Algo más sobre Dios, aún...



Al principio todo era oscuridad. Eso dicen Las Escrituras (Los Escritos, son otra cosa) Es significativo que los antiguos no hablaron de un todo de nada. Entonces, al principio ya había algo. Y después vino la luz. Ese fue el primer binario. ¿Pero quién y cómo entendía lo que pasaba? Seguramente, primero, fue el asombro y un rudimento de pensamiento animista. Los primeros humanos, ante diversos fenómenos, intuyeron que algo los ordenaba.  Y lo llamaron dios. ¿No les bastaba pensar que los hechos sucedían de alguna forma resuelta por sí misma? ¿Para qué se necesitaba un dios?
Lo que sabemos todos: Los primeros hombres fueron totalmente indefensos. Aún lo somos, y en gran medida. Nunca más claro que hoy que un virus barre el mundo y no lo sabemos parar. Pero en los tiempos remotos, la poca comprensión de lo que sucedía y la indefensión debieron ser aterradoras. Apenas podemos imaginárnoslo cuando vemos la actitud de alerta y las conductas de ataque y fuga de los animales cuando advierten la cercanía de sus depredadores.

Los primeros grupos gregarios, nómades, deben haber subsistido duramente, como una de las especies más atacadas. ¿La necesidad de entender y la desprotección habrán forzado la creación de la idea de dios? Porque ya era una idea. Algo que no se veía ni se tocaba, que no era sensible. 

Mucho después, debe haber evolucionado lentamente otra idea más, que fue alcanzando una complejidad extraordinariamente mayor: La humanidad naciente se comprendía a sí misma en vínculo principal con su dios. Causa de todas las cosas y razón de los vínculos de los hombres entre sí y con las cosas. Y todo con un por qué, que solo dios sabe y apenas quiere revelar, a unos pocos elegidos. Y así, con esta última condición, también surgió la burocracia de la fe.
Lo que decimos que sabemos los psicoanalistas: Ya había suficiente para ser neurótico, pero lo inconsciente se descubriría recién hacia el 1900 DC. Y en “El porvenir de una ilusión” (1927) Freud afirma que  “Las doctrinas religiosas no son un tema como cualquier otro, en el que se pudieran ver las cosas con ligereza, pues nuestra cultura está edificada sobre ellas”. Pero también advierte que “Nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo sería creer que podríamos obtener de otra parte lo que ella puede darnos”. ¿Se puede ser creyente y psicoanalista? Habría evidencia de que una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. Veamos.
Lacan dice que el tomar posición con relación a dios, aún para decir que no existe es una manera de ser religioso. Porque incluso desde esa perspectiva, el dios-padre, resulta ser el ordenador de la cultura. En ese sentido, todos los analistas somos religiosos, aunque no seamos creyentes.

En RSI, Lacan dice:"…Para fijar las cosas que llamamos ideas (…) en la lógica (…) para eso está dios.” Y continúa: “…Freud no cree en Dios, porque opera en su línea…". Según Lacan, para Freud, dios es el inconsciente. Lo entendemos como decíamos antes: dios, es lo que ordena. Inconsciente no es caos, ni negativo de la conciencia, sino un orden diferente ¡Y es el verdadero ordenador! El drama es que igual que a dios, apenas se le conoce. Aunque mucho se le supone.

Para Lacan, en el nombre del Padre resuena el nombre de Dios. Es marca, señal, de algo innombrable. En la tradición judeo–cristiana Dios tiene diferentes nombres, Yahvé, Adonay. Pero no tiene uno. Y es el que nombra todas las cosas. ¿Por qué no un nombre? Porque dios es una y todas las formas. Es una combinatoria infinita que todo lo puede. Así garantiza que siempre hay otra posibilidad. Nunca nada está pedido ni ganado para siempre. Nunca se acaba la lucha y siempre hay esperanza. Sino acá, en el otro mundo.

Perla Frenkel  retoma a Freud en “El Porvenir…”: cuando dice que el dolor humano emana de tres vertientes: “la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad”. Freud dirá también que  “…nunca dominaremos completamente la naturaleza; nuestro organismo, él mismo parte de ella, será siempre una forma perecedera, limitada en su adaptación y operación”. Es ante estas cuestiones, como dijimos ya en nuestra introducción, que el hombre ha recurrido a la religión para aliviarse de las preocupaciones e inseguridades que le acechan por todos lados.

Freud también comprende que el goce -aunque él no lo llamó así- debe restringirse y ceñirse a las condiciones que la religión le impone.  Dice que “La religión perjudica este juego de elección y adaptación imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento” (1927). No obstante, es posible entrever en ello un beneficio secundario, porque al “vigilar y castigar” el goce, la cultura religiosa alivia de las mortificaciones de su cumplimiento. Y al someter al colectivo moral concede el sentimiento de pertenencia. Concede y …obliga.

Cada uno deberá ceder buena parte de su concepción de la realidad para aceptar aquella que su credo le impone. Frenkel dice que al quedar inserto el sujeto en un delirio de masas, consigue ahorrarse la neurosis individual. ¿Y la felicidad? No, no hay nada de eso en compensación. Pero al menos los fracasos personales se pueden transferir a la cuenta de los designios de dios. ¿Y los triunfos? Bueno, hay que agradecerlos a dios. Así resulta ser un negocio de muy baja rentabilidad, ya que son muy altos los porcentajes de retenciones de placer y de mérito personal. Más si se tiene en cuenta que la pertenencia, la protección y la concepción del universo todo, exige absoluta sumisión. ¿Vale la pena? Vuelve aquí a respondernos el Inquisidor de Dostoievski. La arrogancia del anciano monje retumba bajo la bóveda de los claustros, para espetarle en el rostro impávido a Jesús, que se le ha aparecido, que Él se ha equivocado, pues la miserable criatura humana desea entregar su libertad a quien garantice la paz de su conciencia. 
Lo qué dicen los religiosos: En su “Teología y psicoanálisis de la experiencia religiosa”, Carlos Domínguez Morano , afirma que hay una fe sana, y una fe neurótica en la cual hay que indagar por los aspectos inconscientes. Para el psicoanálisis todo amor es legítimo precisamente por ser transferencial, es decir neurótico. Y no hay otra forma de enamorarse. ¿No es así con la fe? 

Para este autor la fe legitima no debe “convertirse”, dice, “en una sustitución de los poderes imaginarios de la infancia”. Menos aún “enredar la vivencia de la fe en los atolladeros más regresivos de la situación Edípica”.  O sea, que, no podemos ni conversar. Analistas y religiosos aquí tienen una diferencia insalvable. 

El concepto de transferencia dice que detrás de toda figura actual están los formadores del niño. Dicho como corresponde: la lógica que forma el pensamiento del niño es la que se reproduce en las relaciones de la vida del adulto. Mientras que para la religión, la relación con dios es exclusiva en su forma. El dogma postula un sujeto de la fe, de pensamiento incuestionable, claro y coherente. Y “en paralelo” de un sujeto neurótico, de ideas cuestionables, pues -según Morano- responden a una especie de patología. Noción, esta última, que el psicoanálisis también rechaza.

El padre de la cristiandad, es un padre único, que no entra en una cadena (de transferencias), sino que se excluye, Está excluido de la relación parental terrenal. El padre del cielo es único y trino, para colmo de complicaciones. Los demás, los hombres, las criaturas de dios, son todos hermanos. ¿Son inanalizables al referenciarse en un Otro absoluto? Parece que no es tan así. 

Muchos creyentes entran en transferencia, se analizan, y a su tiempo reconocen sus formas singulares de goce con tanto esfuerzo como lo hace un agnóstico. Mantienen al padre terrenal, por fin cuestionado y al incuestionable padre del cielo, cada uno por su lado, como quiere Domínguez Morano, antes, durante, y después de analizarse. Po su parte la mayoría de los analistas tiene un padre incuestionable que es no es Freud, es Lacan. No tienen contradicción pues igualan teoría y dogma. “Ésa es la única y gran paternidad que también a nosotros se nos ofrece.” (Domínguez Morano, refiriéndose a los creyentes).

Para Domínguez Morano, sustituir la fe “pura” por los poderes imaginarios de la infancia, supondría “permanecer en una posición infantil de pretendida omnipotencia, resistente a admitir las condiciones difíciles, limitadas y contingentes de la naturaleza humana, y, enredar la vivencia de fe en los atolladeros más regresivos de la situación Edípica. Lo cual se resolvería en una dinámica destructiva de culpa y sacrificio que sería el resultado de entender equivocadamente la paternidad de Dios”. Y sí. Exacto. Para el psicoanálisis es el fundamento del amor. También del amor y la fe en dios, que no cuestiona ni desmerece.

Dejamos acá. 
Podéis iros en paz.
Happy easter. Felices Pascuas, Feliz Pesaj, para todes.

José B. Paz Beiderman
Ay Dios!
12 Abr 2020

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