La Religión del Analista
Es propiamente fabuloso que la función del Otro, del Otro como lugar de la verdad, y para decir todo, del único sitio — aunque irreductible — que podemos dar al término del ser divino, de Dios, para llamarlo por su nombre… Dios es propiamente el lugar donde, si ustedes me permiten el término, se produce el dieu, el dieure, el decir {dire}. Por una nada, el decir hace Dios… Por tanto tiempo como se diga algo, “la hipótesis Dios” estará ahí.
Jacques Lacan
Seminario XX Aún
Sesión del 16 de enero de 1973
[Traducción: R. Rodríguez Ponte]
En tanto se diga… Dios estará: eso nos propone pensar Jacques Lacan. En tanto se hable hay, pues, Dios. De allí que también expresara en 1980: “La estabilidad de la religión viene de esto: que el sentido es siempre religioso.” (1)
El neurótico es, justamente tal, porque escapa al sin sentido, porque sostiene la creencia en el Otro. Otro que Sabe. Saber que [lo] goza. La creencia en Dios permite que el sujeto garantice el sentido. ¿Qué sentido podría tener sino la muerte, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento? El sentido, acaso el sostén de todo lazo -de toda sociedad-, es el magnifico aval que respalda la piadosa y embustera creencia de que el lenguaje no está agujereado. De que es posible, en definitiva, hablar sin fallar.
Y los analistas, que no están ajenos a ser tomados por el lenguaje, también caen. Y en esa caída -harto más chistosa que cáustica- (recordemos el apotegma Masottiano: “el sujeto está estructurado como un chiste”), cargan y trasladan ese Saber que, sin saber, los goza. Vayamos a tres simples ejemplos de los últimos meses.
Una colega desea participar en un grupo de Estudio. Pero… “en ese horario tengo un paciente y como es nuevo, no quisiera cambiarle el horario.”- Veamos: más allá que uno esta tentado en corregir y enunciar “…como soy nuevo/a”, creo que no depende de cronología alguna, sino de ese Saber del Otro. Primero, ¿de dónde heredamos y trasladamos y patrocinamos e incluso defendemos, nosotros los analistas, que el horario de una sesión deberá ser fijo? ¿Cuál sería, en todo caso, el beneficio para el analizante? ¿Cuál la contra si así no lo fuese? ¿No será -una vez más- que el problema lo tiene el analista y no el paciente? Segundo, ¿qué quiere decir que sea “nuevo”? Tercero, ¿que garantía estamos buscando cuando queremos sostener un statu-quo en la clínica? Incluso: ¿No caeríamos en el mismo error al suponer que hay que hacer muchos cambios porque, por ejemplo, el paciente es un obsesivo fijo, adherido a una posición demasiado inalterable o enclavada para nuestro gusto?
Otro ejemplo que no requiere mayor análisis que el que ya venimos puntuando: el analista se pregunta que avatar (ícono, dibujo, imagen) poner en su aplicación de whassap, ahora que va a comenzar a atender: “¿en mi foto de cara no me veré muy jóven?, ¿un paisaje no será muy impersonal?, ¿foto de familia no da, o si?”-
Último ejemplo generalizado y escuchado por generaciones de décadas: el analista no saluda si se encuentra a un analizante en la calle, en un bar, en el gym, en donde sea. En todos estos casos (y en muchos otros posibles de numerar) estamos bajo la égida del Saber del Otro. Este amparo no nos ampara. No hay posibilidad alguna que al poner una foto u otra en un whassap garanticemos (o mejor dicho: nos garanticen) una “mejor” o “peor” propedéutica. Dios puede estar descansando o quizás muy ocupado tratando de resolver cuestiones más caóticas para la humanidad que el hecho de si ponemos o no ponemos un cuadro en el consultorio. He escuchado de casos donde se han demorado meses en comprar el mobiliario del consultorio con la excusa de lo que podría ser beneficioso para el paciente. Y Lacan repitiendo desde la tumba: "¡cuidense de hacer el bien!"
Nada tiene de malo (de hecho es así como somos tomados en el fantasma) que este Saber Otro ande por doquier esparciendo, divulgando y recreando nuestros prejuicios cotidianos. Incluso diría que nada tendría de malo que el analista sostenga estas cuestiones por simple gustos y costumbres suyos; el tema es que lo que se escucha -y mucho- es que lo hacen "para beneficiar al paciente". Y el problema es que la posición de analista y el acto específico no pasa por escucharnos a nosotros mismos sino por escuchar al analizante. Y si nuestros síntomas [sobre todo fóbicos del horror al acto] impiden o aletargan esa escucha, mejor será que interroguemos ese Saber. Resulta paradójico que sean los mismos analistas que repiten todo el tiempo que el lenguaje está agujereado.
Que el analista sea un poco, un poquito, menos religioso, y que sepa soportar la falta [y la incertidumbre que conlleva] también lo ubica ipso facto en poder trabajar con la falta misma. Y, hasta nuevo aviso, esta es la única definición que creo merece el mote de atención flotante que tan orgullosamente se cita desde Freud. Si estoy en atención flotante, pongamos, no puedo estar pensando en semejante conjunto de condicionamientos. Limitaciones que subordinan al analista a un lugar esclavizado que acarrea un sentido coagulado -cuando no metálico y hasta inhumano- y que solidifica aún más la neurosis de transferencia: valga el pleonasmo.
(1) Lacan J., Carta de disolución de la Escuela Freudiana de Paris, 5 de enero de 1980.
Marcelo Augusto Pérez
Y líbranos del mal, amén…
La religión del analista
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