FreudoLacaniano o Significante/Letra
Me suelen preguntar varias cosas que escuchan de mis
enunciados. Quería aprovechar este soporte para aclarar mi rubrica a esas pequeñas
piezas clínicas que parten de cuestiones conceptuales.
Una de esas preguntas es por qué no tendría sentido
trabajar con el concepto de Asociación
Libre. Otra –no menos inesperada- es el famoso Súper-Yo (que yo he dicho hace muchos años que es un invento freudiano que no conviene tener muy en
cuenta); y una tercera -muy relacionada y tan insólita para muchos como intolerables-
es por qué no trabajar con el concepto de Represión.
Me parece que lo que tenemos que comprender, ante
todo, es que corresponde a nuestro oficio el tamiz sutil y protector de la
palabra. Las personas nos manejamos en ese eje imaginario: para hablar lo
hacemos de Yo a Yo. Entonces: la
palabra y el Yo juegan un papel oclusivo
bastante interesante. Esto es intrínseco de la persona que nos visita y que
invitamos a hablar “libremente”. Pero “libremente” es un adverbio por demás
dudoso: justamente porque hay una barrera defensiva y porque el Otro toma al sujeto en un emplazamiento determinado por lo subyugado e involuntario. Esta barrera es un
problema para el análisis si el analista opera con estos conceptos aprehendidos
sin haberlos tamizado con una teoría que enlace cierta resistencia per se del analizante con el horror-al-acto del analista. ¿Qué horror? El de sostener el análisis. El
de sostenerlo a pesar de las averías, prejuicios, malogros y calamidades
parecidas, que se presentan en el discurso del dispositivo.
No estamos afirmando –y me permito el plural mayestático-
que la gente no reprima o no forcluya. Incluso, como se sabe, hasta en un sueño
hay represión y el soñante suele despertarse angustiado ante ese agujero. Pero “la
gente” ya es un sustantivo que no aplica en un dispositivo. O, en todo caso, “persona”
es el obstáculo para que aparezca el “sujeto”. Es decir: si trabajamos con esos
modelos clásicos y ortodoxos, deberíamos esperar que el analizante/persona
asocie, traiga un sueño, haga un fallido, etc. Esto es: que el eje imaginario
del Schème Lambda se agujere. Y vaya
a saber cuándo podría pasar esto… Implicancia por demás antilacaniana, ya que
como enunció el maestro francés “con la
oferta hemos creado demanda” (“Psicoanálisis y Medicina”; 1966). No puede
ser casualidad que los analistas que se manejan así (debo confesar que no tengo
el número exacto pero arriesgo que es el gran porcentaje del universo de
colegas) también sean los que esperan que se establezca la no menos apreciada y
meritoria “transferencia”, valiéndose
muchas veces del famoso apotegma del Seminario 11 (“…la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente”); por
lo que entonces –y en un isomorfismo cíclico- todo quedaría en la órbita de lo
suspendido; de la espera dilatada y sofocante e incluso de la “responsabilidad del analizante” .
Nos olvidamos que el analista tiene que dirigir la
cura (aunque no al paciente, obvio) y que la carta con que cuenta para eso está en el orden de su lectura y de su
responsabilidad para colocar esa letra
en el lugar de la producción (hacerla producir) y que en el lugar de la verdad emerja
el sujeto. ¿No es este acaso el matema
del discurso del inconsciente
aportado por Jacques Lacan? ¿No se relacionan uno al otro; es decir: el matema del discurso del inconsciente con
el del analista? ¿No se ve, acaso, cómo el discurso
de objeto coloca el Saber en el lugar de la Verdad? Y, aclaramos a fuerza
de ser repetitivos: el Saber se inventa.
Es decir: que el dispositivo produzca Saber –que viene del Otro- para no esperar –justamente-
que la carta (lettre) sea letra
vencida; “lettre en souffrance” (“Seminario sobre La Carta Robada”, 1959)
y se dilate el sufrimiento.
Esto tiene extrema y fronteriza relación con el hecho
de trabajar con la Represión. Porque
si “hay represión” entonces “mala suerte: el paciente reprime, no
asocia, y yo como analista no puedo hacer nada…” Falta que algunos colegas hasta digan de sus
pacientes “…y qué querés si incluso tienen
un Yo”. El analista debe saber que lo Inconsciente son Gedankes; el analizante siempre está asociando porque es así el núcleo operativo de la estructura del discurso; es decir: no se puede decir "no asocia" o “voy a esperar que asocie”. Eso es resistencia del analista, al igual que trabajar con la Represión. Así como no existe el trauma porque justamente lo inconsciente se inventa en el análisis. El analista debe incluso producirlo en la topología Moëbiana del dispositivo, que es el Schème R de Lacan.
Esto se vincula con el
famoso “Super-Yo” que hace daño al paciente,
o las pulsiones-de-muerte por el cual
el individuo no podría gobernar su quantum
de goce y con toda la energética freudiana y los más y los menos que tanto
justifican como alimentan la prosa cotidiana de nuestros queridos freudolacanianos. Decir que hay Súper-Yo, decir que hay Represión, decir que hay que esperar la Asociación-Libre; son cuestiones
defensivas del analista que se vienen repitiendo hace más de doscientos años y
siguen ordenando el discurso en las Universidades y Posgrados de todo el
territorio freudiano. El freudolacanismo es directamente
proporcional a todo lo energético medible y cuantificable e inversamente
proporcional a la teoría del significante y de la letra de Lacan y –no en último lugar- al goce del Otro. Son los mismos freudolacanianos que están obsesionados en leer al Falo como una cuestión de virilidad depositada en eso llamado Hombre (¿cuándo van a entender que es un semblante y nada más que una cara invisible que guía cierto límite narcisista?), al Edipo como una trama donde el Padre-Imaginario tiene la responsabilidad sobre su causa, efecto y salida; y a las pulsiones como las grandes responsables de la fuerza y potencia mortal que hace daño sobre el metabolismo de su propio agente: ¿dónde habrán escondido el matema de la pulsión que escribió Lacan que incluye letras y nunca nada en el orden de la energía? Son los mismos analistas que interpretan las causas del sufrimiento a partir de estas premisas y no de los significantes que puedan jugarse en la dinámica discursiva del sujeto.
Si le atribuimos a la famosa Represión el problema, volvemos a encontrarnos en los bordes de la
responsabilidad de aquel que en realidad es víctima del sufrimiento. Sería lo
mismo que decir que se defiende, que llega tarde, que paga mal, etc. ¿Entenderán
alguna vez los colegas que su oficio es justamente ese: tratar con personas que
tienen un Yo que obstaculiza y que –sin
embargo- ya podríamos decir que están suficientemente “sanas” como para ir a un analista y hacerse una pregunta por su
división? ¿Entenderán que ese Yo es
vínculo (por no decir “motor”) de la
producción de Saber? ¿Entenderán, finalmente –pero no en última instancia, sino
en primera- que el oficio de analista no excluye todos los avatares lógicos y
dialécticos de los obstáculos que atañen al dispositivo? El analista no es un
señor como podría ser el médico o el ingeniero o el almacenero o el verdulero: “Tome, acá tiene su papa, son dos pesos.” Como
digo siempre: “Acá hay una sola papa y es
una: el analista.”- Y el paciente tampoco es cualquier paciente que recurre
a un médico o un cliente que va a comprar choclos y limones. Y esto es el Horror-al-Acto que el analista no puede
ignorar. Nuestros analizantes no están en posición de “enfermos” que concurren a
un médico: la relación no sólo es larga y compleja sino que se nutre de afectos,
pasiones y obstáculos inherentes a la transferencia que el mismo vínculo
produce. Y esto es también responsabilidad del analista que decidió ejercer
esta praxis. Al igual que es factura -saldo contable, del Otro- la carga o el
monto de sufrimiento que al pa(de)ciente
se le impone como síntoma.
Me han dicho recientemente que el Señor Gabriel Rolón
dijo que lo primero que le pregunta al paciente es qué responsabilidad cree él
que tiene en el problema que trae. Más allá que muchos pueden autodenominarse
Lacanianos o cómo les plazca; habría que recordarle a los colegas que
cuando Lacan habla de Rectificación Subjetiva (“La dirección de la cura”, 1958) y
compara las intervenciones dialécticas freudianas del Caso Dora; no lo hace en función de responsabilizar al paciente,
sino más bien de posicionarlo en función de su Demanda (que siempre es de amor) y de la transferencia o el lazo con
sus parientes operativos. Ya hemos
dicho también en otros lados que hay una mala traducción del concepto que Lacan
vierte en “Ciencia y Verdad” (1965), donde los analistas leyeron en plural
lo que se escribió en singular: “de
nuestra posición de Sujeto somos siempre responsables”.
Algunos pocos autores como Alfredo Eidelsztein (2012 y otros textos) han trabajado este
problema con mucha claridad y profundidad. Todo esto confluye –como el atento
lector ya podrá advertirlo- a la posición que tenemos con algunos colegas en la
disyuntiva de darle existencia al Otro. Si trabajamos en inmixión de Otredad (J.
Lacan, “Acerca de la estructura como mixtura de una Otredad, condición sine qua
non de absolutamente cualquier sujeto”; Baltimore, 1966); si no hay Sujeto
sin Otro, si el goce es ejercicio de un Saber que llega del Otro; entonces es
muy difícil –más allá de la repentina aparición/desaparición
del Sujeto producida entre significantes- que podamos decir que el Otro es
fantasma. No todo es fantasma como no todo es significante.
Marcelo Augusto Pérez
Freudolacanismo: energética anti-significante.
Junio - 2020
Artes Visuales:
David Hockney
[Bradford, 1937]