¿Neutralidad del analista?



"Si hablas te golpearé, si callas te golpearé igualmente."
Koan Búdico

Neutralidad del Analista: Una cuestión teórico-clínica que sigue vigente como nebulosa y cuestionable en la Dirección de la Cura. Porque -justamente- si hay Dirección, no puede haber Neutralidad. Incluso cuesta creer que muchísimos analistas de otrora, y de hoy, piensen que el silencio o -mejor dicho- la mudez del analista, pudiese ser interpretada como Neutralidad: lejos de eso, creo que puede ser leída como una clara interpretación de una sesión. Como diría Paul Watzlavick, -en su obra compartida: Cambio, Ed. Herder, Barcelona, 1992-: “Es difícil imaginar cómo cualquier comportamiento en presencia de otra persona puede evitar ser una comunicación del propio punto de vista acerca de la naturaleza de la propia relación con dicha persona y cómo, en consecuencia, puede evitar influir sobre esta última. El psicoanalista que permanece sentado en silencio detrás de su paciente echado en el diván o bien el psicoterapeuta «no directivo» que se limita a repetir las palabras pronunciadas por su paciente ejercen una enorme influencia, a causa precisamente de este modo de comportarse, en especial cuando éste es definido como “libre de influencia”.

Por supuesto, vamos a decir de entrada esta verdad de Perogrullo: siempre se trata de que quien hable sea el pa(de)ciente; no vamos a hacer aquí una apología de la voz y del verbo del analista; pero llevamos como brújula la locución de Jacques Lacan cuando nos recordaba que el analista debe portar la palabra. No sin olvidar tampoco que “...No basta que sostenga la función de Tiresias. Es preciso también, como dice Apollinare, que tenga tetas.”   [Lacan, J: Seminario XI, De los Fundamentos del Psicoanálisis, 1964.]

Quizás la derivación más inmediata de la postura Neutral nos llegue desde S. Freud. Al parecer, el significante “Neutralidad” es traducción (y desvío) del psicoanalista James Strachey (traductor al inglés de las Obras de S. Freud)  de lo que en alemán -y para Freud- sería “Indiferanz”. Pero creemos que el concepto fue llamado a entronarse a partir de una concepción biologicista y mecanicista que Freud tenía del Psicoanálisis como Ciencia: esto es, una Ciencia donde se podría excluir al analista del concepto de lo Inconsciente y de la concepción del Síntoma. En donde el conocimiento Objetivo de la Realidad (del paciente) y, estoy tentado a decir: de la Verdad en concordancia con la Realidad y un Objeto cognoscente; sería el mayor logro de la disciplina. [Parafraseando a Denise Najmanovich: en una rara alabanza al El mito de la objetividad, 2015] De allí que  el afán por la Neutralidad viene dada en relación directamente proporcional con la epistemología psicoanalítica y la posición que el analista hace de su praxis, sin olvidar que la Realidad se funda con el discurso.

Este punto epistémico tiene que ver con la formulación postfreudiana y Milleriana de un Otro que no existe. Incluso del Otro en-carnado y “libre de todo mal, amén”. Me cuesta creer que Sigmund Freud haya pensado en Neutralidad en el sentido como se la tradujo en la praxis. Me cuesta pensar que cuando dice “ser transparente para el analizado (…) como la luna de un espejo, mostrar sólo lo que le es mostrado”  [Freud S., “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, 1912, en O.C., T. XII., Amorrortu, Bs. AS., 2006, p.117] no se refiera sino a señalizar lo dicho más que a la mudez o a la indiferencia: y me cuesta creer porque ese hombre ha llegado a abrigar con una mantita a sus pacientes del frio de la Viena invernal y los ha escuchado también caminando en un jardín. Me cuesta creer incluso que Freud desvinculara de su oficio de analista su pensamiento político -aunque se sabe que era bastante reacio a las masas-: él que, justamente, ha escrito muchos textos netamente sociales. Porque este es otro punto donde -al menos en mi entender- se leyó muy  mal la cuestión de la  Neutralidad: en el campo político-ideológico Lacan nunca fue un desentendido ni un tibio. Y en todos sus éxodos siempre fue acompañado de masas de estudiantes (e incluso gente sin títulos, que no venían de la medicina) y siempre ha dicho que en su condición de Fundador había un Acto de locura. Ningún intelectual de esa prestancia -que se precie vinculado con la coyuntura social de su época- podría estar ajeno a una posición, incluso a la supuestamente neutral. ¿Existe -puede existir, acaso- la no-posición?

Como dijimos up supra, no se trata de que el analista hable todo el tiempo: estamos diciendo, al contrario, que su palabra puede tener un peso importante y que lo entendido como Neutralidad no puede pasar por suponer que no tenga ideología, religión, sexualidad, gustos culinarios o deportivos, predilecciones artísticas o yerbas anexas.  Y estamos diciendo -especialmente- que la creencia de los analistas de omitir ciertos temas "personales" no tiene nada que ver con la función de lectura del trazo y que no podemos predecir cómo puede jugar en el análisis de cada paciente enterarse o no de estas cuestiones. Pensar que por y para oficiar de analista, se debería esconder -por ejemplo- la posición ideológica/política creo que radica, otra vez, en seguir pensando la inexistencia del Otro.



La  concepción de un Otro puro y ecuánime (y que no existe) se la apropiaron los analistas postfreudianos y se acostaron a dormir tranquilos pensando quizás que eran (o deberían ser) exentos o inmunes a cualquier signo de afectividad. Como me decía justamente hoy un colega de Săo Paulo, la frase "empatía del analista" es una mala palabra dentro del Campo Lacaniano, como si los analistas no podríamos ni siquiera sospechar en la posibilidad de un vínculo empático con el paciente. Lejos de una "purificación beatífica" creo que es un deber ético -incluso- poder elegir trabajar -y por mucho tiempo- con cada analizante. Pureza que -obviamente- se trasladaría al dispositivo del análisis todo. Proyectando, entonces, al hábitat donde se desarrolla el encuentro, esa concepción imperante: espacio que ha llegado a ser, para la mayoría de los analistas, una especie de quirófano frío, esterilizado de todo germen de lenguaje, aséptico de cualquier imaginario; como si eso fuese posible: es decir -en definitiva- como si fuese posible la inexistencia del Otro. Cito de las Entrevistas que Jorge Stitzman le hiciera a R. Horacio Etchegoyen en 1998: “Si yo pongo acá [en el consultorio] un retrato de Gardel, cosa que siempre he pensado, entonces no puedo analizar a un tipo al que le gusta Mozart, pues ya le estaría dando un mensaje que no es pertinente, le hago saber cosas que no son pertinentes para su análisis. Tiene que ver con la reserva analítica… yo durante mucho tiempo no tuve plantas en el consultorio porque tenia un verdadero pánico de que las plantas se secaran y aun crecieran perturbando las asociaciones del paciente. (…) No tengo un cuadro de Picasso, aunque no dejo de reconocer que me gustaría… pero no lo tendría acá [en el consultorio], lo pondría en el living de casa, porque me parece que tener un cuadro de Picasso en el consultorio es sancionar una presencia muy fuerte (…) También estaría ligado a una cosa de status: por qué y para qué tengo yo un Picasso acá…” [Stizman J., Conversaciones con R. Horacio Etchegoyen; Amorrortu, Bs. As., 1998; p.178/9. ]

Este tipo de enunciados, que parecen anacrónicos, siguen estando presente en la actualidad. Resulta muy significativo que sean los mismos analistas quienes se quieren dedicar a un oficio donde deben ocupar un lugar vacío para que la verdad surja allí donde se retira el sentido, y que por definición están destinados a caer. Al mismo tiempo en que debemos apuntar en dirección contra el moi, es decir: contra el imaginario. Quiero decir: que estén ocupados en el modo que decoran su hábitat en función del paciente, esto es: en vestir al Yo. Ocupados, en síntesis, en sostener un imaginario para tapar otro: puesto que, como sabemos, todo es ficción en el artificio. Cito: “¿Qué es una praxis? (…) Es el término más amplio para designar una acción concertada por el hombre, sea cual fuera, que le da la posibilidad de tratar lo real mediante lo simbólico. Que se tope con algo más o algo menos de imaginario no tiene aquí más que un valor secundario.”  [Lacan, J: Seminario XI, De los Fundamentos del Psicoanálisis, 1964.] [El subrayado es nuestro.]

Por suerte -porque yo también me con/formé con este tipo de Buzones- creo no haber caído en esa especie de locura. Seguramente he caído en muchas otras. Porque nadie está ajeno en creérselo en algún momento de su vida: "Creer en un Yo: eso sí es realmente una locura"- Lacan dixit. Creo que entendí que decirle algo a un analizante una vez puede ser necesario; y decirle lo mismo al mismo analizante en otra oportunidad, quizás no. Creo que me superó el sentido común y el deseo de decorar el lugar donde paso la mayor parte del día como me guste y con los cuadros que prefiera, porque pensar que una pared blanca pueda facilitar asociaciones, es como pensar que una pared azul, no. Pensar que colgar la foto del Zorzal Criollo es anti psicoanalítico es como pensar que hay que colgar sí o sí la foto de Freud para tener una posición de escucha analítica. Y es también obturar la posibilidad de que el analizante diga algo, si quiere, de esos significantes que nos representan. Estos dilemas también se les plantea a los analistas que comienzan; escuchando dudas tales como dónde colocar el diván en función de lo que debería ver o no ver el paciente, qué avatar subir al whatsapp, si mostrar o esconder el cepillo de dientes... Lo que el colega no puede finalmente entender es que el fantasma del paciente lee, ve, olfatea y escucha, lo que puede y que no tiene la mínima importancia porque en todo caso depende de la respuesta del analista y no de la pregunta del analizante.  Cuando llegué por primera vez al consultorio de Roberto Harari -con quien tuve la suerte y el honor de controlar- me impactó de mala manera que  él tuviese decenas y decenas de diplomas colgados en las paredes (porque en mi fantasma un analista no se autoriza por colgar papelitos enmarcados) pero enseguida, después de esa sesión, me olvidé de ese detalle porque advertí que su escucha era impecable. El mismo R. Harari -por ejemplo y en este tren de lo que se puede o no decirle al analizante-  contó una vez que un paciente le preguntó si él era homosexual; a lo que Harari le respondió "¿Y por qué no?"- duplicando la apuesta en función de lo que el paciente pensaría de la homosexualidad y en función de su propia "elección" ya que el susodicho sabía que Harari estaba casado con hijos. Lo mismo en este ejemplo que recuerdo ahora: Una vez derivé a un amigo amante del fútbol a un analista. Después de que él se comunicó por teléfono con el colega para pactar la agenda, me comentó: “Ya me gustó porque cuando lo llamé me dijo que trate de ubicarlo más tarde porque estaba entrando a la cancha.” 

¿Se entiende que no hay parámetros y que todo puede ser útil para el análisis? Por otro lado: suponer qur los pacientes crean que se van a analizar con un robot, me resulta anocrónico. Es cierto que aún hoy se escucha decir: "Prefiero no saber nada de la vida privada de mi analista"- pero, insisto, esto es un problema del paciente; que incluso podría abrirle preguntas. ¿Cuál sería el problema de saber que el analista es simpatizante de determinado clúb de fútbol? ¿Y si eso es ruido para las orejas del analizante, cuál sería el inconveniente? ¿Por qué no poner a trabajar ese tema? ¿No será que -en realidad- el conflicto subyace en que el analista sepa cuál es el clúb de fútbol que prefiere su paciente? ¿O, incluso, que el paciente fraternise con un partido político exactamente opuesto al del analista? ¿Y qué ocurre -por ejemplo- cuando son ellos los que tienen un Picasso en su casa o tienen un poder adquisitivo superior al del analista? ¿Y qué si el paciente se anoticiara que su analista se divorció diez veces? ¿Eso coloca en desmedro al análisis? ¿Pueden ciertas plantitas de un consultorio, o el hecho de que el analista tenga mascotas, alterar las asociaciones de un paciente? ¿Y qué quiere decir “alterar”? En todo caso, no las "alteraría" ni más ni menos que el color del sofá o la lámpara o la alfombra.

Obviamente acá entran en juego -creo- dos cuestiones: a) de parte del analizante: que descubra -vía Castración- que el Otro [que la Estructura misma del Lenguaje] está en falta (y esto puede estar en los detalles más ínfimos como advertir un día que el analista pueda tener "pequeñas fallas"; y b) de parte del analista: qué podemos llegar a entender por la lectura del trazo del Sujeto; incluso qué entendemos por Sujeto y por Inconsciente. Particularmente no trabajo ni con el concepto de represión ni el de subconsciente ni el de discurso latente, y -por tanto- “asociación libre” va muy entrecomillado: al paciente lo invito a inventar. Lo inconsciente no es un descubrimiento sino un invento. Pienso que tanto analista como analizante están siendo co-integrantes del mismo dispositivo.

Se ve allí también la herencia postfreudiana de la Contra-transferencia: el problema es del paciente, el analista -purificado y neutro- no es parte del problema, etc. La lectura que algunos hicieron de la Neutralidad, dio lugar no sólo a la confusión entre Neutralidad y Abstinencia  sino a la versión de un analista apático, indiferente y hasta insensible. Y, en el otro extremo, un ideal de analista que se mueve hacia el analista ideal. Confundir la barradura -la cavidad u oquedad- del Otro con su inexistencia es herencia de un campo freudolacaniano anclado en un Otro en-callado  en no sé qué virtud de un mutismo incluso transitivo a gestos, saludos y al famoso “vaso de agua”. Me he enterado de casos actuales en donde el analista no quiere recibir el dinero de honorarios en manos del paciente o donde no quiere subir en el mismo ascensor: y no son ejemplos del Medioevo, son actuales y de colegas que han editado libros y son llamados a exponer en Congresos y Universidades.

Como sabemos a esa Contra(la)Transferencia, Lacan le responderá con el deseo-de-analista. El binomio Abstinencia/Neutralidad parece considerar el deseo del analista como negatividad pura y -como expresa Juan Carlos Indart- deja entonces, a la manera Hegeliana, la libertad de morir. Alguna vez, el mismo Indart calificó la  Neutralidad como loca: “Jamás se supo qué es la neutralidad analítica”. Pero es, sin embargo, lo que nos lleva a plantearnos la cuestión del deseo-de-analista. Que a) no se limita a un deseo de analizar y b) se trata de leer a la letra.

El Acto Analítico es del analista. Y en la Sesión Analítica hay, claro, un único Sujeto. El analista no es un Sujeto, pero -convocando a Don Perogrullo- no puede dejar de ser persona; y en el dispositivo hay y no hay diálogo: en todo caso el análisis no es sin el muro del lenguaje. La transformación del fenómeno amoroso (a-moroso, a-muro) en significación de Saber, implica también la posición del analista como objeto (a) en el lugar del agente del discurso analítico.

Está claro que -como expresa Jacques Lacan en la Proposición del 9 de octubre de 1967-: “el deseo del analista es su enunciación, la que sólo podría operar ocupando allí la posición de la x...” y por supuesto que también hacer funcionar esa x implica no aportar una definición de felicidad que también es ontológica y estructuralmente imposible: es en ese sentido que el analista no emite juicio de valor. Pero también es cierto que ningún analista, con “Sensatez y Sentimientos” podría limitarse a decir “Ajá” si un paciente le expresara “acabo de matar a un tipo en la esquina”. Y no sólo porque el analista es una persona (y no lee todo el tiempo: también inscribe y también dice y piensa); sino porque -además- vive en una comunidad legal y no está exento de responder a la orden de un Juez si este lo demandase; como cualquier otro ciudadano de rigor.  Pero “decir y pensar” no implica juzgar. Una cosa es decir: “Yo (no) haría tal cosa” (con la consecuente fuerza que la palabra del analista tiene hacia el analizante) y otra cosa es juzgar axiológica y moralmente lo que el analizante dice. De hecho, muchas veces, vía la Neutralidad calculada, se puede considerar conveniente emitir una declaración más puntual y de toma-de-posición; porque, en última instancia, también se trabaja el hecho de soportar la diferencia que implica el diálogo y el mal entendido del lenguaje; y -no en última instancia- de inclinar ideales. Cito: “... una vacilación calculada de la “neutralidad” del analista puede valer para una histérica más que todas las interpretaciones”  [Lacan, J: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el [lo] inconsciente freudiano”, Escritos II, 1960, p. 804]

En síntesis: se trata que el analista no comprenda, no adoctrine, no catequice, ni trate de adiestrar en ningún aspecto; sino más bien que revele y señale vía la lectura del texto que se dice.  Lacan nos recuerda: “Es este el deseo del analista en la operación: lleva al paciente a su fantasma original, eso no es enseñarle nada, es aprender de él como hacerlo. El objeto a y su relación en un caso determinado, la división del sujeto; esto es el paciente que sabe hacer allí. Y nosotros estamos en el lugar del resultado, en la medida en que lo favorecemos.” [Lacan; Seminario 12, Clase del 19/5/65] Es decir,  reflexionar que, como también expresa el maestro francés, en el contexto relacionado a las intervenciones de Margaret Little con su paciente Frida: “...no puede dejar de escapar a los oídos más duros: que en la dificultad del abordaje de esos autores en lo relativo a la contratransferencia, el obstáculo está en el problema del deseo del analista...” [J. Lacan, Seminario 10; Clase 27/2/63]

Porque en definitiva -como nos recordaba J. C. Indart- el deseo de analista no es más que el deseo de saber otra cosa. Y en lo que va de la abstinencia se trata de una única privación específica: de no responder con sus pasiones. Muchas veces se olvida que una de esas tres pasiones que nos enunció J. Lacan es la ignorancia. Entonces: se trataría de no amar (que no implica no alojar o no estar afectado por el decir, sino -en todo caso- no responder con la metáfora amorosa), no odiar (que tampoco implicaría no reaccionar alguna vez con cierta tendencia al fastidio) y no ignorar. No ignorar no es sólo una condición necesaria para recibir una demanda de análisis; además -y sobre todo- quiere decir: no ceder ante el Horror al Acto.

Marcelo Augusto Pérez
¿Neutralidad del Analista?
XI / 2019
Artes Visuales:
Carlos Alonso
[ Tunuyán, Mendoza, 1929]







Nuevo Video Canal Youtube PsicoCorreo
"¿Neutralidad del analista? ¿Diván?"

Entradas populares