las diferencias culturales, ideológicas, y hasta por las rencillas mezquinas de cada comarca, siempre hay algo en las personas que se conserva inmodificable. A ese elemento la teoría llama rasgo unario (en el alemán original “einzigerzug”). Luego la escuela francesa le designará como S1 o nombre propio. Y lo caracteriza, dentro de un modelo matemático, como una “invariante funcional”. Es algo que se repite siempre y caracteriza la conducta y el modo de relacionarse de cada persona. Una breve referencia clínica tal vez ayude a comprender y mostrará que es relativamente sencillo reconocer y desagregar de los actos propios de un individuo aquello que es esencial de su modo de ser. Cervantes lo dijo más claro: “Genio y figura, hasta la sepultura”.

A mediados del siglo pasado, en el seno de una familia rural, nació una niña a la que llamaron María. Su papá, Alfredo, era hijo único, y su mamá, Susana, fue una de diez hermanos y hermanas. La pareja ya tenía un hijo varón, José, nacido apenas once meses antes. La familia se completaba con la abuela paterna, Amalia. La “novela familiar” cuenta que cuando Susana y Alfredo se casaron, Amalia forzó a su hijo a llevarla a vivir en su nuevo hogar, donde ella sería quien llevara el orden de la casa, desplazando de todas las responsabilidades a la flamante y jovencísima esposa, que no pudo defenderse.

Susana no tuvo el coraje para imponerse a la suegra y acostumbrada a vivir algo relegada entre muchos hermanos, más bien se refugió en la aparente comodidad de su nuevo desplazamiento. Alfredo se dedicó a su trabajo y dejó que todo pasara. “Son cosas de mujeres” -se dijo a sí mismo- “Y no tienen importancia”. Con el tiempo se vería que ese mal acuerdo, tácitamente aceptado y renegado por todos, tendría sus consecuencias. Pero Alfredo tenía también un largo entrenamiento en dejar hacer, pretendiendo desestimar lo que no podía dominar.

Cuando nació José, Amalia sentenció que un hijo solo estaba bien, pero que ella no quería vivir en una casa con más de una criatura porque era mucho trabajo. Sin embargo, Susana quedó casi inmediatamente embarazada de María. ¿Habrá sido esa su forma de revelarse a la suegra? Lo cierto es que no se animó a declarar su  embarazo hasta el cuarto mes, cuando ya su delantal de cocina se anudaba por arriba de la incipiente prominencia que parecía querer desafiar el orden impuesto.

Pero no fue así. María nació y ocupó el lugar que le estaba predestinado: Fue un fastidio para todos. De niña sus permanentes caídas le hacían sospechar a los médicos que tenía un trastorno que afectaba su equilibrio. Quizás una mala formación del oído medio, supuso el clínico. Pero no. Su oído medio estaba bien, dijo el especialista. Lo que estaba mal era todo lo que oía en el medio. Su temprana anorexia mostró el rechazo del que era objeto y también su rechazo a los malos humores que concitaba su sola presencia. Para colmo, como no había más lugar en la modesta casa de campo, la mandaron a dormir con la abuela Amalia. María sufría pesadillas y por las mañanas se le caía la cara en el tazón de la leche, salpicando todo, para fastidio de su madre y de su abuela. Ella era eso, un fastidio. Cuando creció, lo fue de un modo más sofisticado.

En un hogar donde todos estaban molestos, ella era la que denunciaba la incomodidad de cada uno. “¿Mamá, por qué vos nunca decidís qué vamos a comer?, ¿Papá, por qué nunca estás en casa?, ¿Abuela, por qué no me dejás lugar en el placar?”, ¿José, por qué me pegás?”.

En la escuela, María era insidiosa y se hacía malquerer por sus compañeros. Siempre estaba de mal humor. Era una niña triste que paseaba sola por el patio de recreos. Sin embargo, era una destacada estudiante. Su maestra de séptimo grado observó que cuando debió decir qué le gustaría ser cuando fuera grande ella sólo sentenció “mi hermano va a ser abogado”. En una redacción puso que en la casa de sus amigas mandaba la mamá, y en su casa mandaba su abuela. Y papá, “trabaja de no estar en casa”. “José me pega y hace guardia mientas sus amigos me tocan”.

Cuando María tenía quince años, su abuela estaba muy enferma. Pero tal era el carácter dominante de la anciana que nadie parecía entender que su vida se apagaba. Una noche, durante la cena, en medio de una emoción descontrolada, María levanto la fuente con los tallarines con estofado y la lanzó hacia el techo, gritando que la abuela se moría. Efectivamente, murió esa noche, mientras dormía, al lado de María.  

Los años pasaron. Con el pretexto de que le convenía ir a la ciudad para continuar sus estudios, el padre convenció a María de dejar la casa familiar. La verdad era que ya no la soportaban. María se fue a vivir sola. Conoció entonces varios amores que atendieron a su belleza, pero los dones de la vida no eran para ella. Salía con hombres casados que daban hijos a sus mujeres mientras ella se hacía abortos. Finalmente llegó el amor verdadero. Se calmó un poco durante unos años, pero las vicisitudes de la vida y las insatisfacciones propias del amor, volvieron a actualizar sus dolores. Como último recurso para salvar el matrimonio, su marido la convenció de hacer una consulta psicológica. Invitado a una entrevista individual se confesó. “La quiero con el alma, pobrecita. Pero no la soporto más”.

María niña, transida entre las sombras de la indiferencia del padre y el fastidio de su madre, de su abuela, y de su hermano, cruzó la vida siendo y haciendo eso mismo para lo que había sido alojada en el seno de la familia. Ocupó siempre ese lugar, fue siempre el mismo personaje. Eso, que la caracterizaba como un rasgo distintivo, único, como un nombre propio por el que podía ser reconocida, era el ser fastidiosa. Y vivir fastidiada. En todo tiempo y en todo lugar. Con la jerga de los celulares podríamos decir, vivió en modo fastidio. El concepto, en términos de la escuela francesa de psicoanálisis, se designa “goce”. Es, sencillamente, para bien o para mal, o para más o menos, el modo de ocupar un lugar en el mundo y vivir que cada uno tiene.

Comentarios finales:

Ante todo, un niño que no aprende, tal vez es un niño que sufre psicológicamente. Comprender la armadura lógica del pensamiento doliente tras la conducta del niño que tiene dificultades en la escuela, permite conducirlo de un modo más adecuado a su personalidad y sus posibilidades. También da ocasión de ilustrar a sus padres sobre las razones de los problemas. Pero los docentes conocen sobradamente la suerte que corren al ser portadores de esta clase de noticias para la familia. En este punto siempre hemos considerado que esta comunicación corresponde a los especialistas. Ya bastante carga tiene quien está al frente del aula. No obstante, la implicación del educador es imprescindible, porque también es agente de sanación si comprende los por qué de las dificultades de aprendizaje. Así como es agente de repetición del dolor si no los comprende.

Por último, suele insistir la pregunta por una teoría del análisis de niños. No hay una teoría específica para la niñez. Si, por supuesto, el método, que también es el mismo, debe ajustarse a las formas expresivas del niño.

Hasta aquí, esperamos haber sido de utilidad para los que no están muy familiarizados con el psicoanálisis, a fin de que puedan encontrar en él un recurso que los auxilie en las dificultades de su tarea, que es la más trascendente, como lo señalábamos al principio, si queremos ponernos en modo salud, en modo futuro, en modo país.

Beno Paz

A buenas preguntas respuestas precisas

Agosto - 2020

Afiche: Ópera Carmen, 1875.

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