Tapabocas : El Malestar en la Pandemia

 

  

“Tomen un círculo, acarícienlo, y se hará un círculo vicioso”
“La cantante calva” Eugene Ionesco


Nada hay peor, decíamos ayer, que un especialista. Seguramente eso es demasiado dogmático, un apotegma fácilmente refutable en la medida que hasta un desprevenido “amordazado” de los que habemos caminantes, masificados en islotes, puede suponer que peor que un especialista es un equipo de ellos, léase: varios especialistas en especializada reunión.

Si al encuentro antes mencionado se le suman efectos panópticos foucoultianos, goce flagrante ante cuadros y gráficos estadísticos diluyentes de la menor subjetividad y la suma del poder de decisión justificado en el célebre “por tu bien” sólo queda parafrasear a Ionesco, un círculo acariciado se vuelve un círculo vicioso.

Lamentablemente no se puede hacer una estadística, aunque más no fuera un guarismo de encierro de las veces que los “especialistas” han repetido la frase: “además está lo psicológico”. Necesariamente, para un médico, incluso un especialista (permítase la repetición del significante) tal asunto es una materia con la más breve de las cursadas en la universidad (¿psicología médica?). 

Incluso, esto es lo más preocupante, muchos psicoanalistas consideran su quehacer encuadrado en una supuesta escuela psicológica más, se sienten enrolados en una escuela de especialización psicológica, incluso lenta, antigua y poco “eficiente” para el vértigo de obras sociales, prepagas y servicios de treinta minutos de “atención al cliente”. Hijos de una burguesia plena de veleidades y compulsada a la respuesta rápida, al menos a la “respuesta”. Algunos merodean medios masivos de comunicación supinando un lugarcito de registro imaginario que merme la angustia de una herida narcisística (Freud dixit) personal, intrabajada, desolada y errante.

¿Será necesario recordarles a los que “ejercen el psicoanálisis” (legos o no, Freud dixit) que nada tiene que ver su marco teórico con el sistema psicológico – consciente/preconsciente – con un servicio al cliente, con una “palmoterapia” pletórica de otorgar sentido para poner “tapabocas” a la angustia o será mejor dejar que “Eso hable”, que “Eso piense”?

Lo más curioso, son los “cerebristas” que devienen en predicadores de la “terapia”, la meditación, como budas de segunda línea, recomendadores del encuentro familiar interno, de la actividad física imposible en confinamientos rayanos a la promiscuidad... Se ha escuchado la bondad de bailar con la escoba y otros oprobios abalados por titulaciones en neurología, psiquiatría, psicología... ¡infectología!


En la extraña conjura de la posverdad el mandato discepoliano vuelve, retorna destinal y resignificado a los vapores de alcoholes y lavandinas reciclados por “tapabocas” (la palabra barbijo hasta tenía otra dignidad, otra transacción para volverse formación de compromiso de una fantasmática social que ya no puede hablar, que recicla su propio aire hasta la hipoxia y corre, corre hasta que, claro, le suspenden la corrida...) El mismo Carl Jung con su lugar más que valioso y cada vez más vigente en el panteón de “los que pensaron para después” consideró que lo que no se reconoce se vuelve destino. Sólo habría que observar cómo funcionaría – o cómo funcionará – ese no reconocido, en la circulación fantasmática de un malestar social creciente, con palabra menguante, punido y “retaliado” por un panóptico especializado en medios que funcionan con mensajes “a una vía”, a fuerza de comunicados diarios, de anuncios incontestables.

Estos muchachos especialistas, que cada tanto nos recuerdan que “además está lo psicológico”, cuentan con el aval de algunos psicólogos que firman al pie y los psicoanalistas, gozantes de su neutralidad muchas veces, mantienen humildes trincheras que preservan la pregunta, que generan subjetividad... Es posible que la característica más destacada de lo ominoso, al menos hoy ante el malestar de la pandemia, sea su carácter esquivo, su histrionismo evasivo, su arte de no estar.

Entre los eufemismos de moda los especialistas hablan de “barriadas populares” para, cuatro frases después, deslizar la palabra “villas”. Cierto es que con gran esfuerzo forcluyeron “villa miseria”, ya Borges decía que no era bueno que se sepa que muere gente en las guerras. Cierto, más cierto que nada, que regular el lenguaje permite la ilusión de regular el malestar social.

¡Siempre nos están cuidando a todos! Siempre nos indican como organizar el goce y pretenden romper la polisemia de nuestra subjetividad a fuerza de inocular sentido. Artilugios del control, artefactos que parecen seguir funcionando y sustentan, por referir esta coyuntura, lógicas de la industria farmacológica.

Al norte de la ciudad de todos los prodigios, se organizan fiestas en la calle, como caricatura de la psicodelia, espectrales y sesentistas, con la pobreza espiritual de suponer que sobrevivirán, cada uno, individualmente y por su propio mérito, acariciando su círculo hasta volverlo un círculo vicioso del mismo modo ¡bajo el dedo acusador de los especialistas!

Y entonces y porqué sí, Enrique Santos Discépolo: “Lo mismo un burro que un gran profesor...” Pudiera ser que un devenir après coup trocara los términos y un buen burro, como el del noble Sancho Panza, recordando en el imaginario, la humildad, los sueños, el trabajo y el alcance de la palabra “locura”, no vendría tan mal.

Nos referimos a esa palabra locura que logró fugarse del panóptico de todos los DSM, los CIE, de los absurdos códices del derecho positivo y de las gigantografías multimediales de los especialistas en la televisión. Locura resulta, sin duda, un significante heroico.
Retomando: Pareciera que en algunas circunstancias: “Mejor un burro que un gran profesor”.

En aquel asunto tan lejano y futuro, Quijano devino en Quijote, naturalmente, sin decretar inclusiones forzadas al idioma, sin correccionales de la lengua, sin decretos de necesidad supuesta. Hoy dan ganas de robarle un verso de Alfonsina Storni: “Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño...” Robarlo porque sí, por asociación libre, por el malestar de la pandemia, por la cultura en su opacidad coyuntural sin porvenir y sin ilusión, como en un tango escrito por el mismo Freud.

Alguna vez pensábamos a los especialistas, refiriéndonos sólo a la educación en aquel momento, como coleccionistas de mariposas. Colores clavados en alfileres, muertes atravesadas por categorías y clasificaciones. En la lógica del disparate, en el mundo onírico de “Eso” que habla, una mariposa se suelta de su alfiler, del mandoble que la ajusta al goce de un canalla estadista y ¡vive! Mueve sus alas bajo el yugo absurdo de un círculo acariciado hasta el goce... Esa vida tal vez sea el sujeto buscado, moebiano, revolucionario, pulsante y será. ¡Así sea!

Juan Trepiana
“Tapabocas”
[El malestar en la pandemia]

Inédito para Blog PsicoCorreo
Gracias Juan por acercarme
tu lúcido y poético texto!
Artes Visuales:
Marisol Cid, México
Eimy Rosado, México
FUENTE:
Pequeñas Anécdotas sobre la Cuarentena
[ Fotolibro de diversos autores]
Ediciones Bexfotografía, Bariloche, Argentina
Producción y Edición: J. Piccini y V. Moreno

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