Tesis de Vida


Mi amigo y colega Beno Paz me contó hace un tiempo una historia… La historia de alguien que se jugaba -en un encuentro- todo su Ser. En el encuentro con el Otro. Es decir: la historia de cualquiera de nosotros en algún momento de nuestras vidas… El encuentro con un amor, el encuentro con un título, el encuentro con una promesa. Hoy Beno me hace llegar esta historia anudada a un relato que, harto más que surrealista, podría ser el “funesto y fatal Destino” de cualquiera de nosotros que alguna vez ha intentado saltar más allá de lo establecido; que alguna vez -quiero decir- ha probado la fruta amarga del rechazo por querer hacer escuchar sus ideas.

Este contundente relato podría haber sido una ficción si en nuestras vidas no nos topásemos con personajes como el mismísimo Doctor Del Muro. Alegórico y no menos sarcástico apellido inventado por el autor, al igual que el neologismo del Titular de una Cátedra, que no dejan de ser meras convocatorias al Otro que no habilita ni siquiera una escucha; al Otro amurallado de egoísmo y prejuicios que paradójicamente levantan la bandera de la Ciencia. Personajes nefastos que montados sobre el caballo de Heidegger -o de cualquier otro pomposo significante- hacen meritocracia de la más hedionda ostentación fálica: la de creerse dueños de una dogmática y evangélica Verdad.

El protagonista de este breve cuento es un incauto que recorre cuatrocientos kilómetros para encontrarse con una Pared, anagrama de Padre. Alguien que cree en el Otro y que cuando ese Ideal cae, se percibe apremiante y -a modo de acting inmediato- encuentra el salto del Muro a través de un posible otro amor. Pero todo tiene un costo y aquel amor que se precie merece cierta caída; para no pecar de un franco amor-propio. No hay amor sin falta; es decir: sin división. Los no-incautos deambulan, decía el Maestro; y acaso también los que, al arriesgar, se olvidan que insensatez e ingenuidad van de la mano de la locura.

Ojalá disfruten estas piadosas líneas, que creo son una absurda elegía.

Marcelo A. Pérez / VI - 2020




¿What is Life? [1]

“A grandes misterios, grandes modelos. Los más antiguos y fabulosos son los modelos míticos y religiosos que interpretan el universo como una creación de los dioses. Hasta hace unos siglos casi todo lo que sucedía en la realidad tenía causas desconocidas. Verdaderamente el ser humano no podía explicar por qué llovía, porqué florecían las plantas, por qué envejecía o por que moría, sin la intervención de laguna deidad.” [2]


Casi no me animo, pero al fin lo llamé.
-Hola, ¿Doctor Del Muro? Llamo de parte del profesor Yamaha. Por mi proyecto de tesis.
-Ah ¿Juan le dio mi teléfono? Pero no me avisó. No me dijo nada.
-Sí. Yo le pedí que me dijera a quién podía recurrir por la dirección de mi tesis.
-¿Sobre qué quiere trabajar? ¿Ya tiene el tema?
-Sí. Ya lo tengo.
-Mándeme un abstrac.
-¿Usted podría conducir mi tesis?
-Tengo que saber sobre qué se propone trabajar.
-Claro. Yo podría estar en Mar del Plata esta misma semana. Así le muestro mi trabajo.
-Si usted quiere. Pero recién el viernes podría recibirlo.
-Está bien doctor. Yo puedo viajar el jueves y el viernes estar con usted.
-Entonces que sea a las 10 de la mañana. Le paso mi dirección. ¿Conoce las calles de aquí?
-Sí, Doctor. Yo me crie allí. Cómo no voy a conocer.

…............

La ansiedad, la esperanza, el miedo, la inseguridad, la ambición, el deseo de ser reconocido. Otra vez el miedo, la inseguridad. La inseguridad, el miedo, la ansiedad. Y de pronto ya estaba frente al monumento a Alfonsina Storni. ¿Qué hago? ¿Voy al departamento? No, mejor no. Prefiero que nadie sepa que vine. Me voy al Benedetti. Doblé por la avenida Colón y manejé hasta Entre Ríos. Nadie tiene que saber qué quiero ser. Si puedo, si me sale, veré. Y si no, mejor así.
Mar del Plata por la noche, aun se parecía a la de mi adolescencia. Todavía encontraba lugares como el Bier Keller, donde me tomé mi primer JB. ¿Y por qué no? Un JB, guardo el Citroën y me voy al hotel a dormir. Fueron tres. Creo que tres. Hasta que pude calmarme un poco, porque estaba electrizado. Pensaba cómo iba a presentarle mis ideas a Del Muro. ¿Y si no están para mostrárselas? ¿No se habrá equivocado Juan? ¿Y  si fue un error venir? Ya estoy aquí, me dije.
El hotel Benedetti me resultaba hospitalario, porque es parte de la vieja Mar del Plata que conocí, la de las casas de piedra, los techos de pizarra, los cines y las pizzerías. Igual, apenas pude dormir. A las 7 de la mañana estaba en la ducha y enseguida bajé a desayunar. A las 9:30 estaba estacionado frente a la casa de Del Muro. Me quedé en el auto, para no ser inoportuno. A los cinco minutos se abrió la reja de hierro y una señora de acento extranjero, muy bella y elegante, se acercó a hablarme. Sabría después que era la asistente del doctor.
-Dice el doctor que si usted es el estudiante que viene de Buenos Aires puede pasar ahora.
Entré con mi carpeta en la mano y el susto en todo el cuerpo.
-Espere acá. –me dijo la señora, con una sonrisa apenas perceptible.
Y ahí me quedé hasta que dieron las 10. El profesor tuvo la deferencia de hacerme pasar, por el frio que hacía en la calle.
Era un chalet de los clásicos marplatenses, como los que me gustan. Los asocio con la idea de familia, de calor humano. Cuando era chico, miraba por los cristales qué hacía la gente cuando caía la tarde y estaban en casa. Ahora yo estaba en una casa de esas, sentado en un sillón de ratán, mirando el piano Steinway, un cuadro de Monet, la mesita de algarrobo, esperando. Solo.

........…

Exactamente a las diez, se abrió la pesada puerta de medio punto, que estaba frente a mí. Contra la penumbra de la habitación se recortó la figura de un hombre maduro, alto, de cabello y barba blanca. Tenía los anteojos colgados sobre el pecho. Llevaba unos jeans bastante gastados, y un cárdigan típico marplatense, sobre una camisa blanca. Detrás de él las paredes tapizadas de libros parecían caerse sobre un viejo escritorio de roble, tapado de papeles. Uno de aquellos monitores blancos, enormes, ocupaba un extremo del escritorio.
-Venga.
-Buen día, profesor. Gracias por recibirme.
-Buen día. Siéntese. Deme eso.
-Sí. Mire, le explico…
Del Muro levantó la mirada y mientras sostenía mi carpeta con una mano y tanteaba su pecho con la otra buscando sus anteojos, me cortó la frase.
-Déjeme leer lo que tiene acá.
-Me senté detrás del monitor. Podría haber corrido la silla, pero preferí esconderme detrás del monitor. Mudo, esperé diez siglos en el intervalo de los diez minutos que los anteojos del profesor me dieron la imagen invertida de mi tesis. De pronto, cerró la carpeta y me la devolvió con su mano extendida esquivando el monitor. Me asomé para recibirla y busqué algún gesto, en la cara de ese sabio, que no conocía, ante quien estaba exponiendo veinte años de estudio.  
No fue un error [xx1] lo que dije antes[xx2] [xx3] : En esas páginas estaba cifrado lo que quería ser. Un investigador, que sigue una tesis, es alguien impulsado a ir más allá de lo sabido. En mi caso, a la vez, y en paralelo, más allá de lo heredado. Eso se hace por necesidad de ser. Si no, no se hace.

  …......

Del Muro se respaldó en su viejo sillón haciéndolo rechinar. Se apartó un poco del escritorio y me miró fijo. Percibí que era el momento del veredicto, entonces me corrí para salir de atrás del monitor y me quedé ahí, exactamente frente a él, siempre en silencio.
-Es un error garrafal. No insista. Esto no está bien. Si quiere le puedo dar clases de física cuántica.
-Por supuesto que debiera tomarlas. Le agradezco, doctor. ¿Para usted está mal mi trabajo?
Del Muro estalló. La frase anterior había sido cortante y contundente como un golpe de katana. Pero ahora el profesor de Heidelberg desencadenaba su ira como una explosión atómica.
-¡Toda la obra de Lacan es un error garrafal! –me gritó.
-Se le reprocha el uso de ciertos modelos. Yo me propongo estudiar analogías y modelos.
Del Muro dio vuelta la cara hacia la ventana, resoplando. Cuando volvió a mirarme estaba rojo.
-Mire, desista de esto. Tome, llévese su trabajo. Yo no puedo, no debo, ni quiero dirigir su tesis. Además, en rigor usted no tiene una tesis. Busque un tema. Precise un problema. Haga las preguntas ¡Delimite su marco teórico! En todo caso, después vuelva. Lo voy a recibir.
-Sí, comprendo. Yo creo que, justamente, la falta de formalización es el problema.
-¡Usted creyó! ¡Claro que ese es problema! Mire, yo no me opongo al uso de elementos de la ciencia. Es más, abogo para que todos los que aman el conocimiento se puedan servir de él. Pero lo usan como quieren y “creen” que está bien. Cuanta arrogancia…
-Sí, doctor. Estoy de acuerdo. Pero yo no hago eso. A mí me interesa el conocimiento.
-Entonces respételo. Una analogía no es cualquier cosa. Un modelo no es transferible así nomás.
-Bueno, le decía que la transferencia de modelos es el problema en Lacan. Eso es cierto.
Del Muro ya no me escuchaba. Estaba lanzado a defender, a su modo, la causa de la ciencia.
-Créame que yo estoy a favor de la divulgación. Soy un divulgador. Porque la cuántica tiene enormes aplicaciones. Está en todo lo que hacemos. Pero es algo que no se ve.
-Es lo mismo que pasa con lo inconsciente.
-No. Mire, esto no es para intelectuales de café. Los fundamentos de la cuántica debieran ser parte del bagaje cultural de la población. Como la psicología, por cierto. Yo he publicado eso.
-Yo no ando por los cafés, doctor. Y pienso lo mismo del conocimiento de lo inconsciente. Pero pienso que hay que expresarlo de forma que la gente entienda qué es, y pueda servirse de eso.
-Hay un fenómeno fascinante en la historia de la cultura. -dijo Del Muro, abstraído, como dando un teórico- Hay similitudes estructurales entre las revoluciones artísticas, científicas y filosóficas.
-Seguramente porque la ciencia, en el siglo XX, logró ver la misma verdad en distintos campos.
-Bueno, es… coincidimos al menos en eso; digamos…por ahora.
Ahí tomé coraje y quise avanzar un poco más.
-Fíjese que la cuántica y el descubrimiento de lo inconsciente ocurrieron al mismo tiempo. Se ignoró que había algo más que la voluntad durante 2000 años y ahora con las nuevas ideas de la ciencia se puede reconocer como otro estado del ser. La fusión del conocimiento puede tener resultados prodigiosos. Einstein, Jaspers… muchos trabajaron en pos de una teoría general.
-Sí, pero no me refería a eso. Sino, y por ejemplo, Wagner,  libera la composición musical de los sistemas de referencia representados por las escalas en la misma forma en que Einstein libera las leyes naturales de los sistemas de referencia espaciales, a condición de que estas fueran invariantes ante transformaciones de coordenadas.
-Bueno, eso es: “en la misma forma”. La conciencia se libera de lo real por la negación, significa cierta porción de lo perceptual  y la regula por las leyes de la gravedad y la propagación en línea recta de la luz. Digamos que la conciencia es aristotélica. En cambio, lo inconsciente construye otro escenario, con otra concepción, semejante al espacio-tiempo.
-¿Usted tiene una idea de lo que dice?
-Es lo que quiero trabajar.
-De ninguna manera puede establecer analogías, ni siquiera meras semejanzas. La teoría de los campos cuánticos es filosóficamente materialista al establecer que las fuerzas e interacciones son intercambios de partículas. Y suponiendo que algo externo a nosotros que llamamos realidad, existe, definimos un sistema físico como una abstracción de la realidad, que se hace al seleccionar algunos observables relevantes. 
-No contradice la definición de materia afirmar que cada uno hace una selección subjetiva de observables que, a su pensamiento le son relevantes. En cuanto a las partículas yo  me propongo estudiar la analogía entre cuanto y unidad de sentido.
-No, por favor. ¿Qué encuentra usted entre cuanto y sentido?
-Un significante es una unidad de sentido.
-Pero el sentido no tiene la propiedad de la discreción ¿cómo va a establecer una analogía?
-Trabajo sobre la discreción de lo que significa algo para alguien; eso es una unidad de sentido. Pueden ser varias palabras o una sola, o un gesto. Supongamos que el sujeto A dice b y el sujeto B recibe y contesta. Ambos, al interpretar lo que oyen, miden y se modifican mutuamente. Antes de la interacción no se conocían. Luego cada uno se reduce a la interpretación recibida.
-Mire, en todo caso el estructuralismo de los antropólogos y lingüistas no es otra cosa que la teoría de grupos de los matemáticos. Usted es joven, eso fue en los sesenta. Posiblemente le serviría más a sus propósitos que la cuántica. Aunque lo dudo mucho. Quisiera ayudarle, no crea.
Mire, le mencionaba a Wagner; la música de Antón Webern podría llamarse música cuántica.
-Usted dice por las series originales del dodecafonismo de Schönberg.
-¿Sabe música?
-Desgraciadamente no. Leí algunas cosas para mi trabajo. También leí “Gödel, Escher, Bach” y pensé que en el habla hay cánones recursivos, como en la música y los grabados.  Es interesante.
-No imagino qué de ese libro pueda ser interesante para usted.
-Y, por ejemplo estas semejanzas estructurales que usted señala entre distintas disciplinas. -Hofstadter quiere mostrar eso. También leí a Hölderling. Cuando habla del único ritmo celeste, pensé en las invariantes funcionales y en lo que Freud llama el rasgo unario, que es la característica de un modo de conducta.
-Pero ¿qué concepto de estructura maneja usted?
-Lac… el psicoanálisis toma el concepto de Bourbaki.
-Mi dios… ¿Qué hacen ustedes con eso?
-Tomamos la idea de operaciones circulares que pueden interrumpirse.
-¿Entonces?
-Hay diferentes consecuencias cuando eso pasa en el desarrollo de lo psíquico.
-No voy a discutir más sus especulaciones. Obviamente que hay correlaciones. Eso está a la vista. Cualquiera sea la razón, la revolución cuántica recién ha empezado y puede revelar aspectos y estructuras ocultos en otros terrenos del quehacer cultural.
-Yo pretendía resaltar eso. A eso apunta mi trabajo.
-Mire, una consecuencia de la mecánica es que puede conectar al ser humano con su historia.
-Pero sí. Claro. Eso mismo es lo que busca un proceso de investigación del ser. Sin perjuicio de lo que ocupa su atención diaria, el individuo es historia. Y esa historia es una incesante repetición de operaciones que responden a un ordenamiento. Y eso es lo que interpreta a lo real. Freud lo explicó con los mitos. Pero mi trabajo es encontrar modelos explicativos en la ciencia.
-Eso es lo que usted entiende. Yo me refería a que cuando pensamos en la edad media se nos presentan las catedrales góticas o las cruzadas. Si pensamos en el Renacimiento evocamos el colorido de la pintura italiana de la época. El barroco, esta signado por las fugas de Bach, sin embargo el hombre que vivió en esos períodos no era consciente de todo ello. Probablemente estaba más interesado –como le gusta decir a usted- por su cosecha, o los conflictos con el príncipe de su condado, o por los bandidos que le acechaban en el bosque.
-Aunque el hombre viva enajenado por los bandidos que gobiernan, lo que  forma su ser, lo que hace al existir y no al latido del órgano, es su historia ¡y él no la conoce!
-¿Y qué le asombra? ¿Debiéramos ocuparnos de eso? Mire, nadie sabe cuáles serán las características de nuestra época. Sin duda no lo serán las noticias que salen en los diarios. Pero es seguro que la física cuántica tendrá un lugar preponderante.
-Indudablemente, doctor. Importan todos los procesos recursivos que aprendimos en este tiempo, desde la física cuántica hasta la materialidad de lo inconsciente.
-¿Está probado el orden de lo inconsciente, o es una petición de principios? No sé.
-Está verificado en la clínica, doctor. Es la característica del sí mismo que viene de la historia y signa el futuro. ¿No estamos hablando de lo mismo? Igual admito que no sé nada de cuántica.
-Hay que conectar al hombre de hoy con algo que el futuro señalará como un evento original de nuestra historia. Pero no estoy interesado en su enfoque histórico. Eso es lo que admito yo.
-Voy a lo histórico de un modo contingente. Lo que quiero es expresar formalmente los procesos de constitución del sujeto y las emergencias actuales que veo en la clínica todo el tiempo.
-Mire, hay que dejar la intuición. Los conceptos cuánticos no hablan de lo que usted ve, ni de lo que charla con sus clientes, ni del tiempo que usted conoce.
-Según mi marco teórico, hoy y aquí, se puede tener una charla injuriosa con una persona ya fallecida[xx4] , hace tiempo y en otro lugar. Y según qué orden considere, si consciente o inconsciente, está usted con el muerto o con su representante. Si atiende a uno no ve al otro. Y ninguno existe, si no se lo observa. Como el gato de Schrödinger, como el electrón. Son mundos simultáneos, como dice Everett. Y complementarios. Es así en los sueños, y en la vigilia también.
Quise abrir otra vez mi carpeta para seguir, pero él adelantó su mano rechazándola.
-No siga. Mire, Si quiere tomates vaya a verdulería, no vaya al taller mecánico.
-Doctor, yo hice la escuela industrial y estudié mecánica. ¿Sabe que un auto tiene una estructura muy parecida a la de un animal? Tiene órganos.
-Entonces cuando le duela la cabeza vaya a la ferretería y pida unas tuercas. ¡Y cómaselas!

…...........

Era inútil seguir. Lo había irritado con mi insistencia, y yo también lo estaba. Aunque hubiera seguido, porque hablar con Del Muro era puro aprender. Pero él estaba concentrado en el hoyo cuántico de su molar. A la vez tenía razón: Yo solo veía correlaciones. Fue un error ir a verlo.
-Perdóneme, estoy ocupado. Lamento que se haya costeado hasta aquí por esto. Me hubiera mandado el abstrac. Lo mismo le hubiera dicho que no por mail y se evitaba el viaje.
Con esas palabras dio por terminada la entrevista. Se apoyó en los brazos de su sillón, haciendo que rechinara otra vez, y se incorporó. No había nada más que hacer allí. Y yo quería irme.
-¡Matilde! Acompañe al joven que ya se retira.
-Sí, doctor.
-Gracias otra vez por recibirme.
-Sí, vea… No puedo decirle más.
Y no. La verdad que no. Le di la mano, mudo. Me subí al auto, Salí del barrio Los Troncos y me fui despacito por la costa. Paré en el Torreón y bajé para caminar un poco y a pensar. Caminé por las rocas como cuando era chico y en una grieta por la que saltaba el agua solté la carpeta. Por supuesto que tenía archivo. Fue solo un gesto. Un gesto de desolación.

.............…

A la noche salí del hotel y me metí en los boliches del centro de Mar del Plata. Tomé unas copas por ahí. Miré, me miraron, y sin poder sacarme de la cabeza las palabras del profesor Del Muro, ya cansado, decidí volver al hotel. Quería ducharme otra vez. La tercera vez en ese día. Me hacía bien el agua caliente. Entonces fue cuando vi sin reconocer aquello que mi rasgo, mi cuanto, seleccionaba. Estaba en la puerta de la galería Sacoa y me miraba. Le sostuve la mirada y le sonreí. Según el código callejero, eso decía que “sí”. A la vuelta, a pocos metros, tenía el auto estacionado, sobre Entre Ríos. Le saqué la alarma. Entonces todo fue sumario.
-Hola.
-Sí, hola.
-Hola, qué haces.
-¿Querés subir?
Se sentó a mi lado y mientras decía no sé qué cosa pasó el brazo sobre el respaldo de mi asiento. Le respondí con otro gesto más de “sí”. Un gesto amoroso, aunque el amor no era su plan y yo lo sabía, sin saberlo. Pero el rasgo tiene la puntería, la certeza, del neurótico, que sabe qué le concierne. Y yo precisaba ese encuentro mortal como a la  vida, porque no sabía cómo seguirla. 
-¿Sos de aquí? No.
-No. De Buenos Aires.
-¿Dónde estás parando?
-Tengo departamento, acá cerca. En Güemes y Colón.
-¿Querés que vayamos?
-Sí. Vamos.
-Ja ja. Genial.
A las doce de la noche voy con un desconocido al departamento. Nadie sabe que estoy aquí. ¿Y si es un perverso? ¿Entonces? Saqué las otras alarmas y me dejé caer por la grieta, hacia el mar.

...................

¿Por qué no cruzar Colón sin mirar, o elegir un camión al volver a Buenos Aires, o inundarme en JB y hacer como Alfonsina? No. Fui a buscar al otro del amor. Eso era lo mío. Del Muro no se habría interesado en eso. Ni en las transferencias de nuestro encuentro.
Los departamentos cerrados, en el invierno están fríos y húmedos. Los vidrios transpiran y las sábanas están húmedas y frías como algunos recuerdos y las manos extrañas.
-¿Por qué no tomamos algo?
-Puedo hacer café. ¿Querés?
-Sí, dale, así entramos en calor.
Me fui a la cocina. Mi madre siempre dejaba de todo en la alacena. “Por si volvemos en invierno”. Había café Bonafide; puse la pava en el fuego y preparé el filtro “Melita”. Le pedí que lo sirviera, mientras yo iba al baño. Después nos sentamos a tomar el café en el futon naranja, en el que años atrás leía revistas mejicanas de Batman, Superman y los halcones, mientras mi madre tejía.
En aquellos veranos, en quería ser un superhéroe, por las noches, en el viejo combinado Radio Serra sonaba afónica LU9, Radio Mar del Plata, “desde la casa del puente un puente hasta su casa”. Escuchábamos “Nocturno” y después nos íbamos a dormir, cada uno con su soledad. Yo con mi soledad de adolescente sin la novia que debía tener. Mi madre sin el marido indebido que pudo tener, porque estaba con otra. “Pobre papá, hay tanto trabajo que no puede venir”.

…..............

La médica del hospital me explicó que aún una gran dosis de un psicotrópico como la benzodiacepina, en el café no tiene sabor, no se siente.
-Usted tiene una salud de atleta, sino no lo hubiera resistido. Tuvo mucha suerte.
No. No sentí nada. Lo último que recuerdo es que después del café perdí el conocimiento. El portero había ido a pasar el fin de semana a casa de la hija. El lunes por la mañana, al pasar por los pisos vio que la puerta del 5to. “30”, estaba abierta. Se asomó y vio todo revuelto.  Ladrones, se dijo. Y observó que la puerta no estaba forzada. “Entraron con alguien que tenía llave ¿Qué habrá pasado? -se preguntó- ¿Estará vivo o muerto?”  Decidió llamar a la policía.
Yo no sentí nada. En una ambulancia fui llevado inconsciente al hospital. El lunes a la tarde, empecé a escuchar una voz como a lo lejos. Abrí los ojos y vi una cara de mujer, con grandes anteojos de carey. Detrás de ella había una luz fuerte. Lo primero que pensé, ahora suena ridículo, fue ¿qué estoy haciendo en lo de mi dentista? ¿Me dormí con la anestesia? No puede ser, si a la doctora Buratti me llevaba mi mamá. Qué linda que era. Y nunca me hizo doler. Pero han pasado tantos años. Está igual… No puede ser. No es real. No, no es real. Es un error.
-Hola ¿podes oírme? ¿Podes oírme?
-Sí, doctora.

Beno Paz
La Tesis, un error garrafal
VI / 2020
Inédito para Blog PsicoCorreo


Artes Visuales:
Tommy Ingberg
/ Suecia, 1980 /


Referencias:
[1] Título original del famoso libro de Erwin Schrödinger.
[2] Elogio del Equilibrio. Siglo XXI. Marcelino Cereijido. Buenos Aires. 2009.

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